Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

sábado, 15 de febrero de 2014

San Valentín

Como ocurre en cada ocasión les traemos algo especial por la festividad que se celebra. ¡Gracias a todos!

Lestat de Lioncourt

SAN VALENTIN


La noche había caído con su telón de oscuros nubarrones. El jardín estaba silencioso y allí sólo reinaba el aire que mecía las ramas y sacudía las escasas flores que germinaban en invierno. Todas las luces estaban encendidas y dentro de la vivienda, la cual era una enorme mansión de tres plantas, se hallaba repleta de vida. Una vida intensa cargada de música, risas, conversaciones y pequeños brindis que se alzaban hasta el techo mientras la calefacción comenzaba a ser innecesaria.

Muchos habían acudido mediante invitación y otros simplemente habían entrado gracias a la generosidad de la cual siempre hago gala. La noche era especial y no iba a discutir con alguien que quisiera unirse a la celebración. Se trataba de ofrecer amor y dar ejemplo, así que estaba especialmente decidido en dar un poco de cariño a todos aquellos que me amaban.

Los mortales siempre han sido mi debilidad. El amor que profeso hacia ellos es intenso. A veces siento una ligera molestia hacia su alocado modo de vida, ese en el cual dejan las contemplaciones de las obras más hermosas que uno puede jamás soñar y desperdician sin remedio las horas discutiendo sobre temas banales. Pero después recuerdos que son capaces de escribir obras que enternecen mi corazón, películas que llenan mis ojos de viejas imágenes de radiantes amaneceres y me adentro en la insana diversión que me produce la televisión. Amo las series absurdas que pasan ahora y que te llenan de frases pegajosas. También aquellas que tratan sobre lo sobrenatural o enfocan sus ideas, en ocasiones preconcebidas, sobre otras épocas.

Había decidido engalanar la mansión, la cual es estilo colonial, con corazones de diversos colores, lámparas que se asemejan a candelabros elegantes y muy funcionales, máscaras divertidas con frases ingeniosas, algunos aperitivos y vino francés, español e italiano. Amo ver como brindan con champaña, se dejan seducir por un espumoso italiano con toque de manzana o se embriagan con vinos tintos de la Rioja que llenan sus gargantas de una melodiosa canción de risas y palabras elevadas sin motivo. La música era esencial y pedí Ópera, Zarzuela, baladas clásicas y rock. Sí, sobre todo mucho rock.

En el centro del salón principal, donde se solía reunir mayor cantidad de invitados, había un hermoso Cupido de hielo. Al fondo se podía ver un tapiz, el cual había comprado hacía algunos años, que representaba el nacimiento de Venus. En las paredes habían colados retratos y momentos cotidianos hechos por Marius. Y la casa bullía de comentarios sobre las esculturas que había adquirido recientemente.

—Creo que te has excedido—susurró Rowan apareciendo al fin en la fiesta.

Muchos contuvieron el aliento. Ella parecía radiar luz propia. Sus cabellos se hallaban recogidos con algunos mechones sueltos, su elegante vestido negro caía sensualmente sobre sus curvas y poseía un discreto escote en v que dejaba ver sus marcadas clavículas. Su largo cuello, el cual me sedujo desde la primera vez que pude besarlo, parecía aún más erótico con aquel collar de perlas que yo mismo le había regalado hacía unas noches.

—Estás preciosa—dije atónito mientras llevaba mi mano derecha a mi cabeza apartando los mechones rebeldes que se habían soltado de mi coleta, pues decidí que llevaría el pelo recogido para mostrar un aspecto más pulcro. Sin embargo mi cabeza leonina, la cual me hacía parecer un enorme felino vigilando su territorio, seguía pareciendo que jamás se peinaba demasiado o que sólo lo hacía con los dedos—. Toda mi vida he deseado hacer esto en medio de una fiesta concurrida, con la mujer de mi vida y levantando envidias.

—¿Qué?—preguntó confusa.

La tomé de la cintura pegándola a mí, la incliné suavemente levantando con mi mano derecha su pierna y la besé en los labios. Los tenía pintado de rojo, pero en un tono tenue, y sus mejillas se veían realzadas por el maquillaje. Tener su rostro tan cerca me permitía apreciar sus pequeñas arrugas de expresión, las cuales dotaba a su rostro de vida, así como su mirada intensa de un gris que me contaminaba con pasión.

Cuando la incorporé retomando la compostura ella me miró algo acalorada, confusa, molesta y abochornada. Me tomó de las solapas de mi chaqueta blanca y me miró a los ojos. El rubor de sus mejillas era intenso y su expresión mostraba furia, pero yo sonreía descarado.

—Tu sonrojo hace juego con mi corbata roja y la rosa de mi ojal—susurré tomándola del rostro con mis manos, dejando que mis dedos pasearan por sus pómulos y finalmente la sujetara por debajo de su mandíbula—. Eres única.

—Nunca cambiarás—susurró soltando mi chaqueta para acomodar las suaves arrugas que había hecho, jugando con los botones para luego sonreír.

Se sentía quizás algo más animada en aquel lugar, pero seguía viendo que se veía a sí misma como un objeto inanimado fuera de aquella algarabía. Si había hecho una fiesta como aquella era porque deseaba celebrar nuestro aniversario de bodas algunos días antes, pues en la fecha exacta había decidido llevarla de nuevo a París.

—Dentro de un mes estaremos sentados en la Ópera para después, sin prisas, pasear por los jardines de Versailles—aquello hizo que me mirara confusa—. Es mi regalo de aniversario.

—Lestat me necesitan en la clínica—dijo apartándose unos centímetros de mí, pero logré detenerla tomándola de la cintura con ambas manos.

—Y yo te necesito a mi lado—susurré apoyando mi frente en la suya.

—Iremos con la condición que sólo sean unos días y me permitas saber la evolución de algunos pacientes—murmuró provocando que riera.

Sí, era feliz. Rotundamente sí. Era un hombre feliz lleno de emociones. Quería cantar y bailar. Pero sabía que ella no se atrevería y desearía quedar en segundo plano observando como todos se divertían a nuestro alrededor.

No muy lejos de allí, en la biblioteca, se hallaba David sumido en sus archivos. Eran fechas duras para él. Aunque sabía que la soledad siempre era una amante que jamás echó de su lado. Desde hacía algunas noches había escuchado como hablaba solo meditando, intentando hacer que Merrick volviese aunque fuese como espíritu pero era imposible hallarla. Él había perdido toda esperanza de poder despedirse de ella como tanto deseaba desde su muerte.

Podía visualizarlo a la perfección. Con su traje gris, su corbata negra y su camisa de algodón. Sentado en aquel sillón que destacaba por ser cómodo, propio de un ejecutivo y no casar con los muebles que tenía a su alrededor. Suavemente inclinado hacia el teclado, observando todas las anotaciones del último informe y preguntándose si debería o no ir a buscar a sus viejos compañeros para enfrentarlos cara a cara.

En el establo, donde sólo deberían encontrarse los caballos, se hallaba Mael con su yegua cepillándola mientras hablaba posiblemente de cualquier noticia a Avicus. El siempre paciente Avicus con un libro entre sus manos, su mirada oscura perdida en la nada y su enorme cuerpo acomodado sobre alguna de las vigas de madera. Siempre que iba a buscar a uno de los caballos, pues aún disfrutaba de cabalgar por la finca, los veía allí sumidos en un monólogo del druida mientras aquel imponente guerrero tan sólo asentía.

Pandora se paseaba por el balcón de una de las habitaciones superiores, la cual era una sala que solía reservar para contemplar algunos de los cuadros que adquiría. Estaba vestida con un traje rojo, muy llamativo, similar a las viejas túnicas que ella llevaba y con un broche dorado como única joya junto con sus pendientes y un brazalete. Arjun estaba a su lado, sentado en la barandilla, recitando algún poema que había leído recientemente y le gustaba a ella. Todo para servirla, hacer que se sintiera cómoda y tranquila.

Marius sin embargo estaba molesto y visiblemente airado. Aunque intentaba sentirse dichoso, pues hacía escasos días había logrado tener más que palabras con Pandora, no lo era. Armand se negaba a escucharle y estaba a punto de sacar su látigo. Al pasar ambos a nuestro lado pude escucharles.

—¿Por qué no me crees?—pregunto lleno de ira.

Marius vestía su distinguida americana roja, corbata negra y camisa blanca con unos pantalones de vestir negros acompañados de unos mocasines italianos. Armand vestía con una simple camisa celeste y unos tejanos negros junto con unas botas militares cuyos cordones estaban mal atados. Era como ver dos polos radicalmente opuestos.

—Porque es lo mismo que le dices a ella—reprochó.

—¡Te amo!—exclamó echando sus manos hacia él, pero éste lo empujó alejándolo con cierta decepción en su mirada.

—Tú sólo te amas a ti mismo y a tu látigo—dijo con terrible sinceridad.

—¡No hagas que te golpee!—estalló.

—Atrévete—le desafió con los puños cerrados esperando que le pegara.

Marius iba a propinarle una bofetada, pero Benji apareció tomándolo de la mano para que bailara. Sybelle tocaba el piano aunque nadie la escuchara y lanzaba miradas cómplices a ambos, tanto a Benji como a Armand.

En el tercer piso, en el ala izquierda de la casa, se podían escuchar ciertos gemidos que me sacaban de quicio. Era Mona en brazos de Tarquin entregándose a él por segunda vez en la noche. Al menos esta vez no había sido en el armario donde se guardaban los abrigos de algunos invitados. Ella posiblemente se hallaba con la falda levantada, aunque era mínima, y con las piernas bien abiertas para recibir a su adorado Abelardo.

No muy lejos de mí, los padres inmortales de Tarquin, intentaban no mostrar celos ante las diversas conversaciones que tenían sus admiradores con ellos. Petronia estaba a punto de golpear a una chica por besar la mejilla de Arion, aunque lo hizo con inocencia y para nada buscando algo más que un momento único e irrepetible. Arion deseaba matar al caballero que no dejaba de contemplar con lujuria a su compañera.

Manfred se hallaba en la otra punta de la vivienda, justo cerca de la puerta trasera que daba a la piscina, llorando por Virginia Lee mientras Julien se hallaba a su lado con carmín en los labios y en su camisa blanca. Una estampa extremadamente curiosa. Julien había vuelto a la vida y nos había visitado en varias ocasiones, pero aquel día parecía decidido a no atormentarme y quedarse quizás con sus maravillosos recuerdos. Stella bailaba frente a ambos convertida en una niña con un hermoso vestido blanco y cintas en su cabeza.

Louis había decidido no acompañarnos. Para él era mucho más interesante leer un buen libro en su cómoda vivienda que desplazarse para verme a mí, quien durante muchos años fue su pareja, en compañía de Rowan. Sabía que él no me perdonaría jamás el haberme alejado. No obstante él tenía que comprender que ya no éramos los mismos. Amaba a Louis, siempre le amaría, pero mi amor por él quedó desgastado y cruelmente vedado por su nuevo carácter. Jamás negaría que a su lado había sido feliz y que compartimos momentos únicos. Pero él y yo no éramos compatibles y jamás sentí lo que siento por Rowan. Son amores muy distintos. Uno era el amor de un chiquillo que quería ser amado a toda costa y otro es el amor de un hombre que desea ser amado y comprendido.

Para mi sorpresa quien sí había aceptado la invitación era Thorne. Se hallaba sentado en un gran sillón rodeado de las dos de las tres pelirrojas con las cuales compartía su vida. Jesse ya había ido a ver a Mael y conversado algunos minutos, Maharet había hecho lo propio incluso conmigo. Sin embargo habían decidido que estar a su lado era necesario, pues los ojos de Thorne jamás volvieron a ser los mismo y en realidad ni siquiera estaban ahí. Era Maharet quien lo guiaba por la oscuridad.

Mojo se hallaba tumbado en el sofá junto a una nueva compañera. Después que su viejo amor se marchara, una perra de su misma raza, con sus dueños al norte había tomado aprecio a otra dama algo más delicada y de aspecto seductor para él. Era una caniche de hermosos ojos marrones que llenaban de ternura a todos aquellos que la contemplaban. Rowan me había insistido que debía llevarlo al veterinario y proceder a la castración, pero no podía viendo aquella imagen tan idílica.

Nash estaba en ese mismo sofá, junto a Tommy que ya había crecido bastante y era inmortal como él. Ambos habían sido creaciones de Petronia y Arion respectivamente. Ambos eran inmortales. Ambos podían ir allá donde quisieran. Sin embargo estaban en mi fiesta conversando animados y entregados a las risas habituales en estas celebraciones.

Si bien mi sonrisa se borró de mi rostro cuando creí ver a Nicolas levantando una copa de champán, brindando por mí y riendo mientras se aproximaba a quien era ahora su tutor, compañero y amante. Sabía que ese malnacido se hallaba entregado a la pasión de los infiernos y se vestía de odio para mí. Él era atractivo, seductor y sobre todo una gran molestia. Pero cuando quise fijarme ya no estaba y era como si hubiese sido todo producto de mi imaginación.

—¡Eres un estúpido!—escuché la voz de Petronia antes que el golpe que le propinó a Arion, provocando que cayera de espaldas.

—¡Pero cariño!—dijo levantándose para ir hacia ella, pues ya se dirigía sin remedio hacia la salida.

La fiesta continuó entre murmullos que fueron acallándose por las risas de Benji. El pequeño vestía con ropa más occidental que las primeras veces que le había visto. Tenía en su rostro reflejado la felicidad y parecía que Armand olvidaba cualquier disputa mientras ambos estuvieran juntos.

Entonces me percaté que Dolly Jean me estaba robando botellas de ginebra, whisky y vodka. Me eché a reír sin parar porque yo podía regalarle esas botellas. No me importaba hacerle ese obsequio mientras ella fuese tremendamente feliz. Sabía bien que las robaba para ir a First Street, donde Michael seguía viviendo como invitado, y beberlas en compañía de Curry.

Si bien, esa fiesta estaba empañada de cierto temor, al menos por mi parte, pues el espíritu vengativo de Claudia estaba suelto. Louis había cometido un terrible error. Posiblemente él también estaría algo preocupado por el bienestar de nuestra hija. Ella había regresado gracias a Memnoch. Louis se había entregado al diablo para conseguir sus favores. La pequeña que conocíamos, y que amábamos, no era la misma que había visto Louis y David con sus propios ojos. Ella era el retrato idéntico al fantasma cruel y retorcido que buscaba venganza. Si bien no hizo acto de presencia.


La noche fue deliciosa. No me importó no poder bailar porque Rowan era demasiado seria y algo retraída. Sabía que su carácter se debía a todas las malas experiencias que había sufrido y yo no podía obligarla. Todos parecieron divertirse. Incluso se divirtió Daniel jugando a apilar los canapés hasta crear estructuras imposibles.  

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt