Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

lunes, 26 de agosto de 2013

Una noche fresca de verano

Se hallaba sentado en una de las mesas del jardín. Aquellas encantadoras mesas de hierro con patas retorcidas convertidas en pequeñas ramas de las cuales salían capullos de rosa, las cuales parecían imitar la vida y casi moverse con la suave brisa veraniega. El otoño se acercaba, podía olerlo en aquel jardín tan maravilloso que tenía su encantadora Mansión. Todas las habitaciones tenían la luz encendida desde hacía un buen rato, la risa y el vino se desparramaban por los sofá de las salas inferiores, podía escuchar a lo lejos el tecleo incesante del ordenador portátil de David Talbot y las pisadas rápidas de Armand hablando a una grabadora, así como el berrinche de Mona al descubrir como su más espléndido, y corto traje, había sido masacrado por el mismo que escuchaba todo y reía socarronamente.

Lestat se hallaba en el paraíso. Podía decirse que era Adán esperando a Eva. Todos tenían un cometido en aquel lugar y él era el anfitrión, sólo tenía que sonreír y soltar sus mentiras, o verdades, sin importar nada. Abrazaba cada noche la embriaguez por la felicidad, belleza y sotisficación de aquellos que le rodeaban. Sin embargo, era un hombre vivo como la llama de una vela gracias a Rowan.

Ella era su Eva. Una Eva distinta a todas. Una mujer desafiante, firme y con una mente brillante. Esos labios carnosos, sus ojos grises, el cabello ondulado ahora largo que caía hasta sus hombros, su delicada cintura y esos precavidos escotes en sus blusas coquetas cargadas con un perfume suave, tan suave como su voz cuando le susurraba su amor. Ah, esa Rowan lo traía loco y él lo sabía. Era un condenado idiota con una mujer a su lado que valía más que cualquier otra. Era como el muñequito de la tarta de bodas, lucía bien al lado de la novia.

El jardín estaba lleno de aromas de todo tipo, incluso tenía un perfume especial a muerte debido a los enterramientos de las piezas de carne que Armand había hecho incinerar en una pequeña hoguera hasta que se recudieron lo suficiente para echarles tierra encima. También había uno a leña perpetua gracias a Mael y Avicus, ellos preferían las pequeñas fogatas mientras leían y bailaban al son de ritmos que ya se habían perdido en las diversas generaciones de hombres que asolaron la tierra. Pero sin duda el olor más fuerte e intenso era el de la menta que estaba plantada cerca de la entrada, la cual subía suavemente por la parte inferior de los grandes y robustos robles, los cuales se movían aquella noche tiritando quizás por la brisa.

Y allí estaba él disfrutando de todo, sintiéndose el Dios de aquellas criaturas mientras se sentía insignificante a la vez. La pequeña pantalla de su móvil iluminaba su rostro suavemente sonrosado por la sangre que había conseguido ingerir. Quinn había mandado un mensaje de disculpa por sus días fuera, que en realidad eran semanas, y él tecleaba con cierta habilidad un mensaje para Rowan. A pesar que ahora podían comunicarse de forma más fluida seguía saboreando el momento en el cual ella respondía. Era algo extraño, pero aún así le hacía sentirse motivado.

-¿Qué haces aquí tan solo?-preguntó una voz que conocía bien. No le había escuchado llegar debido a lo ensimismado que estaba componiendo un nuevo poema de amor. Él era Marius.

Una camisa roja como la sangre, tan llamativa como las cerezas recién recogidas, y un pantalón negro de pinza con unas sandalias de cuero negro muy elegantes y cómodas. Sus cabellos estaban sueltos, caían lánguidamente hasta algo más allá de sus hombros mientras él sonreía.

-¿Qué haces tú que no te enfermas por un nuevo mejunje de tu amado Armadeo?-susurró con una carismática sonrisa mientras alzaba su rostro- Espero a Rowan.

-Oh, yo he quedado con Amadeo para más tarde. Aún no deseo enfermarme con sus absurdos experimentos- dijo sentándose en la silla contraria sin ser invitado formalmente- Luciérnagas, pronto no habrá luciérnagas.

-Pronto no quedará nada de éste dulce verano-replicó- ¿A quién le importa? La vida sigue.

-Es cierto-hizo un ademán suave con su cabeza y suspiró.

Entonces llegó ella. Sus ojos grises conectaron con los violetas mientras inesperadamente él pulsaba el envío del mensaje. La música del teléfono de su amada sonó, pero ella sabía que era él y ya no importaba de momento. Podía leer aquello más tarde.

Lestat se movió hacia ella, la tomó por la cintura y la pegó a él frente a Marius que sólo murmuraba en italiano una ligera canción de amor. Sus manos se posaron en sus caderas y después en su rostro. La miraba como si viese a la misma Venus que Marius pintaba. Ella era la mujer que le había hecho enloquecer. Y entonces su maestro desapareció dejándolo a solas con su Eva, su doctora.

-¿Me has echado de menos?-preguntó con un timbre frío aunque sabía que tras él había multitud de matices- Lestat, te estoy hablando.

-Y yo te estoy contemplando-susurró fascinado por sus pómulos marcados, sus ojos que mil veces había contemplado y por sus labios en movimiento. Y de la nada la besó como respuesta.


Ella y él, como dos muñequitos de un pastel, elegantemente vestidos en medio de un jardín de las delicias embriagado con la muerte y la vida. Dos seres mágicos que habían decidido unirse. La delicada y dulce sensación de felicidad en una noche fresca próxima al fin de verano.  

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt