Bonsior mes amis
Hoy tenemos preparados varios fic. El primero de todos es de Tarquin Blackwood y Mona Mayfair. Como bien saben son una de las últimas parejas que han ido apareciendo en mis aventuras.
Lestat de Lioncourt
Hamlet Seduction
La noche había caído hacía varias
horas, las luces de la mansión Blackwood estaban apagadas salvo la
del porche, el pantano, ese que besaba las tiendas de la mansión y
rodeaba el Santuario, estaba ciertamente silencioso y las aguas
nocturnas eran profundos bosques llenos de un murmullo típico el
cual se convertía en cómplice de tus oídos perdiéndose en la
percepción de éste. Las sensaciones se levaban hacia las copas de
los árboles que mostraban su aspecto más terrorífico, con sus
ramas desnudas lavándose como tridentes demoniácos hacia la bóveda
celestial, y los mosquitos a penas zumbaban. La frondosa hierba
estaba algo destrozada por el frío de las noches anteriores, pues se
habían quemado varias zonas debido a la escarcha y escasa aguanieve.
Una barcaza de madera a motor se
aproximaba a lo lejos rompiendo el pesado encantamiento. La suave
brisa agitaba unos cabellos de fuego y otros que se perdían en la
propia noche. Sus pieles resplandecían bajo aquella oscuridad. Mona
y Tarquin se aproximaban al lugar que transformó el destino de los
Blackwood. Nuestra Ophelia Inmortal se hallaba aferrada al grueso
abrigo de paño, con forro de oveja, de su Abelardo. En su mano
derecha lucía el anillo de matrimonio que él le había entregado
noches atrás, un anillo que simbolizaba el amor que ambos se
profesaban pese a las distintas circunstancias que habían envuelto
sus vidas, el destino de estas y los inmortales que se habían
cruzado entre ambos. Tarquin tenía la mirada alzada y contemplaba el
recorrido de las ondas que provocaba el corte de la barcaza contra el
agua estancada, podía percibir como algunos caimanes se movían
avisados de la presencia de una embarcación, y también el roce del
rostro de su amada contra su pecho.
Mona a penas llevaba ropa encima salvo
un elegante, escueto y bonito vestido lleno de transparencias y
brillos provocados por las lentejuelas. Parecía una sirena que
acababa de salir a la superficie y había sido arrastrada hacia aquel
frágil bote. Sus pechos se veían realzados por el escote y la
apretada tela, el hueco entre ambos provocaría incluso al mismísimo
Demonio y tentaría a cualquier ángel. Sus labios estaban pintados
en un tono de rojo muy intenso que dibujaba una perfecta boca de
labios simétricos, algo hinchados y de sonrisa sensual. Sus manos
tenían laca del mismo color que sus labios y, en cierto modo, su
pelo. Las lentejuelas blancas centelleaban bajo la escasa luz, la
cual era la luna y el foco de linterna que llevaba la embarcación.
Tarquin, sin embargo, llevaba una larga
bufanda de color gris que intentaba cubrir parcialmente el cuerpo de
su amada. Ella parecía despreciarla pese al frío, pues quería
destacar y mostrar su belleza aunque las circunstancias fueran
desfavorables. Su abrigo negro cubría su jersey caqui, bastante
grueso, y de cuello de pico que dejaba ver su camisa blanca y su
corbata negra igual que sus pantalones de vestir con raya en medio.
Los ojos azules que estaban enmarcados en sus pómulos altos de
rostro suavemente aniñado y labios sutilmente finos, se deslizaron
hacia ella observando sus enormes esmeraldas de las cuales brotaban
una pasión que calentaba a ambos.
El bote arribó tierra y terminó
echando amarras. Tarquin bajó primero y tomó de la cintura a su
diminuta acompañante. Era un joven que alcanzaba una estatura
considerable, ya que medía un metro noventa centímetros, a pesar de
su complexión delgada que le otorgaba la apariencia de un frágil
gigante. Sus manos eran grandes aunque delicadas y rodearon la
cintura de Mona, la cual poseía unas caderas sugerentes y unas
piernas envidiables. Ella estaba descalza y pudo sentir la humedad de
la tierra en sus pies, pues se había quitado los elevados tacones en
la barca. Se veía diminuta, aunque sensualmente proporcionada, junto
a su Abelardo. Mona tenía metro y medio de estatura, lo cual
provocaba que su rostro quedara a la altura del pecho de Tarquin.
-¿Seguro que no deseas que te preste
mi abrigo?-preguntó preocupado tomándola del rostro con ambas
manos, las cuales prácticamente cubrían éste con una calidez
propia de su caballerosidad.
-No, no es necesario- dijo con una
sonrisa sugerente mientras posaba las suyas sobre su torso y las
subía a sus hombros- Pronto entraremos en calor.
-Sí, podemos encender la
chimenea-respondió con naturalidad e inocencia sin percatarse del
juego de palabras de su entregada amante.
-Sí, el fuego...-susurró tirando de
su corbata para que éste se inclinara.
Tarquin la miró a los ojos apoyando su
frente contra la suya, sintiendo como sus pensamientos se nublaban y
sólo podía pensar en la belleza de Mona. Su Ophelia Inmortal, la
mujer con la cual deseó casarse nada más verla en aquella terraza
sentada con aquellos lazos en su pelo. Se veía tan hermosa, tan
sugerente, con una inocencia fingida y unas pecas que salpicaba un
rostro aniñado, de sutiles y hermosos pómulos. Aún temblaba por
completo al recordar sus primeras palabras, el tono cálido y
seductor de su voz, y lo deseosa que se encontraba por desentrañar
el misterio que le rodeaba. No dudó en besarla con ternura y cierta
pasión. Sus labios rozaron los de Mona, sus manos se deslizaron
hacia su cintura y acabó por rodearla mientras se inclinaba algo más
y ella se colocaba de puntillas apoyada en él.
Al apartarse sintió otro tirón de su
corbata y acabó riendo. Mona no quería separarse de sus labios y
él, en realidad, no quería separarse de ella. Era la mujer que
amaba, por la cual había derramado cantidades ingentes de lágrimas
y que incluso había contemplado en su lecho de muerte. Ella era
todo. Él era simplemente el príncipe que la rescataba del castillo,
el joven que con elegancia le pedía un último baile cada noche y
que sin duda quería guardar sus sueños en pleno amanecer.
-Oh, Quinn- masculló tomándolo del
rostro, deslizando sus dedos entre sus sedosos y rizados cabellos
oscuros, para tirar de él y colocar su rostro cerca de aquel escote
que rezumaba el delicioso calor y aroma que Mona poseía- ¿Seguro
que sólo me calentará el fuego de la chimenea? ¿No has pensado que
quizás ya arde cierto fuego en mi interior y deseo que lo avives?-la
punta de la fina nariz de Tarquin quedó entre sus senos- Quinn, mi
noble Abelardo, quiero que me hagas tuya en el Santuario ¿comprendes
mi amor?
Él se apartó agitado, con los ojos
llenos de deseos y lujuria. Sintió ese mismo irrefrenable ardor que
le gritaba hacerla suya, igual que aquella noche cuando apareció
siendo pellejo y hueso frente a él. Era un vampiro macho joven con
las hormonas por las nubes y ella una hembra seductora pese a su
apariencia, la cual había mejorado nada más tomar la sangre de
Lestat y que había obrado un milagro. Allí parados, tan cerca uno
del otro, y con sus manos aún sobre su rostro deseó quitarle el
escaso vestido entre tirones y mordidas. Se sintió vil y sucio por
querer inclusive hacerlo frente a todos, que todos contemplaran su
pasión y el deseo que ambos guardaban en sus almas. Una fiera oscura
y terrible que aguardaba en la figura y modales de un auténtico
caballerito sureño.
-Yo...-balbuceó colocando sus manos
sobre las diminutas de Mona-Yo...
-Destrózame como tú sabes hacer.
Quiero ver ese lado oscuro que posees, mi noble y dulce Abelardo-dijo
apartando sus manos para echar a caminar hacia el sendero que llevaba
a la pequeña casa que había soportado la humedad del pantano y las
décadas con soberbia- Quinn, por favor...-susurró girándose hacia
él para mirarlo en la oscuridad- Ven conmigo.
Podían verse a la perfección debido a
sus grandes y privilegiados poderes de vampiro. El deseo germinaba en
su interior y sus manos se cerraron en puño mientras suspiraba
enamorado. Quería mantener ese lado alocado y violento, mostrando
con ella el torpe, seductor y dulce que tanto conquistaba a
cualquiera que lo contemplara sentado con elegancia en las sillas
blancas de jardín. Allí, con sus piernas cruzadas y su rostro
perdido en divagaciones, era el propietario de una fortuna increíble
que le había proporcionado una educación cuidada con tutores
privados. Mona quería romper ese encanto cuando estaba dispuesta,
pues sabía el poder magnético que tenía sobre él.
-¿Vienes?-susurró nuevamente mientras
se apoyaba en la puerta girada hacia él.
-Sí-dijo relajando su cuerpo para
caminar hacia ella con esa elegancia típica en cada uno de sus
pasos.
Al subir por las escaleras, hacia ella,
la madera crujió y la llave en su bolsillo tintineó al sacarla y
deslizar ésta hacia la cerradura. Con un rápido giro de muñeca la
puerta cedió, pulsó el interruptor cercano al marco de ésta y el
hermoso palacete se iluminó. La lámpara de lágrimas que había
instalado recientemente era una maravilla, provocaba que las sillas
estilo romano centellearan gracias al oro con el cual estaban hechas,
y las alfombras que cubrían el suelo de mármol parecían derramar
un colorido similar al de un jardín repleto de rosas rojas,
violetas, cían y un amarillo muy vivo.
Mona se deslizó hacia el interior y
quedó en el centro de la habitación. Sus senos parecían más
tentadores y se movían suavemente. Los vampiros tenían ese defecto,
o quizás virtud, que aún su cuerpo le pedía respirar a pesar que
no era necesario. Sus piernas estaban prácticamente desnudas y no
llevaba siquiera medias. Tenía una falda corta, tan corta que a
penas cubría sus ingles, y con cierto erotismo sus manos acomodaron
sus cabellos enredados, salvajes y rojos. Sonrió como una perfecta
actriz porno pero luego hizo una mueca inocente. Sus dedos
acariciaron las lentejuelas de su vientre plano, el cual estaba
brevemente cubierto pues tenía además transparencias, y llegó al
borde del vestido que al alzarlo mostró su hermoso sexo. Tenía
sutilmente algo de vello púbico de color rojizo, siendo una sutil
mata de pelo sedosa y rizada.
-Se me olvidó la ropa interior,
Quinn-murmuró con cierta sorpresa en su voz para luego soltarse a
reír de forma encantadora y pícara.
-Mona...-balbuceó cerrando la puerta
tras él y quedándose pegada a ésta.
-¿Qué?-preguntó bajando la ropa de
nuevo para acercarse a él con pequeños pasos.
Con una sonrisa sugerente se pegó a él
y tomó su brazo derecho por el codo, moviéndolo del costado, para
luego deslizar su mano hacia la muñeca de su amante y llevó su mano
hasta el interior de sus cálidos muslos. Entonces pudo sentir el
vello entre sus dedos, posteriormente como sus labios inferiores se
abrían y llegaban hasta su clítoris el cual ya estaba húmedo.
-Mona...-jadeó llevando su mano
izquierda a los rojizos cabellos de su Ophelia. Respiró agitado
inclinándose hacia ella. La bestia estaba a punto de despertar-
Mona...
-Quiero que me rompas. Te ordeno que lo
hagas Tarquin Anthony Blackwood- dijo furiosa pero excitada-
Hazlo-jadeó mordiendo su labio inferior al notar como los dedos de
su amante se movían estimulándola- Quinn... no tengas
compasión...-balbuceó.
Tarquin la besó callándola de una
vez. Su lengua se desató dispuesta a robarle cualquier jadeo. Mona
podía sentir los dedos desesperados de su amante, tan largos como
aventureros, que pronto se hundieron en su vagina penetrándola. Él
rápidamente la empujó sacando sus manos y a ella de encima suya.
Sus manos se colocaron en las débiles tirantas mientras las rompía
con furia, igual que rasgabas su escote y destrozaba la tela
transparente. Los pechos de Mona se movieron libres con sus pezones
sonrosados algo duros, su vientre plano de ombligo perfecto y caderas
anchas eran provocadores, pero sobre todo lo que volvía loco a su
amante era su aroma. Tenía un aroma sexual que explotaba en la punta
de su nariz, por eso inmediatamente la tiró al suelo mientras las
lentejuelas aún botaban y caían por todas las direcciones posibles.
Se liberó con rapidez de su abrigo,
aunque casi no podía librarse de la corbata debido a su torpeza.
Mona decidió ayudarlo quitando los botones de su camisa, pero estaba
desesperada por sentirlo que acabó rompiéndola y los botones
rebotaron por el suelo. Ni siquiera habían encendido la chimenea y
ya estaban sintiendo cierto calor recorrer a ambos.
-Quinn...-gimió abriendo sus piernas
mientras estiraba sus brazos hacia sus cabellos, tirando de ellos y
provocando que el rostro de su Abelardo se hundiera en sus mullidos,
seductores y excitantes pechos.
La boca de Tarquin se abrió sacando su
lengua para lamer sus senos, viajar hasta sus pezones y succionar
ambos alternativamente. A su vez, completamente desesperado, se
deshacía de su cinturón y bajaba sus pantalones para sacar de entre
su ropa interior su miembro. Tenía un tamaño considerable debido a
su estatura, pues estaba perfectamente proporcionado. Mona sentía un
agradable dolor y calor cuando la penetraba.
-Oh, Quinn...-susurró llevando su mano
derecha al miembro de su amante, agarrándolo por la base para
deslizar sus dedos, apretándolo suavemente, hasta su glande.
De inmediato Tarquin cambió su
expresión hacia una más dominante, su mirada se endureció y
encendió, sus manos agarraron a Mona por sus muñecas y terminó por
sujetarla únicamente con la mano izquierda. La derecha abrió sus
piernas y cuando ella pensó que la penetraría tan sólo hundió sus
dos dedos.
-Estás tan húmeda mi Ophelia-susurró
moviendo ambos de una forma que provocaba que ésta se retorciera y
cerrara las piernas- No-dijo duramente abriendo con fuerza bruta sus
muslos para en un movimiento rápido girarla, dejándola con su torso
sobre su espalda.
Sin cuidado alguno comenzó a dejar
azotadas en sus nalgas con ambas manos, golpeándola con saña. Mona
gimió, sobretodo cuando notó esas mismas azotadas sobre su sexo y
finalmente su lengua hundiéndose en ella. La lengua de Tarquin era
larga y sabía moverse en su interior. Siempre se había desecho con
el sexo oral que él le hacía hasta convertirla en una perra sumisa.
Aplastó con su izquierda su espalda, pegando sus senos al suelo
sutilmente cubierto con una hermosa alfombra con flecos dorados y
estampados de vivas flores cían.
Se apartó de ella hundiendo de nuevo
sus dedos y estimular con cierta rapidez su clítoris. Las piernas de
Mona temblaban y sus labios se abrían en forma de o. Gemía y
gritaba su nombre alentándolo para que al fin la rompiera, cosa que
logró sintiéndolo de una única estocada mientras le abría bien
sus nalgas. Pues no la penetró por la vagina, sino por el ano. Rió
bajo al notar la sorpresa que brilló en su cara y como el dolor la
rompía, pero no pudo molestarse. Tras varias estocadas empezó a
gemir mientras hundía sus dedos en su vagina y con la mano izquierda
levantaba sus caderas con la palma extendida sobre su vientre.
-Hoy te romperé en dos, ¿no querías
eso?-preguntó pegando sus labios sobre sus hombros, dejando besos
suaves sobre estos, y mordiscos en su oreja mientras resoplaba y
gemía bajo- Mona... eres mía.
-Sí-respondió moviendo sus caderas
completamente entregada.
Las embestidas cada vez eran más
fuertes y rudas. El ritmo era intenso como los gemidos de ambos. Ella
llegó a su primer orgasmo, lo cual provocó que se tensara y
apretara su miembro. Él intentó no terminar, por eso se apartó y
la miró sentado en el suelo justo al borde de la alfombra. Ambos
estaban sudorosos y agitados, sobre todo ella que había empapado sus
muslos con sus fluidos. Rápidamente recobró el aliento y se
aproximó gateando, colocando su rostro sobre sus muslos para
comenzar a lamer su glande. La tomó del pelo apartándola para
mirarla con cierto desafío, la tiró de nuevo al suelo pero esta vez
contra el mármol frío de la habitación. Aquello erizó el pelo de
la nuca, pero no pudo deleitarse del cosquilleo porque rápidamente
sintió su miembro hundiéndose en ella. Un ritmo fuerte, incitante y
que golpeaba en el punto justo que la mataba de placer.
Sus pezones duros rozaban el torso de
su amante, compañero y esposo. Aquel hombre enamorado, completamente
desesperado por ella, la dominaba en la cama, aunque en realidad
estaban sobre el suelo del Santuario. La penetró con mayor furia
notando lo estrecha que era, como la rompía y abría.
-Así, gime-sus piernas se enroscaban
en su figura delgada, lo cual le daba cierta ventaja. Tenía unas
piernas largas y hermosas a pesar de su estatura, las cuales
apretaban con fuerza la figura de Tarquin y provocaba que las
arremetidas fueran más intensas y profundas.
Pronto el rostro del noble Abelardo,
del heredero Blackwood, y en definitiva de Tarquin se hundió en una
mueca de placer intenso mientras ella echaba su cabeza hacia atrás y
alzaba sus caderas. La que fuera heredera al legado Mayfair, una de
las brujas más importantes y poderosas de la familia, estaba
corrompiendo y encendiendo nuevamente a Tarquin, un pariente lejano
que tenía en su sangre los genes Mayfair.
-Así, así-repitió temblando mientras
sus brazos la rodeaban con tortuosa pasión y ella llegaba a su
segundo orgasmo, él llegaba al final del primero y último de la
noche. Su esencia bañó el interior de Mona, como en aquella primera
vez en el coqueto hotel, y mordió sus labios tras un gruñido
profundo.
No se retiraron y siguieron unidos
hasta pasados algunos minutos. Entre besos y caricias, se quedaron
recostados allí sin necesidad de chimenea pues ambos habían entrado
en calor. Él hundió su rostro en su cuello y aspiró su aroma
mientras ella acariciaba sus cabellos negros con una sonrisa cargada
de satisfacción.
-Mi Abelardo.
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