Gracias por llamarme imbécil, cariño.
Lestat de Lioncourt
Nunca pensé que fuese tan lejos. Jamás
creí que lo intentaría. Sin embargo, lo hizo. Se olvidó de los
peligros, de mis reproches, de todos los sentimientos y el dolor que
habíamos vivido. Decidió cambiar de cuerpo, perdiendo así todo. No
sólo perdió sus poderes, y la posibilidad de inmortalidad, sino
también su dinero y el rostro que tanto amaba.
Cuando lo vi ante mí, con esos ojos
negros y esa piel oscura, temblé de pies a cabeza. Pensé que un
mortal, posiblemente curioso debido a su participación en Talamasca
o sus deseos de comprobar por sí mismo si había algo de valor,
apareció en mi casucha casi derruida, sin luz ni comodidades,
atestada de libros, arte y recuerdos. No obstante nada más escuchar
mi nombre me escandalicé, mi bota aplastaba su cabeza y sus lágrimas
no tardaron en aparecer.
Había jurado amor eterno a ese maldito
estúpido. Juré que le amaba mirándolo a esos ojos encendidos de
locura por un deseo, una necesidad que él no tenía que cubrir, y
sólo por poner en curso una estratagema de un ladrón. Nos habían
robado algo más que dinero, joyas, propiedades y poderes. Habían
destruido un vínculo entre ambos. Sentí que debía dejarlo ir, que
retenerlo sería obligarlo a soportar mis reproches, y por eso le
pedí que se fuese. Lo eché.
Algo en mí me gritaba, al igual que a
Pinocho le alentaba aquel minúsculo y enclenque grillo, que él
lograría recuperarlo. No había ser en este mundo más tozudo. Si
había decidido ser humano viviría como tal, pero alcanzaría a
quien le había despojado de su identidad. Si bien no pensé que se
vengara de mí, puesto que siempre se había comportado
condescendiente. Fue toda una sorpresa ver arder mi refugio.
Actualmente he visto a muchos jóvenes
caer en las mismas trampas, aunque no para perder el cuerpo. Muchos
han perdido su identidad, quienes son realmente, siguiendo algunas
modas o un servicio de aplicación móvil. Ilusos siempre habrá, al
igual que estafadores.
No hay comentarios:
Publicar un comentario