Gregory Duff Collingsworth o Nebamun... es uno de esos vampiros que se hacen amar.
Lestat de Lioncourt
Muchas veces creí que sería difícil
explicar mi vida a otros, pero fue asombrosamente sencillo hacerlo
una vez todo se detuvo y comencé a dar explicaciones. Supongo que
tras cientos de siglos de silencios, de ocultarme como si fuese un
viejo tesoro, fue más sencillo que hablar sobre una vieja historia
que parecía más bien una leyenda. Ofrecer una verdad en un momento
donde todos los ojos y oídos son pocos es inusual.
Recuerdo la primera vez que pisé un
país occidental. Había dejado atrás la arena dorada y amontonada,
extensa como un océano profundo y peligrosas como una selva
tropical, para encontrarme con bosques, ríos, lagos, ciudades
apelotonadas a los pies de montañas o en valles extensos. La lengua
no fue difícil para mí debido a los poderes que poseemos los
vampiros. Estos nos hacen poder entender el idioma de cualquier país,
evitando así fronteras culturales o de cualquier tipo.
Sin embargo, lo que mejor recuerdo,
como si fuese ayer mismo, es a Amel apareciendo en la vida de todos
nosotros. Ese vínculo, ese germen. Pude contemplar como Akasha caía,
junto a su esposo y su fiel mayordomo real, sobre las baldosas de
aquella habitación. Me encontraba oculto en un baúl. Era el amante
favorito de Akasha, el actual compañero de cama, pues Enkil jamás
había tenido tales acercamientos.
Los ojos parecían que iban a salirse
de mis órbitas cuando contemplé estupefacto como se introducía en
ella, agujereando su cuerpo, para luego incorporarse. Un alarido de
dolor, como si ardiera envuelto en un fuego invisible, la avivó. Se
convirtió en una marioneta de mirada terrible, soberbia y capaz de
cualquier cosa, dejando atrás esa escasa fragilidad que en ocasiones
me mostraba en la cama. Era otra. Se sabía poderosa. El miedo se
apoderó de mí y decidí seguir oculto, observando como mordía el
cadáver del rey Enkil, para luego hacer lo mismo con Khayman. Ambos
cobraron vida tras derramar su poderosa sangre sobre sus labios y
estos se incorporaron como si nada hubiese pasado.
La mirada de Khayman, siempre alerta,
era la de un hombre asustado. Sabía que algo era distinto en él,
por eso el silencio parecía precederle. Por otro lado Enkil reía
maravillado. Tal vez se sabían muertos, se habían visto como
espíritus revoloteando por el techo de la habitación. Jamás
pregunté. Sobre todo porque yo fui el siguiente en ser transformado
en uno de esos monstruos perfectos. Me convertí en el líder de un
ejército ante el desacato del leal mayordomo, el cual decidió
proteger a las Gemelas Pelirrojas. Debí hacer lo mismo. Todos
debimos hacía mucho atacar a la reina y librarnos de su horror.
Durante siglos recordé la maldición
que Mekare lanzó sobre la reina. Dijo que ella le arrancaría el
corazón y la decapitaría, que llegaría su hora y lo haría junto a
su hermana. Por eso le arrancaron la lengua y a su gemela, para que
no pudiera encontrarla, sus ojos. Tuve que separarlas, echarlas a dos
corrientes distintas, y asumí mis culpas durante largas noches.
No me siento orgulloso de mis inicios,
pero sí de mi presente. He logrado formar una pequeña familia de
inmortales, he salvado la vida a un joven vampiro de hermosa piel
oscura, y tengo un imperio farmacológico que investiga junto con
Fareed Bhansali mejoras en nuestra genética, evitando enfermedades
que podrían aparecer o mejorando nuestra calidad de vida.
Sin embargo, contar todo esto, fue
difícil. El micrófono estaba abierto, había más de una decena de
inmortales rodeándome. Sentí que todos retenían el aliento porque
me detestaban por mis malos actos, pero finalmente me perdonaron y
aceptaron que tuve mi momento en la historia.
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