Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

domingo, 29 de diciembre de 2013

Hamlet Seduction

Bonsior mes amis

Hoy tenemos preparados varios fic. El primero de todos es de Tarquin Blackwood y Mona Mayfair. Como bien saben son una de las últimas parejas que han ido apareciendo en mis aventuras. 

Lestat de Lioncourt


Hamlet Seduction 


La noche había caído hacía varias horas, las luces de la mansión Blackwood estaban apagadas salvo la del porche, el pantano, ese que besaba las tiendas de la mansión y rodeaba el Santuario, estaba ciertamente silencioso y las aguas nocturnas eran profundos bosques llenos de un murmullo típico el cual se convertía en cómplice de tus oídos perdiéndose en la percepción de éste. Las sensaciones se levaban hacia las copas de los árboles que mostraban su aspecto más terrorífico, con sus ramas desnudas lavándose como tridentes demoniácos hacia la bóveda celestial, y los mosquitos a penas zumbaban. La frondosa hierba estaba algo destrozada por el frío de las noches anteriores, pues se habían quemado varias zonas debido a la escarcha y escasa aguanieve.

Una barcaza de madera a motor se aproximaba a lo lejos rompiendo el pesado encantamiento. La suave brisa agitaba unos cabellos de fuego y otros que se perdían en la propia noche. Sus pieles resplandecían bajo aquella oscuridad. Mona y Tarquin se aproximaban al lugar que transformó el destino de los Blackwood. Nuestra Ophelia Inmortal se hallaba aferrada al grueso abrigo de paño, con forro de oveja, de su Abelardo. En su mano derecha lucía el anillo de matrimonio que él le había entregado noches atrás, un anillo que simbolizaba el amor que ambos se profesaban pese a las distintas circunstancias que habían envuelto sus vidas, el destino de estas y los inmortales que se habían cruzado entre ambos. Tarquin tenía la mirada alzada y contemplaba el recorrido de las ondas que provocaba el corte de la barcaza contra el agua estancada, podía percibir como algunos caimanes se movían avisados de la presencia de una embarcación, y también el roce del rostro de su amada contra su pecho.

Mona a penas llevaba ropa encima salvo un elegante, escueto y bonito vestido lleno de transparencias y brillos provocados por las lentejuelas. Parecía una sirena que acababa de salir a la superficie y había sido arrastrada hacia aquel frágil bote. Sus pechos se veían realzados por el escote y la apretada tela, el hueco entre ambos provocaría incluso al mismísimo Demonio y tentaría a cualquier ángel. Sus labios estaban pintados en un tono de rojo muy intenso que dibujaba una perfecta boca de labios simétricos, algo hinchados y de sonrisa sensual. Sus manos tenían laca del mismo color que sus labios y, en cierto modo, su pelo. Las lentejuelas blancas centelleaban bajo la escasa luz, la cual era la luna y el foco de linterna que llevaba la embarcación.

Tarquin, sin embargo, llevaba una larga bufanda de color gris que intentaba cubrir parcialmente el cuerpo de su amada. Ella parecía despreciarla pese al frío, pues quería destacar y mostrar su belleza aunque las circunstancias fueran desfavorables. Su abrigo negro cubría su jersey caqui, bastante grueso, y de cuello de pico que dejaba ver su camisa blanca y su corbata negra igual que sus pantalones de vestir con raya en medio. Los ojos azules que estaban enmarcados en sus pómulos altos de rostro suavemente aniñado y labios sutilmente finos, se deslizaron hacia ella observando sus enormes esmeraldas de las cuales brotaban una pasión que calentaba a ambos.

El bote arribó tierra y terminó echando amarras. Tarquin bajó primero y tomó de la cintura a su diminuta acompañante. Era un joven que alcanzaba una estatura considerable, ya que medía un metro noventa centímetros, a pesar de su complexión delgada que le otorgaba la apariencia de un frágil gigante. Sus manos eran grandes aunque delicadas y rodearon la cintura de Mona, la cual poseía unas caderas sugerentes y unas piernas envidiables. Ella estaba descalza y pudo sentir la humedad de la tierra en sus pies, pues se había quitado los elevados tacones en la barca. Se veía diminuta, aunque sensualmente proporcionada, junto a su Abelardo. Mona tenía metro y medio de estatura, lo cual provocaba que su rostro quedara a la altura del pecho de Tarquin.

-¿Seguro que no deseas que te preste mi abrigo?-preguntó preocupado tomándola del rostro con ambas manos, las cuales prácticamente cubrían éste con una calidez propia de su caballerosidad.

-No, no es necesario- dijo con una sonrisa sugerente mientras posaba las suyas sobre su torso y las subía a sus hombros- Pronto entraremos en calor.

-Sí, podemos encender la chimenea-respondió con naturalidad e inocencia sin percatarse del juego de palabras de su entregada amante.

-Sí, el fuego...-susurró tirando de su corbata para que éste se inclinara.

Tarquin la miró a los ojos apoyando su frente contra la suya, sintiendo como sus pensamientos se nublaban y sólo podía pensar en la belleza de Mona. Su Ophelia Inmortal, la mujer con la cual deseó casarse nada más verla en aquella terraza sentada con aquellos lazos en su pelo. Se veía tan hermosa, tan sugerente, con una inocencia fingida y unas pecas que salpicaba un rostro aniñado, de sutiles y hermosos pómulos. Aún temblaba por completo al recordar sus primeras palabras, el tono cálido y seductor de su voz, y lo deseosa que se encontraba por desentrañar el misterio que le rodeaba. No dudó en besarla con ternura y cierta pasión. Sus labios rozaron los de Mona, sus manos se deslizaron hacia su cintura y acabó por rodearla mientras se inclinaba algo más y ella se colocaba de puntillas apoyada en él.

Al apartarse sintió otro tirón de su corbata y acabó riendo. Mona no quería separarse de sus labios y él, en realidad, no quería separarse de ella. Era la mujer que amaba, por la cual había derramado cantidades ingentes de lágrimas y que incluso había contemplado en su lecho de muerte. Ella era todo. Él era simplemente el príncipe que la rescataba del castillo, el joven que con elegancia le pedía un último baile cada noche y que sin duda quería guardar sus sueños en pleno amanecer.

-Oh, Quinn- masculló tomándolo del rostro, deslizando sus dedos entre sus sedosos y rizados cabellos oscuros, para tirar de él y colocar su rostro cerca de aquel escote que rezumaba el delicioso calor y aroma que Mona poseía- ¿Seguro que sólo me calentará el fuego de la chimenea? ¿No has pensado que quizás ya arde cierto fuego en mi interior y deseo que lo avives?-la punta de la fina nariz de Tarquin quedó entre sus senos- Quinn, mi noble Abelardo, quiero que me hagas tuya en el Santuario ¿comprendes mi amor?

Él se apartó agitado, con los ojos llenos de deseos y lujuria. Sintió ese mismo irrefrenable ardor que le gritaba hacerla suya, igual que aquella noche cuando apareció siendo pellejo y hueso frente a él. Era un vampiro macho joven con las hormonas por las nubes y ella una hembra seductora pese a su apariencia, la cual había mejorado nada más tomar la sangre de Lestat y que había obrado un milagro. Allí parados, tan cerca uno del otro, y con sus manos aún sobre su rostro deseó quitarle el escaso vestido entre tirones y mordidas. Se sintió vil y sucio por querer inclusive hacerlo frente a todos, que todos contemplaran su pasión y el deseo que ambos guardaban en sus almas. Una fiera oscura y terrible que aguardaba en la figura y modales de un auténtico caballerito sureño.

-Yo...-balbuceó colocando sus manos sobre las diminutas de Mona-Yo...

-Destrózame como tú sabes hacer. Quiero ver ese lado oscuro que posees, mi noble y dulce Abelardo-dijo apartando sus manos para echar a caminar hacia el sendero que llevaba a la pequeña casa que había soportado la humedad del pantano y las décadas con soberbia- Quinn, por favor...-susurró girándose hacia él para mirarlo en la oscuridad- Ven conmigo.

Podían verse a la perfección debido a sus grandes y privilegiados poderes de vampiro. El deseo germinaba en su interior y sus manos se cerraron en puño mientras suspiraba enamorado. Quería mantener ese lado alocado y violento, mostrando con ella el torpe, seductor y dulce que tanto conquistaba a cualquiera que lo contemplara sentado con elegancia en las sillas blancas de jardín. Allí, con sus piernas cruzadas y su rostro perdido en divagaciones, era el propietario de una fortuna increíble que le había proporcionado una educación cuidada con tutores privados. Mona quería romper ese encanto cuando estaba dispuesta, pues sabía el poder magnético que tenía sobre él.

-¿Vienes?-susurró nuevamente mientras se apoyaba en la puerta girada hacia él.

-Sí-dijo relajando su cuerpo para caminar hacia ella con esa elegancia típica en cada uno de sus pasos.

Al subir por las escaleras, hacia ella, la madera crujió y la llave en su bolsillo tintineó al sacarla y deslizar ésta hacia la cerradura. Con un rápido giro de muñeca la puerta cedió, pulsó el interruptor cercano al marco de ésta y el hermoso palacete se iluminó. La lámpara de lágrimas que había instalado recientemente era una maravilla, provocaba que las sillas estilo romano centellearan gracias al oro con el cual estaban hechas, y las alfombras que cubrían el suelo de mármol parecían derramar un colorido similar al de un jardín repleto de rosas rojas, violetas, cían y un amarillo muy vivo.

Mona se deslizó hacia el interior y quedó en el centro de la habitación. Sus senos parecían más tentadores y se movían suavemente. Los vampiros tenían ese defecto, o quizás virtud, que aún su cuerpo le pedía respirar a pesar que no era necesario. Sus piernas estaban prácticamente desnudas y no llevaba siquiera medias. Tenía una falda corta, tan corta que a penas cubría sus ingles, y con cierto erotismo sus manos acomodaron sus cabellos enredados, salvajes y rojos. Sonrió como una perfecta actriz porno pero luego hizo una mueca inocente. Sus dedos acariciaron las lentejuelas de su vientre plano, el cual estaba brevemente cubierto pues tenía además transparencias, y llegó al borde del vestido que al alzarlo mostró su hermoso sexo. Tenía sutilmente algo de vello púbico de color rojizo, siendo una sutil mata de pelo sedosa y rizada.

-Se me olvidó la ropa interior, Quinn-murmuró con cierta sorpresa en su voz para luego soltarse a reír de forma encantadora y pícara.

-Mona...-balbuceó cerrando la puerta tras él y quedándose pegada a ésta.

-¿Qué?-preguntó bajando la ropa de nuevo para acercarse a él con pequeños pasos.

Con una sonrisa sugerente se pegó a él y tomó su brazo derecho por el codo, moviéndolo del costado, para luego deslizar su mano hacia la muñeca de su amante y llevó su mano hasta el interior de sus cálidos muslos. Entonces pudo sentir el vello entre sus dedos, posteriormente como sus labios inferiores se abrían y llegaban hasta su clítoris el cual ya estaba húmedo.

-Mona...-jadeó llevando su mano izquierda a los rojizos cabellos de su Ophelia. Respiró agitado inclinándose hacia ella. La bestia estaba a punto de despertar- Mona...

-Quiero que me rompas. Te ordeno que lo hagas Tarquin Anthony Blackwood- dijo furiosa pero excitada- Hazlo-jadeó mordiendo su labio inferior al notar como los dedos de su amante se movían estimulándola- Quinn... no tengas compasión...-balbuceó.

Tarquin la besó callándola de una vez. Su lengua se desató dispuesta a robarle cualquier jadeo. Mona podía sentir los dedos desesperados de su amante, tan largos como aventureros, que pronto se hundieron en su vagina penetrándola. Él rápidamente la empujó sacando sus manos y a ella de encima suya. Sus manos se colocaron en las débiles tirantas mientras las rompía con furia, igual que rasgabas su escote y destrozaba la tela transparente. Los pechos de Mona se movieron libres con sus pezones sonrosados algo duros, su vientre plano de ombligo perfecto y caderas anchas eran provocadores, pero sobre todo lo que volvía loco a su amante era su aroma. Tenía un aroma sexual que explotaba en la punta de su nariz, por eso inmediatamente la tiró al suelo mientras las lentejuelas aún botaban y caían por todas las direcciones posibles.

Se liberó con rapidez de su abrigo, aunque casi no podía librarse de la corbata debido a su torpeza. Mona decidió ayudarlo quitando los botones de su camisa, pero estaba desesperada por sentirlo que acabó rompiéndola y los botones rebotaron por el suelo. Ni siquiera habían encendido la chimenea y ya estaban sintiendo cierto calor recorrer a ambos.

-Quinn...-gimió abriendo sus piernas mientras estiraba sus brazos hacia sus cabellos, tirando de ellos y provocando que el rostro de su Abelardo se hundiera en sus mullidos, seductores y excitantes pechos.

La boca de Tarquin se abrió sacando su lengua para lamer sus senos, viajar hasta sus pezones y succionar ambos alternativamente. A su vez, completamente desesperado, se deshacía de su cinturón y bajaba sus pantalones para sacar de entre su ropa interior su miembro. Tenía un tamaño considerable debido a su estatura, pues estaba perfectamente proporcionado. Mona sentía un agradable dolor y calor cuando la penetraba.

-Oh, Quinn...-susurró llevando su mano derecha al miembro de su amante, agarrándolo por la base para deslizar sus dedos, apretándolo suavemente, hasta su glande.

De inmediato Tarquin cambió su expresión hacia una más dominante, su mirada se endureció y encendió, sus manos agarraron a Mona por sus muñecas y terminó por sujetarla únicamente con la mano izquierda. La derecha abrió sus piernas y cuando ella pensó que la penetraría tan sólo hundió sus dos dedos.

-Estás tan húmeda mi Ophelia-susurró moviendo ambos de una forma que provocaba que ésta se retorciera y cerrara las piernas- No-dijo duramente abriendo con fuerza bruta sus muslos para en un movimiento rápido girarla, dejándola con su torso sobre su espalda.

Sin cuidado alguno comenzó a dejar azotadas en sus nalgas con ambas manos, golpeándola con saña. Mona gimió, sobretodo cuando notó esas mismas azotadas sobre su sexo y finalmente su lengua hundiéndose en ella. La lengua de Tarquin era larga y sabía moverse en su interior. Siempre se había desecho con el sexo oral que él le hacía hasta convertirla en una perra sumisa. Aplastó con su izquierda su espalda, pegando sus senos al suelo sutilmente cubierto con una hermosa alfombra con flecos dorados y estampados de vivas flores cían.

Se apartó de ella hundiendo de nuevo sus dedos y estimular con cierta rapidez su clítoris. Las piernas de Mona temblaban y sus labios se abrían en forma de o. Gemía y gritaba su nombre alentándolo para que al fin la rompiera, cosa que logró sintiéndolo de una única estocada mientras le abría bien sus nalgas. Pues no la penetró por la vagina, sino por el ano. Rió bajo al notar la sorpresa que brilló en su cara y como el dolor la rompía, pero no pudo molestarse. Tras varias estocadas empezó a gemir mientras hundía sus dedos en su vagina y con la mano izquierda levantaba sus caderas con la palma extendida sobre su vientre.

-Hoy te romperé en dos, ¿no querías eso?-preguntó pegando sus labios sobre sus hombros, dejando besos suaves sobre estos, y mordiscos en su oreja mientras resoplaba y gemía bajo- Mona... eres mía.

-Sí-respondió moviendo sus caderas completamente entregada.

Las embestidas cada vez eran más fuertes y rudas. El ritmo era intenso como los gemidos de ambos. Ella llegó a su primer orgasmo, lo cual provocó que se tensara y apretara su miembro. Él intentó no terminar, por eso se apartó y la miró sentado en el suelo justo al borde de la alfombra. Ambos estaban sudorosos y agitados, sobre todo ella que había empapado sus muslos con sus fluidos. Rápidamente recobró el aliento y se aproximó gateando, colocando su rostro sobre sus muslos para comenzar a lamer su glande. La tomó del pelo apartándola para mirarla con cierto desafío, la tiró de nuevo al suelo pero esta vez contra el mármol frío de la habitación. Aquello erizó el pelo de la nuca, pero no pudo deleitarse del cosquilleo porque rápidamente sintió su miembro hundiéndose en ella. Un ritmo fuerte, incitante y que golpeaba en el punto justo que la mataba de placer.

Sus pezones duros rozaban el torso de su amante, compañero y esposo. Aquel hombre enamorado, completamente desesperado por ella, la dominaba en la cama, aunque en realidad estaban sobre el suelo del Santuario. La penetró con mayor furia notando lo estrecha que era, como la rompía y abría.

-Así, gime-sus piernas se enroscaban en su figura delgada, lo cual le daba cierta ventaja. Tenía unas piernas largas y hermosas a pesar de su estatura, las cuales apretaban con fuerza la figura de Tarquin y provocaba que las arremetidas fueran más intensas y profundas.

Pronto el rostro del noble Abelardo, del heredero Blackwood, y en definitiva de Tarquin se hundió en una mueca de placer intenso mientras ella echaba su cabeza hacia atrás y alzaba sus caderas. La que fuera heredera al legado Mayfair, una de las brujas más importantes y poderosas de la familia, estaba corrompiendo y encendiendo nuevamente a Tarquin, un pariente lejano que tenía en su sangre los genes Mayfair.

-Así, así-repitió temblando mientras sus brazos la rodeaban con tortuosa pasión y ella llegaba a su segundo orgasmo, él llegaba al final del primero y último de la noche. Su esencia bañó el interior de Mona, como en aquella primera vez en el coqueto hotel, y mordió sus labios tras un gruñido profundo.

No se retiraron y siguieron unidos hasta pasados algunos minutos. Entre besos y caricias, se quedaron recostados allí sin necesidad de chimenea pues ambos habían entrado en calor. Él hundió su rostro en su cuello y aspiró su aroma mientras ella acariciaba sus cabellos negros con una sonrisa cargada de satisfacción.


-Mi Abelardo.  

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt