Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

viernes, 7 de febrero de 2014

Dueños de la eternidad

Ah el amor, el amor... ¡el amor! Esos dos se aman demasiado aunque a veces discutan. Acepto que a veces quien discute soy yo con ella y la vuelve loca. Es divertido ver a Mona desquiciada ¿sabían? Muy divertido. 

Lestat de Lioncourt 

Dueños de la eternidad


Meditaba sobre ciertos negocios que podían ser provechosos para el futuro de su familia. Su hijo necesitaba tener un patrimonio aún más elevado que él a su edad. Jerome sí iría a la universidad y sabía que con su carisma arrollador lograría cualquier meta que se propusiera en la vida. No era tan tímido y tampoco recaía sobre él maldición alguna. Su hijo era su gran proeza aunque logró hacerla siendo un muchacho inexperto, estúpido y hundido en bajas pasiones más que en un amor idílico.

El teléfono sonó. Tarquin miró lánguidamente como vibraba sobre la mesa. Aquel móvil de última generación era especial por muchos motivos. Ya no podía regresar a su mansión, ni recorrer los diversos pisos y habitaciones. Habían pasado más de diez años y él seguía siendo el mismo muchacho. Era imposible engañar. Ya no podía quedarse allí. Por eso era especial aquel teléfono porque le ponía en contacto con aquellos que tanto habían amado.

—Padre—escuchó al otro lado del aparato cuando aceptó la llamada.

Las lágrimas de Tarquin acudieron rápidamente a sus ojos, como si él las hubiese llamado y estas ni siquiera se hubiesen planteado el aparecer. Sus manos de mármol, finas y perfectas de niño bien, temblaron mientras su corazón de vampiro bombeaba el último trago de su víctima. A sus pies había una mujer de unos veinte años con el cuello roto, los ojos bien abiertos y la mirada vidriosa.

Mon estaba en la habitación de brazos cruzados bajo sus encantadores senos. Sus zapatos de tacón la sostenían elevándola varios centímetros y dándole un aspecto más espigado. Tenía los labios sensualmente pintados con carmín y unas pestañas postizas rizadas que chocaban casi con sus párpados. Encantadora, sensual, erótica y sobre todo silenciosa. Quería abrazar a Tarquin, su noble Abelardo, pero decidió que debía darle espacio para que hablara con el joven.

—Jerome—dijo con la voz entrecortada.

—¿Ocurre algo malo? ¿Padre?—preguntó notablemente preocupado al sentir el nerviosismo de su padre, amigo y confidente.

—Estaba leyendo un libro muy triste. Sólo es eso—sonrió como si el chico pudiera escucharle y ella se giró caminando hacia el jardín.

Allí, en medio de la oscuridad, observaba la maleza moverse suavemente. Era una mansión comprada con el dinero que ambos habían conseguido. Asignaciones que manejaban con destreza gracias al ingenio de Mona. Era una Mayfair sin duda alguna: guapa, seductora e inteligente. No había nada que Mona no pudiese hacer y nada que Tarquin no hiciese por ella.

Cuando la llamada finalizó se acercó a ella rodeándola con sus brazos, acariciando su cuello con sus labios tibios y sintiendo el fresco de aquella noche de invierno atípica. Hacía algo más de veinte grados, en el sur era normal los cambios de temperatura y más en el invierno. Se podía decir que era agradable. El carnaval estaba a punto de llenar las calles y ellos sabían que el mundo entero les pertenecía.

—Te amo mi Ophelia Inmortal. Te amo como siempre te he amado. La pasión que yace en mi corazón rebosa y se derrama sobre tu alma. Lamento que mis lágrimas te molesten, pero entiende...

—No me molestan. Tarquin no me molestan. Tus lágrimas sólo me preocupan—dijo tajante apretando sus manos sobre las de él, las cuales habían terminado sobre su vientre—. Sé cual es el dolor de un padre separado de un hijo. Lo sé porque tuve que sufrir el estar lejos de Morrigan.


El silencio se hizo entre ambos y los besos prosiguieron. Ella sonrió terminando por reír girándose para quedar frente a frente. Lo rodeó con sus delgados brazos y lo besó como cualquier mujer besa a su príncipe azul, al galán de su vida y en definitiva a su compañero para el resto de la eternidad.  

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt