Como ocurre en cada ocasión les traemos algo especial por la festividad que se celebra. ¡Gracias a todos!
Lestat de Lioncourt
SAN VALENTIN
La noche había caído con su telón de
oscuros nubarrones. El jardín estaba silencioso y allí sólo
reinaba el aire que mecía las ramas y sacudía las escasas flores
que germinaban en invierno. Todas las luces estaban encendidas y
dentro de la vivienda, la cual era una enorme mansión de tres
plantas, se hallaba repleta de vida. Una vida intensa cargada de
música, risas, conversaciones y pequeños brindis que se alzaban
hasta el techo mientras la calefacción comenzaba a ser innecesaria.
Muchos habían acudido mediante
invitación y otros simplemente habían entrado gracias a la
generosidad de la cual siempre hago gala. La noche era especial y no
iba a discutir con alguien que quisiera unirse a la celebración. Se
trataba de ofrecer amor y dar ejemplo, así que estaba especialmente
decidido en dar un poco de cariño a todos aquellos que me amaban.
Los mortales siempre han sido mi
debilidad. El amor que profeso hacia ellos es intenso. A veces siento
una ligera molestia hacia su alocado modo de vida, ese en el cual
dejan las contemplaciones de las obras más hermosas que uno puede
jamás soñar y desperdician sin remedio las horas discutiendo sobre
temas banales. Pero después recuerdos que son capaces de escribir
obras que enternecen mi corazón, películas que llenan mis ojos de
viejas imágenes de radiantes amaneceres y me adentro en la insana
diversión que me produce la televisión. Amo las series absurdas que
pasan ahora y que te llenan de frases pegajosas. También aquellas
que tratan sobre lo sobrenatural o enfocan sus ideas, en ocasiones
preconcebidas, sobre otras épocas.
Había decidido engalanar la mansión,
la cual es estilo colonial, con corazones de diversos colores,
lámparas que se asemejan a candelabros elegantes y muy funcionales,
máscaras divertidas con frases ingeniosas, algunos aperitivos y vino
francés, español e italiano. Amo ver como brindan con champaña, se
dejan seducir por un espumoso italiano con toque de manzana o se
embriagan con vinos tintos de la Rioja que llenan sus gargantas de
una melodiosa canción de risas y palabras elevadas sin motivo. La
música era esencial y pedí Ópera, Zarzuela, baladas clásicas y
rock. Sí, sobre todo mucho rock.
En el centro del salón principal,
donde se solía reunir mayor cantidad de invitados, había un hermoso
Cupido de hielo. Al fondo se podía ver un tapiz, el cual había
comprado hacía algunos años, que representaba el nacimiento de
Venus. En las paredes habían colados retratos y momentos cotidianos
hechos por Marius. Y la casa bullía de comentarios sobre las
esculturas que había adquirido recientemente.
—Creo que te has excedido—susurró
Rowan apareciendo al fin en la fiesta.
Muchos contuvieron el aliento. Ella
parecía radiar luz propia. Sus cabellos se hallaban recogidos con
algunos mechones sueltos, su elegante vestido negro caía
sensualmente sobre sus curvas y poseía un discreto escote en v que
dejaba ver sus marcadas clavículas. Su largo cuello, el cual me
sedujo desde la primera vez que pude besarlo, parecía aún más
erótico con aquel collar de perlas que yo mismo le había regalado
hacía unas noches.
—Estás preciosa—dije atónito
mientras llevaba mi mano derecha a mi cabeza apartando los mechones
rebeldes que se habían soltado de mi coleta, pues decidí que
llevaría el pelo recogido para mostrar un aspecto más pulcro. Sin
embargo mi cabeza leonina, la cual me hacía parecer un enorme felino
vigilando su territorio, seguía pareciendo que jamás se peinaba
demasiado o que sólo lo hacía con los dedos—. Toda mi vida he
deseado hacer esto en medio de una fiesta concurrida, con la mujer de
mi vida y levantando envidias.
—¿Qué?—preguntó confusa.
La tomé de la cintura pegándola a mí,
la incliné suavemente levantando con mi mano derecha su pierna y la
besé en los labios. Los tenía pintado de rojo, pero en un tono
tenue, y sus mejillas se veían realzadas por el maquillaje. Tener su
rostro tan cerca me permitía apreciar sus pequeñas arrugas de
expresión, las cuales dotaba a su rostro de vida, así como su
mirada intensa de un gris que me contaminaba con pasión.
Cuando la incorporé retomando la
compostura ella me miró algo acalorada, confusa, molesta y
abochornada. Me tomó de las solapas de mi chaqueta blanca y me miró
a los ojos. El rubor de sus mejillas era intenso y su expresión
mostraba furia, pero yo sonreía descarado.
—Tu sonrojo hace juego con mi corbata
roja y la rosa de mi ojal—susurré tomándola del rostro con mis
manos, dejando que mis dedos pasearan por sus pómulos y finalmente
la sujetara por debajo de su mandíbula—. Eres única.
—Nunca cambiarás—susurró soltando
mi chaqueta para acomodar las suaves arrugas que había hecho,
jugando con los botones para luego sonreír.
Se sentía quizás algo más animada en
aquel lugar, pero seguía viendo que se veía a sí misma como un
objeto inanimado fuera de aquella algarabía. Si había hecho una
fiesta como aquella era porque deseaba celebrar nuestro aniversario
de bodas algunos días antes, pues en la fecha exacta había decidido
llevarla de nuevo a París.
—Dentro de un mes estaremos sentados
en la Ópera para después, sin prisas, pasear por los jardines de
Versailles—aquello hizo que me mirara confusa—. Es mi regalo de
aniversario.
—Lestat me necesitan en la
clínica—dijo apartándose unos centímetros de mí, pero logré
detenerla tomándola de la cintura con ambas manos.
—Y yo te necesito a mi lado—susurré
apoyando mi frente en la suya.
—Iremos con la condición que sólo
sean unos días y me permitas saber la evolución de algunos
pacientes—murmuró provocando que riera.
Sí, era feliz. Rotundamente sí. Era
un hombre feliz lleno de emociones. Quería cantar y bailar. Pero
sabía que ella no se atrevería y desearía quedar en segundo plano
observando como todos se divertían a nuestro alrededor.
No muy lejos de allí, en la
biblioteca, se hallaba David sumido en sus archivos. Eran fechas
duras para él. Aunque sabía que la soledad siempre era una amante
que jamás echó de su lado. Desde hacía algunas noches había
escuchado como hablaba solo meditando, intentando hacer que Merrick
volviese aunque fuese como espíritu pero era imposible hallarla. Él
había perdido toda esperanza de poder despedirse de ella como tanto
deseaba desde su muerte.
Podía visualizarlo a la perfección.
Con su traje gris, su corbata negra y su camisa de algodón. Sentado
en aquel sillón que destacaba por ser cómodo, propio de un
ejecutivo y no casar con los muebles que tenía a su alrededor.
Suavemente inclinado hacia el teclado, observando todas las
anotaciones del último informe y preguntándose si debería o no ir
a buscar a sus viejos compañeros para enfrentarlos cara a cara.
En el establo, donde sólo deberían
encontrarse los caballos, se hallaba Mael con su yegua cepillándola
mientras hablaba posiblemente de cualquier noticia a Avicus. El
siempre paciente Avicus con un libro entre sus manos, su mirada
oscura perdida en la nada y su enorme cuerpo acomodado sobre alguna
de las vigas de madera. Siempre que iba a buscar a uno de los
caballos, pues aún disfrutaba de cabalgar por la finca, los veía
allí sumidos en un monólogo del druida mientras aquel imponente
guerrero tan sólo asentía.
Pandora se paseaba por el balcón de
una de las habitaciones superiores, la cual era una sala que solía
reservar para contemplar algunos de los cuadros que adquiría. Estaba
vestida con un traje rojo, muy llamativo, similar a las viejas
túnicas que ella llevaba y con un broche dorado como única joya
junto con sus pendientes y un brazalete. Arjun estaba a su lado,
sentado en la barandilla, recitando algún poema que había leído
recientemente y le gustaba a ella. Todo para servirla, hacer que se
sintiera cómoda y tranquila.
Marius sin embargo estaba molesto y
visiblemente airado. Aunque intentaba sentirse dichoso, pues hacía
escasos días había logrado tener más que palabras con Pandora, no
lo era. Armand se negaba a escucharle y estaba a punto de sacar su
látigo. Al pasar ambos a nuestro lado pude escucharles.
—¿Por qué no me crees?—pregunto
lleno de ira.
Marius vestía su distinguida americana
roja, corbata negra y camisa blanca con unos pantalones de vestir
negros acompañados de unos mocasines italianos. Armand vestía con
una simple camisa celeste y unos tejanos negros junto con unas botas
militares cuyos cordones estaban mal atados. Era como ver dos polos
radicalmente opuestos.
—Porque es lo mismo que le dices a
ella—reprochó.
—¡Te amo!—exclamó echando sus
manos hacia él, pero éste lo empujó alejándolo con cierta
decepción en su mirada.
—Tú sólo te amas a ti mismo y a tu
látigo—dijo con terrible sinceridad.
—¡No hagas que te golpee!—estalló.
—Atrévete—le desafió con los
puños cerrados esperando que le pegara.
Marius iba a propinarle una bofetada,
pero Benji apareció tomándolo de la mano para que bailara. Sybelle
tocaba el piano aunque nadie la escuchara y lanzaba miradas cómplices
a ambos, tanto a Benji como a Armand.
En el tercer piso, en el ala izquierda
de la casa, se podían escuchar ciertos gemidos que me sacaban de
quicio. Era Mona en brazos de Tarquin entregándose a él por segunda
vez en la noche. Al menos esta vez no había sido en el armario donde
se guardaban los abrigos de algunos invitados. Ella posiblemente se
hallaba con la falda levantada, aunque era mínima, y con las piernas
bien abiertas para recibir a su adorado Abelardo.
No muy lejos de mí, los padres
inmortales de Tarquin, intentaban no mostrar celos ante las diversas
conversaciones que tenían sus admiradores con ellos. Petronia estaba
a punto de golpear a una chica por besar la mejilla de Arion, aunque
lo hizo con inocencia y para nada buscando algo más que un momento
único e irrepetible. Arion deseaba matar al caballero que no dejaba
de contemplar con lujuria a su compañera.
Manfred se hallaba en la otra punta de
la vivienda, justo cerca de la puerta trasera que daba a la piscina,
llorando por Virginia Lee mientras Julien se hallaba a su lado con
carmín en los labios y en su camisa blanca. Una estampa
extremadamente curiosa. Julien había vuelto a la vida y nos había
visitado en varias ocasiones, pero aquel día parecía decidido a no
atormentarme y quedarse quizás con sus maravillosos recuerdos.
Stella bailaba frente a ambos convertida en una niña con un hermoso
vestido blanco y cintas en su cabeza.
Louis había decidido no acompañarnos.
Para él era mucho más interesante leer un buen libro en su cómoda
vivienda que desplazarse para verme a mí, quien durante muchos años
fue su pareja, en compañía de Rowan. Sabía que él no me
perdonaría jamás el haberme alejado. No obstante él tenía que
comprender que ya no éramos los mismos. Amaba a Louis, siempre le
amaría, pero mi amor por él quedó desgastado y cruelmente vedado
por su nuevo carácter. Jamás negaría que a su lado había sido
feliz y que compartimos momentos únicos. Pero él y yo no éramos
compatibles y jamás sentí lo que siento por Rowan. Son amores muy
distintos. Uno era el amor de un chiquillo que quería ser amado a
toda costa y otro es el amor de un hombre que desea ser amado y
comprendido.
Para mi sorpresa quien sí había
aceptado la invitación era Thorne. Se hallaba sentado en un gran
sillón rodeado de las dos de las tres pelirrojas con las cuales
compartía su vida. Jesse ya había ido a ver a Mael y conversado
algunos minutos, Maharet había hecho lo propio incluso conmigo. Sin
embargo habían decidido que estar a su lado era necesario, pues los
ojos de Thorne jamás volvieron a ser los mismo y en realidad ni
siquiera estaban ahí. Era Maharet quien lo guiaba por la oscuridad.
Mojo se hallaba tumbado en el sofá
junto a una nueva compañera. Después que su viejo amor se marchara,
una perra de su misma raza, con sus dueños al norte había tomado
aprecio a otra dama algo más delicada y de aspecto seductor para él.
Era una caniche de hermosos ojos marrones que llenaban de ternura a
todos aquellos que la contemplaban. Rowan me había insistido que
debía llevarlo al veterinario y proceder a la castración, pero no
podía viendo aquella imagen tan idílica.
Nash estaba en ese mismo sofá, junto a
Tommy que ya había crecido bastante y era inmortal como él. Ambos
habían sido creaciones de Petronia y Arion respectivamente. Ambos
eran inmortales. Ambos podían ir allá donde quisieran. Sin embargo
estaban en mi fiesta conversando animados y entregados a las risas
habituales en estas celebraciones.
Si bien mi sonrisa se borró de mi
rostro cuando creí ver a Nicolas levantando una copa de champán,
brindando por mí y riendo mientras se aproximaba a quien era ahora
su tutor, compañero y amante. Sabía que ese malnacido se hallaba
entregado a la pasión de los infiernos y se vestía de odio para mí.
Él era atractivo, seductor y sobre todo una gran molestia. Pero
cuando quise fijarme ya no estaba y era como si hubiese sido todo
producto de mi imaginación.
—¡Eres un estúpido!—escuché la
voz de Petronia antes que el golpe que le propinó a Arion,
provocando que cayera de espaldas.
—¡Pero cariño!—dijo levantándose
para ir hacia ella, pues ya se dirigía sin remedio hacia la salida.
La fiesta continuó entre murmullos que
fueron acallándose por las risas de Benji. El pequeño vestía con
ropa más occidental que las primeras veces que le había visto.
Tenía en su rostro reflejado la felicidad y parecía que Armand
olvidaba cualquier disputa mientras ambos estuvieran juntos.
Entonces me percaté que Dolly Jean me
estaba robando botellas de ginebra, whisky y vodka. Me eché a reír
sin parar porque yo podía regalarle esas botellas. No me importaba
hacerle ese obsequio mientras ella fuese tremendamente feliz. Sabía
bien que las robaba para ir a First Street, donde Michael seguía
viviendo como invitado, y beberlas en compañía de Curry.
Si bien, esa fiesta estaba empañada de
cierto temor, al menos por mi parte, pues el espíritu vengativo de
Claudia estaba suelto. Louis había cometido un terrible error.
Posiblemente él también estaría algo preocupado por el bienestar
de nuestra hija. Ella había regresado gracias a Memnoch. Louis se
había entregado al diablo para conseguir sus favores. La pequeña
que conocíamos, y que amábamos, no era la misma que había visto
Louis y David con sus propios ojos. Ella era el retrato idéntico al
fantasma cruel y retorcido que buscaba venganza. Si bien no hizo acto
de presencia.
La noche fue deliciosa. No me importó
no poder bailar porque Rowan era demasiado seria y algo retraída.
Sabía que su carácter se debía a todas las malas experiencias que
había sufrido y yo no podía obligarla. Todos parecieron divertirse.
Incluso se divirtió Daniel jugando a apilar los canapés hasta crear
estructuras imposibles.
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