Justo en el ocaso se despegó de la
cama donde yacía aún con ella. Hermosa, impecable, deliciosa y
sobre todo arrojada a sus sueños. La contempló largamente a
sabiendas que bajo sus sábanas no había nada, tan sólo desnudez
tibia. Habían descansado todo un día después de una agitada noche.
La había amado bebiendo de sus labios el brindis más dulce.
Enamorado, entregado, hundido en la satisfacción plena se incorporó.
Sus pasos eran rápidos por la
habitación buscando un trozo de papel para dejar una nota. Halló
folios blancos desperdigados en un pequeño escritorio auxiliar y
allí comenzó a escribir un poema para ella.
“Me abriría el pecho para que vieses
mi corazón,
te ofrecería el encanto de mis
palabras
mientras me haces mecer en tu
embrujo...
pálida chiquilla de ojos tristes.”
Se giró casi por completo para verla
recostado en el mar de ropas de cama. El juego de sábanas era
blanco, como la espuma del mar, y sus cabellos rubios desperdigados
sobre la almohada la hacía ver hermosa. Sus labios eran sugerentes y
pedían ser besados con ansiedad. Al regresar a su escrito se dejó
llevar por la belleza que había contemplado.
“Lloraré sobre tu lecho cuando me
ames,
me acercaré a tus pómulos y los
acariciaré
para después bajar besos por cuello
hasta tu delicado talle de flor.
La belleza de tus tobillos
es similar al de tu sonrisa esquiva.
Tan seria, a veces pareces fría
pero en realidad eres volcán de café.”
Los recuerdos de la noche anterior
afloraron y lo volvieron febril, deseoso de arrojarse a su deseo. Sin
embargo, no podía. Tenía que escribir aquello y marcharse antes que
su esposo viniese de nuevo a buscarla, a sabiendas que él había
estado ocupando su lugar.
“Y me meceré en tus brazos
sentiré como me rodeas por completo
entrelazando nuestros corazones
en un intenso y hermoso lazo.
Como divina y antigua tragedia griega
seré Dios del Olimpo y tu musa;
y caminaremos por la Ópera
cantando nuestra profunda pasión.
Bailaré contigo un vals hecho tango,
para luego convertirlo en un violento
rock
hasta que estalle en carcajadas
nuestras almas
sintiéndonos ebrios de ritmo y
libertinaje.”
Al acabar firmó con un “Je t'aime ma
cherie” y lo dejó doblado sobre la almohada que él había
ocupado. Después, se vistió con prisas y besó su frente como si
fuese una pequeña criatura frágil que fuese a evaporarse.
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