Khayman nos ha trasmitido esto desde algún lugar...
Lestat de Lioncourt
La lluvia caía delgada, pero continua.
Fuera la frondosa selva se extendía como el cuerpo de una serpiente
midiendo a su inminente víctima. Las aves parecían estar dormidas,
aunque de vez en cuando escuchaba su aleteo, igual que las elegantes
pisadas de algunos grandes felinos salvajes. Todo el templo olía a
tierra mojada, flores silvestres y distintos perfumes de los jóvenes
que se aproximaban a nuestra biblioteca. Si bien, no debería decir
nuestra sino suya. Maharet había recopilado la historia de nuestros
actos, los suyos, los de la Gran Familia Humana y los sucesos más
importantes de la humanidad quedaban reflejados.
Había empezado a escuchar aquella voz
hacía algunos años. Era una voz profunda y masculina. Al principio
balbuceaba, pero debido a su insistencia se convirtió en un gran
orador. Cuando conducía en las grandes ciudades, aquellos elegantes
deportivos, podía oír como tarareaba algunas canciones de grupos de
rock británicos o varias de Lestat. Mis manos se deslizaban
dulcemente por el volante mientras él reía.
Cuando comencé a oírla pensé que era
fruto de mi mala conciencia. Había muchas cosas que no había hecho
durante mucho tiempo. Dejé atrás a la familia, me hundía en mis
propias aventuras, y pensé que los espíritus jamás me alcanzarían.
Todavía recordaba como aquel espíritu burlesco se apropió del
cuerpo de mi padre, ya momificado, para hacerlo bailar. Aún podía
ver aquellas cuencas vacías mirándome desde el otro mundo, el hedor
del cadáver y los ungüentos hechos con diversas plantas. Creí que
eso había quedado atrás. Me equivocaba. No era fruto de mi mala
conciencia, ni un vampiro intentando encontrar el camino o un intruso
en mi mente. Estaba dentro de mí, como una llamarada.
Ahora lo entiendo todo.
Aquella noche me incorporé del suelo,
donde solía tumbarme a escuchar viejos discos, y comencé a
deambular por las estancias con los pies desnudos y la mente bullendo
con murmullos. Por un momento pensé que eran mis propios
pensamientos, pero no fue así. Alguien movía mi cuerpo, me
desplazaba de un lugar a otro, y el olor a carne quemada empezó a
darme náuseas. Los gritos, los lloros, los lamentos, las súplicas y
el dolor crecieron consumiendo a los muchachos que allí se
encontraban. Venían cientos, había decenas. Caí de rodillas
llorando. Me sentí muy confuso. Ella también estaba allí. Por un
momento creí que era Maharet, pero era ella. Era Mekare. Ella
también estaba quemando a los que quedaban vivos.
En estos momentos ya encontré la paz.
Soy un espíritu más. Tuvieron que detenerme, pero durante meses
sembré el terror en diversos países del norte, centro y sur de
América. Sobre todo del sur de este continente. Brasil fue el lugar
donde más caos y miseria ofrecí.
Dejé de ser el hombre honesto, el
guardián amable, el guerrero de la paz... y me convertí en el
asesino del silencio, el amor, el respeto, el honor, el orgullo y la
juventud. Robé tiempo, destruí tiempo.
Ahora lo entiendo todo.
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