Bonsoir mes amis
Un amor apasionado es un fic de Armand con nuestra Sybelle, la cual no tiene firma en el Jardín Salvaje.
Lestat de Lioncourt
Podía escuchar de fondo el discurrir
del agua. La noche había caído hacía más de dos horas y me
hallaba en la misma posición desde hacía casi media hora. Mi salida
nocturna fue rápida y precisa. Mi boca aún poseía cierto sabor
metálico que provocaba que mis colmillos punzaran deseando un trago
más, hundirse de nuevo en el blando cuello de algún poco precavido
mortal y saborear al fin su vida mientras la muerte le recoge en mis
brazos. Repentinamente el grifo se cortó y el tintineo de las
salpicaduras sobre el mármol me sedujo. El murmullo de las aguas
cálidas aceptando su cuerpo provocó que me incorporara.
Me hallaba en mi habitación con un
libro abierto sobre mi pecho, el cual ni siquiera había prestado
atención durante aquellos minutos, pero terminé encaminándome
hacia el pasillo. Atrás dejé mi cómoda cama revuelta con ropas de
satén negras, las hermosas esculturas de heraldos de mármol
tallados para darles formas a las esquinas de mi habitación y las
ricas alfombras que cubrían el piso. El balcón estaba cerrado, pero
las cortinas estaban abiertas y mostraban la luna llena a lo lejos
completamente seductora. Si bien, más seductora era la idea de
contemplar su cuerpo desnudo.
Benji había salido a pasear a solas
por las calles aledañas y posiblemente se hallaba observando por las
ventanas del vecindario. Él no me preocupaba porque siempre fue un
ladrón despierto y escurridizo. Con la sangre que Marius le había
obsequiado era aún más rápido y con un poder superior al de
cualquier neófito. Por lo tanto la casa era para los dos.
La puerta del baño cedió mientras la
empujaba suavemente con mi mano derecha. Quedé atónito al
contemplar tan hermosa mujer sumergida en sus pensamientos, con la
espuma prácticamente sin lograr cubrir sus pechos y una leve sonrisa
pintada en unos labios seductores, llenos y perfectos. Su cabello
estaba recogido con moño alto dejando que su largo cuello de cisne
se viese más tentador. Mis ojos café ardían en deseos y
curiosidad, pero ella parecía sosegada como si no le importara que
yo estuviese allí mismo.
Me apoyé en el marco de la puerta
apoyando mi brazo izquierdo en él, dejando así que éste hiciese de
puerta y quedase en mis espaldas el pasillo con la tenue iluminación
que éste poseía. Quise besar sus labios de forma arrebatada, pero
preferí observar como deslizaba la esponja por sus pechos hacia su
vientre y como comenzaba a tararear bajo la Apassionata. Sus largos
dedos exprimían aquel trozo suave, aunque rugoso, de aquella esponja
enjabonándose y limpiándose con cierto esmero.
-Benji está robando la cubertería de
plata de los vecinos.
-La repondré amor mío-dije como una
plegaria mientras entraba finalmente en el baño, cerrando la puerta
y aproximándome ansioso hasta la bañera- Repondré todo mi hermosa
Sybelle. No te preocupes-susurré tomando la esponja para comenzar a
lavarla con mesura.
Sus enormes ojos, tan profundos como
inquisidores, provocaban que un escalofrío recorriera toda mi
columna vertebral mientras me inclinaba, como si fuera un ángel
benévolo, hasta su rostro para cubrirlo con besos aterciopelados.
Mis labios eran suaves pero no tanto comos u piel, la cual lucía
lechosa y seductora.
Ella sacó sus brazos estirándolos
hacia mí, igual que si fueran hermosas alas de un ángel que logra
al fin volar alrededor de Dios mismo, y me rodeó con cuidado el
cuello apoyando estos en mis hombros. No me importó que mi camisa
azul aciano se empapara o que mis cabellos rojizos se pegaran a mi
nuca debido a la humedad. No importó nada. Nuestras miradas chocaron
como la lucha de espadas en medio de un duelo y finalmente nos
besamos fundiendo nuestras bocas. Pude notar su lengua atravesar mis
labios y hundirse en mi boca buscando la mía. Y la mía buscaba la
suya mientras mi mano derecha soltaba la esponja y deslizaba mis
dedos por su vientre, rumbo a sus muslos para palpar así su monte de
venus y enterrarme dentro de su vagina.
Con cuidado comencé a estimular su
clítoris mientras ella intensificaba aquel beso secuestrando el
sabor de mi boca. Deseaba ofrecerle parte de mi sangre, pero no
quería cerrarla a mí y prefería sentir el calor delicioso que
bullía entre ambos. Un intenso hormigueo recorría mi cuerpo de pies
a cabeza, hundiéndome por completo en el seductor momento que
vivíamos.
Su mano diestra se deslizó por mi
pecho y comenzó a romper mis botones, abriendo así la camisa y
dejando que sus dedos palparan mi torso. Sus dedos eran fríos, pero
el agua los había entibiado. Sus uñas me provocaban ciertas
cosquillas que contribuían a mi nerviosismo. La zurda se aferraba a
la tela de mi prenda y la arrugaba tirando de ella. Cortó entonces
su beso para emitir un largo y bajo gemido mientras abría mejor sus
piernas dándome mayor acceso. Mi dedo seguía estimulado aquella
zona tan erógena. El agua comenzaba a salpicar el suelo y mis pies,
los cuales se hallaban descalzos desde que había llegado al hogar.
-Armand- logró decir mirándome a los
ojos mientras dejaba mi torso para palpar mi mejilla izquierda
-Armand- balbuceó cerrando suavemente sus párpados y mordiendo su
labio inferior.
Sonreí eufórico al comprobar que ella
seguía presa de mis impulsos y encanto. Sus hermosas pestañas
parecían alas de mariposa que intentaban abrirse sobre una rosa
blanca, tan blanca y lechosa como su hermosa piel. Eché un vistazo a
su cuerpo en la bañera y pude ver sus redondos y hermosos pezones
rosados. Aquellos pezones que parecían necesitar ser mordidos y
succionados antes de seguir jugando. Sin embargo, mi dedo corazón e
índice se hundieron en ella mientras el pulgar intentaba seguir
palpando su clítoris.
Sin que ella lo esperara la levanté
entre mis brazos permitiendo que todo su cuerpo surgiera de la
bañera, igual que si fuera una sirena alzada por una red de pesca, y
la llevé apresuradamente a mi habitación. Allí la arrojé sobre mi
cama. No me importó que el suelo se cubierta de pequeñas gotitas de
agua, mucho menos que el colchón se empapara por su figura húmeda
sobre éste o que la espuma aún cubriera ligeramente su cuerpo. Lo
único que me importó fue tenerla allí tumbada observándome con la
mirada perdida y las piernas temblorosas.
Saqué del todo mi camisa y con esa
misma prenda la sequé retirando gran parte de de la espuma. Con
cuidado liberé sus cabellos que cayeron en cascada dorada sobre mis
almohadas. Era un río de trigo en medio de la noche. Un río que
olía a frutas y flores y que adornaban un rostro fino de mejillas
suaves, labios apetecibles y perfectas cejas realizadas con pan de
oro. Sybelle era una obra de arte encarnada, como si fuese hecha para
ser adorada por cientos de artistas y por un vampiro centenario que
olvidaba por completo cualquier atisbo de decoro al poder estar sobre
ella.
Rápidamente me quité el resto de mis
ropas y caí sobre ella besándola con ansiedad. Mis dedos dedos se
enredaban en sus mechones dorados, los cuales caían sobre sus
hombros y pechos, mientras mi boca se deslizaba por sus clavículas
hasta sus pezones. Pude notar como estos estaban duros con la punta
de mi lengua y después con mis propios dientes. Ella gemía
temblando bajo mi cuerpo, aferrándose a las sábanas se
prácticamente arrancaba del colchón. Siempre fue extremadamente
sensible y tan tentadora que jamás podía pasar por alto aquella
zona, así como su cuello que siempre al tocarlo la obligaba a
suspirar.
Besé con cuidado la cruz de sus pechos
mientras los abarcaba con mis manos, sintiendo en mis mejillas el
suave roce de ambos, para luego viajar hasta su ombligo y morder su
vientre liso. Sus piernas se abrieron un poco más invitándome. Ella
quería que la poseyera, pero aún era temprano para ello. No, no
permitiría que acabara todo tan rápido. Por ello, mi lengua comenzó
a deslizarse por sus ingles y se hundió finalmente dentro de su
cálida vagina. Abrí con mis dedos sus labios inferiores para poseer
mayor acceso y seguí hundiendo mi lengua en ella.
Sus gemidos eran cada vez más elevados
y el temblor de su cuerpo más visible. Había comenzado a sudar
quedando perlada de pequeñas gotitas sanguinolentas, las cuales
parecían perlas o gemas. Tan hermosa como una reina de un mundo de
fantasía, un ángel o simplemente un cuadro erótico cubierto por
detalles que ni siquiera el mejor de los artistas podría ofrecerle.
Me sentía un animal a punto de cazar su presa, con la misma
excitación que noche tras noche me hacía vibrar al correr tras mis
víctimas, cuando aparté mi boca de ella y aspiré el aroma de su
cuerpo desde su sexo hasta su cuello. Mi aliento cayó sobre ella y
balbuceó mi nombre mientras me abrazaba.
Me rodeó al fin con sus delicados
brazos y rápidamente, de una sola vez, me recogió entre sus piernas
mientras éstas se alzaban abarcándome por mis caderas. Mis manos se
aferraron a las almohadas que se hallaban bajo su cabeza, hundiendo
levemente ambas, mientras ella intentaba verme a los ojos y no podía.
Sus ojos estaban cerrados y su boca abierta mientras mis estocadas
cada vez eran más violentas, certeras y necesitadas. Violentas por
la misma necesidad que me quemaba y certeras porque conocía bien su
cuerpo, y por lo tanto el epicentro de su placer. Y entonces, en
cuestión de segundos, comenzamos a gemir ambos nuestros nombres al
unísono.
Sus pechos se agitaban terriblemente y
podía sentirlos contra mi torso. Ella enterró sus uñas en mi
espalda arañándome como si buscara arrancar unas alas negras que ya
no existían. Mis ojos se cerraron y mi boca buscó la suya. Nuestras
lenguas volvieron a danzar con furia como si fuéramos dos enemigos
encarnizados. Mi amor por ella crecía cada día y lo sabía. Hacía
todo aquello porque ella lo deseaba, al igual que yo lo deseaba, pero
si llegado un momento ella quería alejarme yo lo aceptaría. Mi amor
era ciego hacia Sybelle y lo sigue siendo.
Mis movimientos aumentaron y ella los
acompañó con su cadera. Ambos serpenteábamos en la cama mientras
se movía suavemente hacia la pared. El sonido del cabezal golpeando
contra la pared, las pequeñas columnas del dosel y las telas se
habían vuelto la base de nuestro sexo. Ella llegó al orgasmo
cerrando los dedos de sus pies, enterrando sus uñas aún más y
dejando que sus músculos vaginales apretaran mi sexo provocando que
llegara junto a ella.
Ambos quedamos atados, uno junto al
otro, enredados en la cama. Mis labios besaban su cuello mientras
ella suspiraba deslizando sus dedos por mis costados. Benji apareció
en la puerta observándonos y comprendiendo que nuevamente había
ocurrido. Dejó los candelabros, cuchillos y cucharas de plata en la
mesilla próxima a nosotros y se marchó. Era como un gato que te
honra con sus pequeñas presas, pues así era Benji.
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