Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

domingo, 21 de abril de 2013

Dioses del Roble


Texto realizado para EL JARDÍN SALVAJE

Personajes de Anne Rice, pero el texto es original



Pasaba la una de la madrugada y ambos nos habíamos alejado del grupo de inmortales a los cuales teníamos como compañeros. Me había instalado en una fabulosa mansión rodeada de arte, naturaleza y escándalo. Era un lugar extravagante como su dueño y tan alocado como las fiestas que se daban cada noche. Sentía que cualquier oportunidad era buena para brindar y sospechaba que si no existía bien podía inventarse. Mael me había rogado que nos alejáramos algunos cientos de metros, justo donde la madreselva cubría los árboles más vetustos y los bancos de mármol estaban cubiertos de verdín. Algunas de las fuentes y estatuas ya no tenían agua que discurriera, pero sí se había formado una pequeña charca donde las ranas saltaban de hoja en hoja.

Mael vestía con una túnica blanca cuyos bordes se habían ensuciado. El pelo de centeno que poseía caía lacio hacia casi la mitad de su espalda, sus ojos fríos cortaban el silencio que dejaban a su paso las luciérnagas, las pisadas de ambos eran desnudas. Me encontraba extasiado por adentrarme en medio de la naturaleza en medio de un enjambre de tecnología que a duras penas sabía usar. Él me había obsequiado con una túnica verde que cubría mi cuerpo mucho más ancho por mi musculatura de guerrero, tenía los cabellos también sueltos y sujetaba un cayado que hundía en la tierra pantanosa. La noche nos acogía y la hoguera que él había encendido horas atrás permanecía encendida a aguardándonos.

Nada más llegar al lugar de las llamas miré con fascinación el fuego y después los papeles desperdigados. Mael había intentado escribir algo esa noche, aunque no sé siquiera aún hoy qué pretendía, sus manos blancas y frías acariciaron mi rostro cuando nos detuvimos cerciorándose que estaba ahí. Notaba en sus ojos cierta rabia y también una profunda, misteriosa y agónica necesidad de transmitir su entrega. De nuevo como aquel día, como si lo reprodujera, colocó sus manos sobre mi torso acariciándolo lentamente intentando incitar mis deseos y avivar mis recuerdos.

Me incliné hacia él acariciando su rostro del mismo modo que él lo había hecho, dejando algunos mechones hacia atrás y permitiendo que besara mis manos que con sigilo recordaban como eran sus rasgos fríos y duros. Era joven cuando nos despedimos, aunque pasamos muchas décadas juntos, y ahora era un hombre que había visto quizás más mundo que yo mismo.

Cuando menos lo esperaba se apartó quitándose la túnica y quedando desnudo, después vino hacia mí e hizo lo mismo. Nuestros cuerpos estaban desnudos en medio de una naturaleza que se avivaba cada vez más, la primavera había hecho su entrada y aunque no todas las flores se habían abierto sentía su fragancia. Rápidamente, y tras un escueto beso en mis labios, se arrodilló comenzando a succionar mi miembro como lo haría una mujer necesitada.

Eché mi cabeza hacia atrás y agarré la suya con fuerza. Sentía su lengua deslizándose serpenteando desde la base de mi falo hasta el inicio de éste. Mis testículos acariciaban su mandíbula y su nariz rozaba mi vientre. Pero sobre todo, sí sobre todo, eran sus ojos. Esos ojos fríos parecieron volverse cálidos como un mar veraniego con un sol ardiente esperando tostar nuestros cuerpos. Sus manos se aferraron a mis caderas y pude empezar a escuchar roncos gemidos ahogados por el volumen de mi sexo.

Repetí su nombre en varias ocasiones notando que aquello lo alentaba. Y tanto fue así, que terminó apartándose y arrojándose contra la hojarasca. Sus nalgas se vieron apetecibles como aquella noche y sus manos acariciaban la tierra arrañándola para calmar su deseo. Gemía temblando esperando que le hiciese caso, avisándome que necesitaba que fuese brusco. Mis manos ásperas fueron hacia sus nalgas recordando el momento en el cual las abrí por primera vez. Quedé fascinado por mi memoria, aunque quedó reducida a cenizas cuando le penetré. Él gritó satisfecho y yo gemí en medio de un ronco gruñido que parecía más el de un oso pardo que un hombre, si me puedo considerar aún un hombre a pesar de ser un engendro para muchos.

Las embestidas eran directas y fuertes, pero no rápidas. Siempre detesté el sexo rápido porque la satisfacción se reducía. Sus ojos emitieron lágrimas de profundo agradecimiento que pude ver al tener la cara girada hacia mí. Tenía un rostro similar al de un hombre que se entrega a la persona amada, por eso no me detuve sino que sequé sus lágrimas con mis torpes dedos y seguí penetrando en él. Sentía como le abría, percibía su placer y podía ver su sexo duro rozando el suelo húmedo.

No necesitábamos palabras de aliento, sólo disfrutar como si fuésemos nuevamente aquellos dos hombres que nos encontramos dentro de una corteza de roble. Las primeras noches él no dijo nada de Marius, a decir verdad jamás habló palabra de ello hasta que lo hallamos. Sin embargo, cuando bebí de él vi todo con claridad y sus recuerdos me pertenecían. En esos momentos sólo parte de ellos eran reales, el resto sólo pura invención de todo lo que escuchaba o podía ver a lo lejos.

Pronto su cuerpo estaba perlado de sudor, al igual que el mío, las llamaradas parecían tan intensas como nuestro ritmo y cuando menos lo esperaba él apretó sus músculos y sentí como llegaba a la cima. Cuando él liberó su cálida esencia, en ese mismo instante, me dejé llevar por la deliciosa presión y los sentimientos que se mezclaban agitados.

Al salir de él, liberándolo de la presión de mi sexo, noté que se incorporaba lanzándose contra mí para tirarme al suelo a su lado. Su boca se volvió impaciente y sus manos insatisfechas. Durante más de dos horas estuvo acariciándome y venerándome igual que se hace a un Dios. Supuse entonces que su verdadera forma de ser tan sólo se mostraba ante mí porque no me temía, sino que me necesitaba, mientras que con el resto era desagradable, rencoroso e incluso cruel. Por ese motivo decidí quedarme a su lado y no molestarlo más con mi huida.  

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt