Esto lo sabía... ¡Lo sabía! Memorias de un macho que se respeta... ¡Digo! ¡De Ashlar!
Lestat de Lioncourt
—Mr. Templeton—mi mayordomo se
personó en mi despacho con un vaso de leche fría.
Fuera, en ese enjambre de almas llamado
ciudad de Nueva York, hacían más de treinta grados. Los locales más
famosos de la avenida estaban llenos, algunos habían decidido
comprar tan sólo un perrito caliente en los puestos ambulantes y
otros simplemente rogaban poder conseguir un taxi para llegar pronto
a casa. Era un viernes cualquiera de un mes de verano.
—Gracias—dije tomando el vaso.
El olor de la leche fresca calmó mi
tristeza y su frescura mi sed, pero cuando me quedé de nuevo en esa
habitación, rodeado de miles de documentos e informes de todo tipo,
sentí que estaba desperdiciando mi tiempo. Quería volver al valle y
encontrarme allí con una hembra que al fin pusiese punto y final a
mi terrible soledad, pero hacía cientos de años que me había
percatado que el maleficio de Jeannette se había cumplido con
creces.
Su pelo convertido en las llamas del
infierno se alzaban en mitad de la más profunda oscuridad. Sus ojos
encendidos de cólera eran dos estrellas verdosas que clamaban contra
mí. Y su voz, su hermosa voz, era un coro de ángeles violentos
cantando a coro mis desgracias. Iba a vivir solo y miserable para
siempre. Nuestro mundo se había convertido en sangre derramada sobre
las briznas de hierva, las rocas sagradas, los caminos emprendidos
mil veces y recorridos con cierto prestigio, nuestras ropas humanas y
un libro estúpido que nos dividió por siempre. El Dios humano jamás
debió formar parte de nosotros.
El sonido de unos nudillos en la puerta
me sacó de mis pensamientos y me giré secándome las lágrimas.
—Adelante—dije con la voz algo
débil dejando el vaso vacío sobre el escritorio.
—Mr. Templeton, disculpe—era una
muchacha arrebatadora. Poseía un rostro amable con cientos de pecas
salpicando su perfecta nariz como si fueran extrañas constelaciones.
Sus labios carnosos eran seductores al fruncirse para pronunciar cada
palabra. Llevaba un vestido sin mangas muy ajustado con un pequeño
escote que ocultaba sus turgentes y grandes senos. El largo de la
prenda llegaba hasta un poco más de sus medios muslos. No era el
mejor vestido pero a mí no me importaba poder deleitarme de ese modo
con su cuerpo—. Soy Mel, su nueva diseñadora—dijo—. Vengo con
Gus, mi ayudante, que desea conversar con usted sobre unos diseños
que ha hecho en solitario. Creo que le gustará.
Recordé que la había contratado hacía
algo más de un año pero me negaba a conversar con ella frente a
frente. Esos pechos eran demasiado cautivadores y más cuando sabía
que había sido madre recientemente. La leche que contenían era
similar a la que había bebido en un millar de ocasiones de las
hembras con las cuales compartí gran parte de mi vida.
—Dile que pase—contesté tomando
asiento—. Déjanos a solas.
Cuando el chico apareció tras ella,
entró en la habitación y cerró la puerta no pude evitar sonreír.
Su rostro era delicado como el de una mujer, sus ojos azules eran
parecidos a los de los profundos océanos y su piel nívea me
apetecía tanto como otro vaso de leche. Era delgado pero estaba
seguro que no llegaba al metro sesenta y cinco. Se sentó en la silla
porque yo se lo ordené con un gesto amable y de inmediato comenzó a
hablar de todas las muñecas que mi fábrica había fabricado en
años.
—Conoces bien mi empresa—dije tras
una risotada.
—Admiro la dedicación de “Boy
Blue” desde que era un niño. Los otros chicos querían jugar con
soldados y yo deseaba jugar con sus muñecas porque me parecían muy
humanas. Podía sentarlas junto a mí y contemplarlas durante horas
quedándome con sus rasgos para después escribir grandes historias.
Todas ellas tenían alma para mí—contestó visiblemente nervioso—.
Lo siento...
—¿Por qué ese nerviosismo tan
repentino?—pregunté.
—Vine a enseñarle mis diseños y no
a contarle mi infancia—explicó dejando sobre mí una carpeta que
abrí de inmediato—. He pensado que tiene pocos modelos masculinos
y que quizá si los incorpora los chicos querrán jugar también con
ellos. Verá... todavía se cree que jugar con muñecas es cosa de
niñas y homosexuales.
—Eso es falso—dije—. Yo las
colecciono.
—¡Lo sé!—exclamó eufórico—. Y
su padre, y el padre de su padre y...
—Me alegra ver a la juventud tan
apasionada con este tema—respondí intentando que dejase eso a un
lado. No había padre de mi padre y no había familia que me sujetase
entre sus brazos. Yo era el mismo hombre que renacía como sucesor.
—¿Juventud? No debe tener más de
treinta aunque tiene canas—el nerviosismo le hizo hablar de más—.
Lo siento, me parece un hombre atractivo pese a ese detalle. De hecho
he tenido amantes de cuarenta años mucho menos atractivos...—cuando
se percató de ese comentario fuera de lugar se sonrojó y agachó la
cabeza.
Las disculpas comenzaron como una
oración de súplica pero yo las callé levantándome, besando sus
labios y comenzando a desnudar su cuerpo. No podía mantener
relaciones sexuales con mujeres porque estas morían al ser
fecundadas y tener un embarazo de desarrollo demasiado rápido. Sin
embargo sí podía introducirme entre los tiernos y redondeados
glúteos de los jóvenes que me atraían.
—¿Cómo decías que te
llamabas?—pregunté tras levantarlo del asiento para colocarlo
contra el escritorio.
—Gustaf—susurró introduciendo su
arremolinada cabeza de rizos cobrizos entre sus delgados brazos.
—Llevaré a la junta tus ideas pero
antes deja que yo te lleve al orgasmo—susurré bajando sus
pantalones y ropa interior de un tirón.
Mi boca se colocó contra su glúteo
derecho y comencé a morderlo para luego hundir mi rostro en su culo
introduciendo mi lengua en su entrada. Él gemía descarado moviendo
las caderas aferrado a la mesa. Pude notar que no era la primera vez
que un hombre se hacía paso dentro de él pero no dije nada. Yo sólo
gocé el momento en el cual me aparté, tomé mi miembro y lo acerqué
introduciendo mi glande dentro de su entrada. Lentamente acabé
sintiendo como me apretaba en el interior de su cálido cuerpo y mis
manos quedaron sujetas a sus caderas. Él escupió sobre su diestra y
la llevó a su sexo para masturbarse. Entonces, entre arremetidas y
movimientos bruscos de ambos, el vaso cayó al suelo estallando en
mil pedazos.
Fuera la ciudad intentaba correr contra
las manecillas del reloj y dentro, en ese despacho, tan sólo
intentábamos llegar al orgasmo antes de ser molestados por alguna de
mis secretarias. Él movía sus caderas desesperado y contenía sus
gemidos a duras penas. Yo seguía vestido con mi impecable traje
Armani ya que sólo me había bajado la bragueta. Él, por su parte,
estaba casi desnudo con los pantalones por los tobillos y la camiseta
mal colocada.
Eyaculó pronto debido a la excitación
de ser atrapados en pleno acto y yo decidí salir de él, sentarlo en
la silla y masturbarme hasta sentir que llegaba a mi límite. En ese
momento lo agarré de la nuca, me introduje dentro de él y le di a
beber la fértil leche de un macho Taltos.
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