Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

sábado, 8 de febrero de 2014

Torturado por el diablo

—¿Dónde estoy?—pregunté experimentando cierto temor.

Jamás he tenido miedo a nada salvo en mi juventud. Cuando era tan sólo un muchacho tuve que enfrentarme a una jauría de lobos, cosa que ya os he contado, y a Magnus. Pero jamás un miedo tan paralizante, pues ni siquiera Akasha logró entumecer de ese modo mis músculos y hundirme en el dolor.

—Digamos que he decidido que deberíamos conversar con mayor sosiego. Tenemos toda la eternidad para dialogar de la forma que más te agrade. Dime ¿qué paisaje deseas? Puedo concederte ese capricho—aquella voz me intranquilizó aún más. Quise llorar y lo hice.

Me creía a salvo caminando por la habitación, sentándome cansado en el sillón y logrando narrar mi historia a aquellos que quisieron oírla. Inclusive la escribí. ¡Yo la escribí! Deje por escrito mis memorias y el dolor agudo que sentí en aquellos momentos. La máquina de escribir echaba humo, casi literalmente, cuando decidí tumbarme en aquel lugar donde creí que encontraría a Dios. Una capilla era lo más cercano a un lugar sagrado y él me encontró.

—Oh, no llores—su voz mostraba unos matices de sincera angustia cuando yo lloraba de esa forma.

Él dijo que estaba cansado de amar y que lo habían juzgado de forma precipitada. Su trabajo era terrible, doloroso, pesado y angustioso para cualquiera. Incluso un ángel pudo volverse loco en un laberinto como aquel lleno de rostros y manos cubiertas de desesperanza, hundiéndose y alzándose en ríos de lava y azufre.

—No llores porque mi corazón se fragmenta—hasta ese momento estábamos en completa oscuridad.

Pero se encendió una luz, como si fuera primero una cerilla, que iluminó todo hasta prácticamente cegarme. Pensé que me quemaría, pero no ocurrió nada. Él estaba allí con sus cabellos del mismo color que las arenas de las playas caribeñas, un rubio algo apagado pero a la vez dorado, y esos ojos de impactante mirada encajados en unos pómulos marcados. Tenía una túnica blanca como si fuera el mismísimo Mesías y sus manos estaban extendidas hacia mí.

—Abrázame. No te haré daño—susurró con una sonrisa bondadosa.

—¡Déjame! ¡Quiero volver a casa!—grité furioso temblando por el miedo y también por el frío. Sentía que el frío congelaba inclusive mi alma.

—Estás en casa. Mis brazos serán tu cama y abrigo—dio un par de pasos hacia mí y yo intenté alejarme prácticamente gateando porque no me funcionaban las piernas.

Entonces, en medio de ese caos, me percaté que estaba desnudo como si fuera el primer hombre sobre la tierra. Él caminó más rápido y terminó alcanzándome mientras me recogía como si fuera la Piedad y yo su hijo muerto entre sus brazos. Me apartó los cabellos del rostro y me besó jurándome que me amaba. Sus burdas mentiras no tuvieron efecto en mí y el dolor comenzó.


Me torturó haciéndome contemplar el dolor, la miseria y también haciéndome sentir sus manos por toda mi figura. Notaba como sus dedos se hundían entre los pliegues de mi cuerpo cuando me retorcía, como sus labios rozaban mi cuello y la cruz de mi espalda mientras me hacía sentir su peso. No logro recordar que más ocurrió pero aquellos días terribles jamás se acababan. Ni siquiera podía ser consciente de lo que ocurría a mi alrededor. No recuerdo nada.  


Lestat de Lioncourt 

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Lestat de Lioncourt