Jesse es y será una gran mujer.
Lestat de Lioncourt
No siempre somos lo suficientemente
fuertes para admitir nuestros errores, sean cuales sean. Nos vemos
privados de nuestras propias emociones porque no tenemos agallas.
Convertimos nuestro mundo en un bunker de mentiras que parecen
protegernos, pero en realidad nos superan en número y aplastan las
pocas oportunidades que podemos llegar a alcanzar. De ese modo, todo
ocurrió.
Me enamoré del misterio que envolvía
la muerte de mis padres cuando tan sólo era una niña. Había
escuchado mil historias sobre ellos, su profesión y poderes
sobrenaturales. Yo también los poseía, pero los ignoraba. Sin
embargo, fue llegar una tía lejana a mi vida y desarrollarlos sin
miedo. Ella me dijo que me cuidaría, que vigilaría cada uno de mis
pasos, y me dio sumas importantes de dinero para mis estudios,
caprichos y necesidades básicas. Mis padres habían muerto, pero yo
debía seguir viviendo siendo un fruto perfecto.
Cuando era apenas una adolescente tuve
problemas con numerosos espíritus. Salí en la portada de algunos
periódicos locales hablando sobre casos de asesinato, cuyas pruebas
nunca se habían hallado, revolviéndolos y dando con el asesino.
Supongo que eso fue el detonante, aunque quizá lo fue quien era
realmente mi tía Maharet, para que Talamasca, con David Talbot a la
cabeza, se hicieran cargo de mis habilidades.
Recuerdo lo furiosa que estaba Maharet,
pero me permitió hacer lo que yo creía oportuno. Tras cinco años
bajo la tutela de Talbot llegó el momento. Quería demostrar que los
vampiros eran una fábula. Me personé en Nueva Orelans en búsqueda
de la famosa casa de la novela “Entrevista con el vampiro”.
Llevaba conmigo un ejemplar de aquello que creía fábula. Era pura
basura, a mi parecer, pero comprendí que esa pura basura era cierta.
El fantasma de la niña inmortal, de esa perfecta muñeca, infectaba
la casa debido a los recuerdos que latían bajo cada tablón podrido
del suelo.
Creo que eso fue lo que hizo que fuese
al concierto. No tenía permiso. Maharet me puso un escolta, alguien
que ya conocía de otras ocasiones. Mael fue quien me cuidó hasta el
momento que alguien me empujó y sentí como mi cuello se quebraba.
Después, la inmortalidad en la camilla de un hospital.
Ella dejó de ser mi tía Maharet y se
convirtió en mi hermana, mi consejera, mi madre, mi tía y mi
abuela. Khayman, a quien conocí esos días, era un hombre protector
y que me llenaba de besos el rostro cuando me veía llegar tras
pequeños viajes, casi insignificantes, buscando misterios o
conversando con otros jóvenes para ver el mundo. Ahora odio esos
viajes, pues perdí tiempo con ellos. Ya no están. No está mi
maravillosa tía Maharet y tampoco el dulce protector de Khayman.
Tampoco está la pobre tía Mekare. Nadie. Sólo un montón de
escombros que van tomando forma. Rhoshmade y Benedict, dos vampiros
poderosos, mataron horriblemente a mi tía Maharet y después
destrozaron a Khayman. Doy gracias que ambos murieran
consecutivamente porque sé que él no hubiese podido soportar el
saber que ella estaba muerta. No paro de rememorar como la miraba,
igual que un hombre cuando ve a la mujer de su vida caminando hacia
el altar, y esa mirada jamás se fue.
No hay comentarios:
Publicar un comentario