Adoro a mi madre...
Lestat de Lioncourt
Desconozco cuántos años habrán
pasado, pero supongo que casi han sido veinte desde su nacimiento. Si
escribo estas líneas es porque veo en el una clase de determinación
que me recuerda a mí. Estoy reteniendo a mi hijo sólo para no
sentirme sola, frustrada y llena de dolor. El resto de mis vástagos
no han tenido mucha suerte, algunos han muerto y los otros dos, que
han sobrevivido, apenas tienen sueños. Lestat es el único que se
cuestiona el mundo, intenta luchar contra imposibles y busca
soluciones a sus problemas. No lo estoy idealizando, sino que veo en
él el hijo que toda madre desearía.
No obstante, desde los diecisiete está
cometiendo error tras error. Muchas mujeres del pueblo creen que aún
poseemos algo de valor tras los muros del castillo. No tenemos
criados, salvo los mozos de las cuadras, y la escasa comida que entra
en casa es gracias a la caza, pesca y recolección que hace Lestat y
el resto de sus hermanos. Sobre todo que hace Lestat. Él nunca
permitiría que la familia pasase alguna calamidad. Pero, esos
errores, son hijos que vienen al mundo buscando alimento. Algunos ni
siquiera podrían ser de mi hijo, pues sé bien que tienen otros
amantes. Aún así tienen la desfachatez de venir a verme. Yo les
arrojo monedas, como se hace con el maíz y las gallinas, y las
recogen para irse corriendo a alimentar sus miserias.
Ayer mismo eché a dos, casi
empujándolas hasta el exterior de la fortaleza. Mi marido
preguntaba, desde su sillón, qué demonios sucedía. Ciego, pero no
sordo, logró escuchar algo. Yo me eché a sus pies, lloré
amargamente aferrada a sus rodillas, y, él me golpeó con el bastón
exigiendo que dejase de protegerle. ¿Cómo podía pedirme eso? Él
era el más parecido a lo que yo fui.
Pronto llegará el invierno y cumplirá
veintiún años. Temo que siga siendo tan protestón y libertino, que
se convierta en un ser aún más fiero. Es como un animal encerrado.
He prohibido tantas veces su fuga, le he advertido de las
consecuencias si su padre se entera que se ha marchado, que creo que
ha empezado a aferrarse a mí. Teme que me muera, pero también está
temiendo al exterior. Lestat debe irse. Tendré que aprovechar la
primera oportunidad que se me presente. Él no va a morir en estas
mugrosas y húmedas habitaciones.
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