Recuerdo sus ojos fríos recorriendo
suavemente la habitación, sus pasos cortos pero firmes y su
elegancia al mover suavemente sus brazos mientras jugaba con sus
propios dedos. Tenía el cabello recogido bajo su sombrero de ala
ancha. Su boca era pequeña y sensual, pero sus pómulos marcados la
hacían ver severa. Guardaba dentro de sí una fuerza inusual y no
era únicamente por el don oscuro que había hecho modificar su
cuerpo hasta endurecerlo.
—Te dije que serías príncipe de
todo—dijo con su voz áspera y en un tono firme, tan firme como el
de un general que emite una orden.
—¿Y?—respondí encogiéndome de
hombros.
—Lestat, confié en ti—susurró
girándose hacia mí para tomarme de los hombros. Su rostro era el
mismo desde que la congelé en esa situación. Las pequeñas arrugas
de expresión habían desaparecido y parecía algo más joven, pero
era la misma mujer.
—Madre... ¿para qué quiero ser
príncipe de los vampiros si tú te alejas siempre?—dije
intentándome alejar de ella, pero me agarró con firmeza de los
brazos.
—Eres un hombre y no un niño que
necesite estar bajo mis faldas. Lestat, entiendo perfectamente tu
amor hacia mí pero no tu dependencia. No quiero que seas dependiente
de mis deseos o necesidades. No—su ceño se frunció y luego relajó
el rostro para abrazarme con cariño, pero pronto se apartó y caminó
igual que un hombre—No quiero eso para ti. No eres esclavo de otros
ni lo serás.
—Madre ¿por qué has
venido?—pregunté aún con el aroma a bosque pegado a mi cuerpo.
—Porque quería verte—respondió
alto y claro—. Decían que estabas hundido por la pérdida de
Rowan, pero aquí te veo como siempre—sus ojos parecían dos
enormes glaciales grises, pero con un toque cálido que me provocaba
deseos de abrazarla y besar su rostro.
—Por dentro duele—dije apretando
los puños.
—Siempre duele, pero si ella se fue
es porque tiene sus motivos—susurró con una leve sonrisa. Quizás
porque era mujer, tal vez porque podía ocultarme algo que ella sabía
o simplemente por suposiciones... pero sentía que tenía razón y
que no lo decía por decir.
—¡Yo quiero saberlos!—exclamé
rompiendo a llorar.
—¿Has pensado que quizás aún no es
tiempo?—dijo encogiéndose de hombros.
—Madre...—balbuceé viendo como se
movía hacia la puerta—¿Qué haces?
—Tengo que irme hijo—tomó el pomo
de la puerta, se giró suavemente y me sonrió como sólo ella sabía
hacer—. Nos vemos en otro momento.
Quedé de nuevo solo en el salón de
fiestas. El reloj marcaba la media noche y los cuadros parecían
tener vida. Fuera se había desatado una violenta tormenta; y ella se
enfrentaba a la lluvia y el viento como si fueran parte de sí misma.
Lestat de Lioncourt
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Madre quizás tengas razón, pero me gustaría saber esos motivos ahora.
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