El mundo me ama... bueno piensa que vamos a salir bien librados.
Lestat de Lioncourt
Supe de su nueva aventura cuando me
hallaba en mitad de las selvas del Amazonas. Había decidido aislarme
allí unos meses, alejada de toda la resentida y violada sociedad
moderna. Tenía cierto conocimiento de dónde se hallaban las Gemelas
Pelirrojas, pero no aventuré a ir a buscarlas hasta pasadas unas
semanas. Conversé con Maharet, mucho mejor que tiempo atrás en
aquella inesperada reunión, y me habló de los proyectos que había
decidido emprender para sus descendientes. Fue junto a ella cuando
Khayman apareció hablando de las locuras a las que se había
prestado mi hijo.
—¡Qué!— Fue lo primero que
exclamé, puesto que me sorprendió demasiado que llegase a esos
extremos. Quería creer que Khayman había escuchado mal o que
simplemente eran de esos rumores estúpidos que se propagaban como
una chispa de fuego sobre la paja seca, amontonada y encerrada en un
pequeño granero. Eso éramos. Montones de paja en un granero
minúsculo llamado Tierra—. ¡Debí darle azotes más duros a ese
imbécil!
—Juro por el descanso eterno de mi
hija Miriam que no miento—comentó sosegado—. Pero es Lestat. Él
puede con todo. Aunque yo no hubiese cedido un cuerpo tan hermoso y
fuerte, ¿por qué lo haría?
—Por imbécil—respondí.
—No sea tan dura, la curiosidad es
letal en los jóvenes—indicó Maharet mientras se levantaba de su
asiento hecho con mimbre. Estaba sentada en una sala fresca y alegre,
con numerosas plantas y una enorme puerta al jardín. Era la antesala
al patio trasero, por así decirlo, y podía verse todo ese paraíso
natural. No estaban lejos unas ruinas de los pueblos primigenios de
América, las cuales se veían mal amontonadas entre la maleza y los
árboles. Sólo podía verse el techo mal colocado, casi derrumbado,
de alguno de los edificios—. Lestat siempre será joven y por eso
hará siempre ciertas locuras—dijo.
—Como salir con el engendro ese y
decir que lo ama—mascullé.
—¿Con Louis?—preguntó riendo bajo
entretanto se acomodaba la falda.
—Sí, con ese que se parece tanto a
su primer amor—dije mirándola. Era hermosa. Jamás he visto a una
mujer lucir prendas tan sencillas, como una simple túnica de algodón
blanco, de una forma tan magnífica. Sus pequeños pechos, casi como
los de una niña, abultaban muy poco y su cintura era estrecha. Se
asemejaba a uno de esos ángeles misericordiosos que están a punto
de besar la frente de un soldado herido, un pobre muchacho enfermo o
una anciana en el lecho de muerte—. ¿En qué estaba pensando
cuando creó a ese muchacho tan refinado?—murmuré cerrando los
ojos al recordarlo. Se movía como una pantera herida por la sala,
con esos ojos verdes tan atormentados como intensos, y esos labios
carnosos que sólo temblaban ante la fatídica idea de ver a Lestat
muerto. Se amaban, pero odiaba que mi hijo tomase amantes tan débiles
mentalmente. No sabía porqué lo hacía, con qué afán. Supuse
siempre que era porque con ellos podía sacar su lado paternal y
decirles, como si fuese un verdadero héroe, que él podía salvar a
la humanidad—. Iba a cometer el mismo error y lo hizo.
—Louis lo ama, por lo tanto no hay
error alguno—aseguró Khayman que aún estaba en la puerta. Vestía
unos jeans desgastados, unas botas descuidadas pero muy bonitas y
resistentes, una camisa sin mangas negra y una chaqueta de cuero que
se hallaba colgando de su brazo derecho.
—Supongo que, cuando no lo está
quemando, lo ama—respondí.
Maharet rió fresca, libre y feliz. Era
igual a una chiquilla que aprende a vivir. Así era.
—Marius ha dicho que nadie debe
ayudarle—aportó más datos y ambas nos miramos frunciendo el ceño.
—¿Y quién ese imbécil para dar
órdenes?—preguntó Maharet—. Él no es el líder de este pueblo.
—Es lo que escuché, Maharet—dijo
encogiéndose de hombros, justo después de ir hacia ella para
tomarla por la cintura—También oí que un hombre de Talamasca
viaja con él y que toda la orden está intentando atrapar a Raglan
James, así se llama el susodicho—sus inmensos ojos negros, de
largas pestañas y perfectas cejas, estaban fundidos en ella. Maharet
llevaba unos ojos verdes lima, los cuales habrían sido arrancados a
algún pobre infeliz esa misma noche. Salía a cazar sólo para
poderse quedar con los ojos de sus víctimas—. Al parecer estuvo en
la orden y lo expulsaron.
—¿Sabes algo más?—colocó sus
manos sobre sus pectorales y sonrió con ternura. Quería que él le
contara todo, pero que no sintiera que por dentro estaba preocupada.
Yo lo notaba. Jamás deseó que aquel gigante egipcio, porque lo era
para un ser tan menudo y de apariencia delicada, notara que ella
tenía miedo o preocupaciones. Él la cuidaba porque la amaba y
protegía todo lo que ella quería.
—Que están en México hablando con
un hombre de Talamasca en la zona y que dentro de poco podrán
atrapar a Raglan—lo daban por hecho, aunque predecir el futuro es
difícil.
—Si no le echan el guante, lo
atraparé yo misma—le aseguró, pese a que no era mujer de acción—.
No le digas a Jesse lo que está pasando, Khayman.
—Sí, amor mío.
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