Les traigo un texto de terror de manos de David Talbot. El texto es original, no aparece en ningún otro lugar que aquí, así que es el autor del contenido. Digamos que lo aclaro para aquellos que están copiándonos continuamente. Es parte de uno de los archivos de la Talamasca.
Lestat de Lioncourt
Mi nueva hija
Susanne Morris siempre pensó que las
muñecas de porcelana eran fascinantes obras de arte hechas para algo
más que juegos infantiles de otras épocas. Desde temprana edad tuvo
predilección por éstas muñecas tan delicadas y pomposas, las
cuales peinaba y vestía con trajes de época y otros mucho más
actuales. Las contemplaba durante horas y solía hablarles de forma
educada sentándolas a tomar té con ella.
Durante años muchas de sus muñecas
fueron sus mejores y más íntimas amigas. Susanne era tímida con
otras niñas de su edad, pero con las muñecas era una dama de
sociedad muy distinguida que solía manejar asuntos económicos de
todo tipo. Solía incluso hablar con ellas de sus lecciones en clase,
realizando los trabajos con alguna muñeca en su regazo, e incluso
recitando poemas que aprendía en sus clases fuera del horario
lectivo habitual.
Sin embargo, esa niña tímida, y
también de salud frágil, se convirtió en una joven intrépida y
desafiante que finalmente se transformó en una mujer de sociedad con
una pequeña empresa dedicada a la distribución de muñecas de
porcelana primeramente en su localidad, posteriormente en su país y
finalmente, ya en su madurez, transformó la empresa en una de las
más afamadas en todo el mundo.
Las muñecas que diseñaba estaban
siempre destinadas al ocio y también al coleccionismo. Eran pequeñas
y primorosas obras de arte. Estaba tan obsesionada con ellas que
incluso leía novelas que tuviesen que ver con éstas pequeñas y
delicadas criaturas. Solía decir que era como una de esas muñecas,
pues se veía representada en sus ojos curiosos y sus labios
fruncidos en una suave sonrisa. Aunque también había muñecas con
los ojos tristes y pequeñas lágrimas bordeando sus mejillas.
Muñecas más hermosas y otras con ciertos defectos, pues ella
deseaba que fueran un reflejo de la sociedad.
Sussanne se casó con un hombre
fanático de los automóviles llamado John Brown. Ambos tenían un
fanatismo extremo por sus distintos trabajos y compaginaban estos con
sus aficiones y vida marital. Tuvieron dos hijos, Carl y Steve, que
se dedicaron por completo a la compañía juguetera de su madre y al
concesionario de su padre. Ambos eran personas de éxito y sus hijos
estaban seguros que serían un gran ejemplo para su comunidad por
siempre.
Una noche Steve, su hijo pequeño,
apareció con una radiante mujer que tenía aspecto de muñeca de
porcelana y unos exquisitos modales. Ella sonreía, hablaba de forma
animada y completamente educada. Quedó fascinada y enamorada de ella
hasta tal punto que creó una muñeca con su nombre: Marie Louise. La
muñeca fue un éxito y el dinero conseguido de la primera edición
fue destinado a la boda que Steve y Marie Louise tuvieron meses
después. Fue una boda preciosa, llena de belleza y que parecía más
un sueño que algo real.
Sin embargo, la tragedia asoló las
vidas de Susanne y su familia. El vuelo que tomaban de regreso de la
luna de miel por Europa terminó estrellándose sin supervivientes.
No se pudo encontrar mucho de los restos, pero al menos encontraron
una maleta que llevaba consigo Marie. Dentro de la maleta, entre
pequeños recuerdos, había una muñeca de porcelana que había
comprado para su suegra. Sussanne sintió que su corazón se quebraba
pues había una nota escrita a puño y letra de la joven. La nota
decía: Para mi segunda madre. Para una niña que tuvo que vivir una
infancia lejos de la suya, y sin demasiadas opciones de ser feliz, es
sin duda un honor poder ponerse ese título a una mujer tan
fascinante como tú. Me has hecho sentir viva y no sé como
agradecerte todo lo que has hecho por nosotros. He pensado que con
esta muñeca puedo ofrecerte una nueva hija para tu colección y
añadir a esta la noticia de que serás abuela pronto. Te quiere
Marie.
La muñeca había resultado intacta.
Tenía un aspecto fabuloso. Era una de esas primeras muñecas de
porcelana y había sido restaurada. Ni quería imaginar cuanto dinero
se había gastado la pobre muchacha en un regalo tan fascinante. No
podía rechazarla y tampoco lo hubiese hecho de haber sido entregada
en otras circunstancias. Sin embargo, al contemplarla notaba como su
aspecto cambiaba. Sus ojos cambiaba de un profundo cielo azul a aguas
oscuras, inclusive parecía torcer su rostro y llorar. Sus pequeñas
manitas parecían temblar en su pequeño pedestal de cristal. La
pequeña sala repleta de vitrinas de muñecas parecía encogerse aún
más y volverse diminuta, asfixiante y horriblemente tétrica.
Pero Susanne comprobó que si tomaba a
la muñeca entre sus brazos, dejaba que sus manos ya arrugadas
pasaran por sus cabellos y la contemplaba de forma amorosa, la muñeca
se calmaba y todo parecía volver a la normalidad. Quiso compartir
este fenómeno con su hijo y su esposo, pero Carl no quería saber
nada de las muñecas, pues pensaba que habían maldito el negocio
desde que Marie Louise salió al mercado pese a las buenas ventas y
críticas. Carl estaba casado, tenía varias hijas y nunca había
tenido el orgullo de exhibir una muñeca con el nombre de sus
pequeñas. Sin embargo, su madre lo había hecho con una extraña y
su hermano había perdido la vida por casarse con ella. Todo lo
achacaba a Marie Louise.
Cierta noche Carl entró en la
habitación de las muñecas y jamás salió de allí. Lo encontraron
muerto con severas lesiones internas como si le hubiesen propinado
una paliza. Susanne se echó a llorar durante días en su habitación
y su esposo quiso calmarla, pero no permitió siquiera que la tocara.
Únicamente quería que la dejaran a solas con la muñeca.
Desesperada intentó comunicarse una y
otra vez con ésta. Sin embargo, era una muñeca y no le respondería
nada en absoluto. Su marido la escuchaba preocupado pensando que
había perdido la cabeza y en una de esas noches se la arrancó de
las manos, la llevó a la vitrina y juró a voz en grito que
encontraría un comprador para semejante obsequio. Aquella muñeca se
perdería sin dejar siquiera hueco en la vitrina, pues la
reemplazaría.
Minutos después de aquel discurso, tan
acalorado, John cayó muerto frente a los ojos de su esposa. Nunca
sufrió del corazón, pero pensó que había sido un infarto. Sin
embargo, los resultados de la autopsia arrojaron otros motivos. Le
habían propinado una paliza intensa y como consecuencia su cerebro
se había visto muy dañado, por lo tanto acabó muerto. Era
imposible que Susanne matara de esa forma a su esposo, puesto que era
de aspecto frágil y prácticamente no podía levantar más de diez
kilos.
El día del velatorio Susanne no paró
de redactar la historia y no atendía a nadie, tan sólo a los que le
tendían pañuelos para que pudiera secar sus lágrimas. Y no sólo
contó la historia, sino que dejó por escrito que le diría a la
muñeca la próxima vez que la viese. Después del funeral y el
entierro se aproximó a la vitrina completamente enlutada, con los
ojos llenos de lágrimas miró a la muñeca y le dijo que la odiaba
porque había arrancado de su vida a las personas que más amaba.
Acto seguido cayó fulminada.
La nota, el suceso y todo lo demás
llegó a la Talamasca hace unos veinte años. Junto a éste informe
está la carta y la muñeca se conserva en el sótano, envuelta en
una tela y encerrada en una caja fuerte. Hemos podido comprobar que
existe actividad parapsicológica muy fuerte en ella, así como una
gran carga de rencor en los sentimientos de este espectro. No hemos
podido liberar a la muñeca de ese espectro, pero parece que lleva
encerrado allí desde su fabricación.
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