Bonjour
Sin consuelo es un escrito donde Armand narra como se siente tras haber visitado a Daniel. El dolor de haber perdido ante el fracaso, las mentiras y el aroma de la desesperación lo atacan en este momento.
Lestat de Lioncourt
SIN CONSUELO
El mundo se había convertido en una
triste obra donde yo era el protagonista principal. Arrastraba las
suelas de mis deportivas por las calles de San Francisco. Volver
allí, donde él había estado, era tentador. Podía respirar el
mismo aire cargado de contaminación, contemplar sus edificios,
escuchar el tránsito y admirar las luces que coloreaban las fachadas
de los diversos negocios.
¿Por qué mentí a David? Mi vida se
había encaminado siempre por la delgada línea entre verdades y
mentiras. Sin embargo cuando acudía a Daniel, cayendo de rodillas
frente a su figura, observaba sus ojos violáceos completamente
perdidos en un punto sin retorno. Era un muñeco perfecto, con las
proporciones varoniles agradables, que podía moverse aunque no
parecía sentir. ¿O sentía?
Mis pensamientos me llevaban a los
bares donde él había esperado pacientemente, cada noche, a una
nueva historia que narrar en aquel periodicucho en el cual trabajaba.
Recuerdo sus gafas de montura perfecta, su cabello arremolinado, el
cigarrillo en sus largos y finos dedos, la camisa mal colocada y esos
zapatos sucios de patear latas en la acera. ¡Claro que lo recuerdo!
¿Fue ayer, verdad? Al menos así lo siento. Es como si el tiempo se
hubiese detenido por unos instantes y él volviese a ser normal.
No obstante sentí una presencia
fuerte, la misma que había sentido alguna vez a mi alrededor y
rodeándome hasta hacerme caer en su bárbaro amor. Era Marius. Mi
maestro estaba allí. Al buscarlo entre la marabunta de almas lo
hallé. Vestía un traje negro impecable como su corbata y zapatos,
un chaleco rojo y una camisa blanca de algodón de cuello inglés.
Sus cabellos caían sobre sus hombros y rozaban la cruz de su
espalda.
Caminó hacia mi dirección. No sé
porque no huí. Quería huir. Debí huir. Mis piernas no funcionaban
y mis brazos temblaban. Apreté mi mentón impotente al comprender
que él podía hacer cualquier cosa conmigo, incluso matarme, y yo no
haría nada en su contra.
—Amadeo—dijo tomándome del rostro
para mirarme con una ternura impropia. Tal vez era sentimiento de
culpa.
—Déjame...—respondí sin aliento.
—Olvida a ese hombre. No puedes hacer
nada por él. No tuviste culpa—acarició mis cabellos revueltos y
besó mi frente para rodearme.
No pude apartarlo, sin embargo sentía
que el mismo demonio me arrastraba a los infiernos. Posiblemente el
dolor de mi pecho era el de un ángel al cual le arrancan las alas,
lo arrojan a la tierra y siente como el creador le da la espalda.
Había caído de nuevo a sus juegos. Mi rostro se hundió en su pecho
aspirando su colonia, mientras permitía que acariciara mi espalda y
cabellos.
—Perdóname—musitó tomándome del
mentón al apartarse. Sus ojos brillaban seductores y mis piernas
temblaban aún más. Iba a caerme, pero sentí sus labios y me aferré
a sus brazos. Unos brazos fuertes y duros.
Sin embargo al abrir los ojos me
descubrí solo, en mitad de una gran avenida. Busqué a Marius entre
la multitud, la cual prácticamente me arrollaba, y entonces me di
cuenta que era simplemente mi deseo. Mi gran deseo de tenerlo a mi
lado lo que había provocado que imaginara que él estaba allí,
buscándome como jamás había hecho, para ofrecerme su consuelo. Un
consuelo que no tendría ya que el dolor se resistía a marcharse.
Aquella noche logré encontrar a dos
jóvenes vampiros que seduje y torturé previamente antes de
matarlos. Murieron en mis brazos completamente destrozados. Mis finos
dedos acariciaron sus corazones, tan cálidos e inmortales,
preguntándome si el mío aún seguiría en mi pecho o ya se había
suicidado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario