Bonjour
Miren quien habla de sus sentimientos. ¡El druida tocahuevos!
Lestat de Lioncourt
Cuando caminas en soledad, como si
fueras un alma en pena, aprendes a saborear los momentos en los
cuales tus labios se despegan, emiten tu voz como si fuera un
graznido y logras un diálogo más o menos fluido con un viejo
compañero. Recuerdo que en alguna ocasión aparecí en el palazzo de
Marius. Contemplé su más hermoso discípulo, al menos a sus ojos,
moverse con desparpajo por sus opulentas fiestas. Sabía que era una
tentación para ese maldito idiota. También sentía que toda su
felicidad estallaría y se quedaría sin nada, pero claro era simple
superchería de un druida.
Desde tiempos de Jesús llevo caminando
por éste mundo en el cual se han librado batallas por dioses que han
acabado siendo olvidados, momentos terribles de asesinatos entre
hermanos y codicias de tierras que realmente pertenecen a los
espíritus que allí aún habitan. Las almas se han alzado hasta los
cielos y han hecho llorar a la naturaleza que ha quedado yerma. Nací
en un pueblo guerrero, tachado de bárbaro y de ira maldita, pero he
conocido a naciones mucho más salvajes.
En éstos momentos contemplo su rostro
concentrado en las llamas que se alzan con furia. No puedo dejar de
desear tocar sus labios algo finos, su mentón masculino y sus
cabellos negros, largos y ondulados, parecen enmarcar su piel de
mármol. Avicus regresó a mi lado por alguna oscura razón que no
permite confesarme.
Mi amor por ese maldito gigante
guerrero comenzó el mismo día que lo conocí encerrado en la
corteza de un viejo árbol, el cual aún estaba cubierto de musgo y
hermosas hojas verdes. Siento escalofríos todavía cuando sus ojos
oscuros se clavan en los míos. Su sonrisa es franca y parece ser el
reflejo de su alma tranquila. Las manos ásperas que recorren mi
cuerpo son tentadoras y excitantes, pero intento apartarlas de mí
porque mato a la soledad que siempre me ha acompañado. Por alguna
extraña razón me he convertido en un ser dependiente y he dejado
atrás mi pose de místico huraño; la misma pose que sigo reservando
para aquellos que quieren conocerme.
Me arde el corazón, como si fuera un
bosque en llamas, cuando su boca atrapa la mía y noto como quedo
desnudo ante sus apasionados deseos. Tan calmado en apariencia y por
dentro es un rayo que te atraviesa de pies a cabeza. Y por ello tengo
miedo. Jamás me sentí tan dependiente de su figura, pues quizás en
los viejos tiempos tenía mayor fortaleza. Después de mi locura y
exposición al sol, de ver mi cuerpo condenado a terribles
cicatrices, y del breve amor que desperté en Jesse quizás, sólo
quizás, éste druida ha terminado aceptando su parte más vulnerable
y él se aprovecha de ello. Aún así le amo inevitablemente pase lo
que pase.
Mi terco corazón pertenece a un dios y
no está en una cruz.
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