Es increíble que ellos se lleven bien y Marius se lleva mal con todos.
Lestat de Lioncourt
Él estaba allí sentado frente al
fuego. Había escuchado su nombre en varias ocasiones en mitad de
soporíferas noches donde Pandora se sentía agotada y dormitaba en
mitad del camino hacia nuestro destino. Ella lo llamaba con la
dulzura de una madre y la entrega de una amante. Siempre me pregunté
qué habría sido de aquel hombre bondadoso y leal que se había
entregado en cuerpo y alma para ayudarla, comprenderla y protegerla.
Me sentía en deuda con un hombre como él. Y allí estaba. Esa noche
él resplandecía por la felicidad que emanaba. Nos habíamos reunido
en aquel edificio neyorkino por una única razón: Las Quemas. Sin
embargo, él estaba allí eufórico porque podía estrechar de nuevo
a su gran amiga.
Percibí que entre ellos había un lazo
sincero de hermandad y comprensión. Por unos instantes sentí celos,
pero rápido maté a los demonios que danzaban en mi alma cantando
salves a mi furia. La ira se calmó rápidamente como se sofoca un
fuego insignificante al que le han arrojado un cubo de agua helada.
Me acerqué a él deseando presentarme,
pero él se incorporó con elegancia abriendo sus brazos para
rodearme como si yo también fuera un hermano suyo. Besó mis
mejillas, me tomó del rostro y sonrió antes de romper en llanto
amargo mientras notaba que ella lo rodeaba por la cadera con sus
brazos. Éramos tres inmortales jugando a ser niños inocentes llenos
de esperanza. Porque sí, teníamos esperanza pese a todo. Nada ni
nadie podía arrancarnos ese sueño de profundo triunfo.
—Arjun, el compañero de aventuras de
mi adorada Pandora—dijo con la voz quebrada por la emoción—. Mi
nombre es Flavius. Me alegro de veros juntos porque cuando leí sus
memorias sufrí muchísimo porque estuvierais separados—comentó
antes de rodearla besando su frente y sus mejillas con amor
familiar—. ¿Cómo estás? ¿Te quedarás con nosotros? Oh, no
puedo dejar de llorar...
—Flavius eres un buen hombre. Siempre
me pregunté si nos cruzaríamos para poder llamarnos hermanos pues
procedemos de una misma fuente, amamos a Pandora con intensidad y
ambos somos hombres que cultivamos la literatura como si fuera parte
de nosotros—dije evidenciando mi acento proveniente de la India. Él
colocó sus manos níveas sobre las mías y sonrió mientras hablaba.
—Podemos recitar los tres a Ovidio
cuando todo esto pase. La maldad no tiene lugar en este
mundo—aseguró—. Confío en la fuerza de Lestat y el poder de la
unión de todos nosotros.
—¿Cómo has estado?—dijo ella sin
reprimir las lágrimas pese a su fortaleza—. No debí permitir que
te fueras solo...
—He vivido como un dios entre libros
y buenos amigos. He tenido una vida digna. No puedo quejarme. La vida
no me ha tratado mal y la eternidad de este tiempo sobre el mundo,
envolviéndome en cada época, ha sido fascinante—después, como si
se tratara de un tullido curado por el mesías judío, apartó a
ambos y se levantó la toca comenzando a brincar—. Os presento a mi
nueva pierna.
—¿Y este milagro?—preguntó ella
absolutamente asombrada.
—Ah... un vampiro de la India, como
mi hermano Arjun, lo logró. Se llama Fareed y ha logrado grandes
milagros—susurró antes de echarse a reír abrazándonos y
besándonos—. Tenemos que hablar... tenemos que hablar...
Cuanto más lo veía más contemplaba
su parecido con el David de Miguel Ángel. Era asombroso. Creo que
jamás he visto un cabello más rizado y dorado. Ni siquiera Lestat
tiene rizos tan perfectos. Imaginé su cabeza laureada y su cuerpo
envuelto en las telas más caras de todo el Imperio Romano. Deseé
que fuese un patricio y no un pobre esclavo griego que lamentaba la
muerte de su amo, el cual lo liberó aunque no lo aceptó, esperando
pacientemente tener buena suerte pese a lo terrible que era la
esclavitud.
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