Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

martes, 15 de abril de 2014

Dios y el diablo

David nos recuerda su pasado y la conversación de Dios y el Diablo. Disfruten de éste especial SEMANA SANTA


Lestat de Lioncourt 

Aún era lo suficientemente joven para correr sin sentirme demasiado cansado. París deslumbraba por su belleza primaveral. En el ambiente había cierta tensión debido a varios acontecimientos políticos ciertamente desagradables, pero los mandatarios de los distintos países lo habían solucionado de forma diplomática y elegante. Las chicas vestían faldas un poco más cortas que en invierno, sus piernas se veían encantadoras con aquellos tacones que hacían sonar por las avenidas, y los caballeros dejaban las gabardinas por trajes más frescos.

Había salido de la húmeda y fría Londres, pues incluso en primavera las temperaturas eran bajas, para buscar cierta información sobre un caso que nos tenía sobrecogidos a todos. Era un objeto maldito que estaba asolando con todos aquellos que lo codiciaban. Deseaba indagar si era una leyenda o hechos reales, también había que descartar el asesinato debido a las diversas herencias que estaban implicadas en el lóbrego asunto.

Dejé mi hotel a las siete de la mañana y tras un copioso desayuno a base de croissants, café solo y jugo de naranja recién exprimido, decidí deambular por la ciudad deleitándome con su luminosidad, los hermosos escaparates abarrotados de prendas ligeras y coloridas, y por supuesto meditando sobre los documentos que llevaba en todo momento conmigo.

El objeto era un relicario de cuentas negras con una hermosa cruz de oro blanco. Tal vez parecía peculiar; pero en el relicario había inscripciones en un idioma similar al latín, la cruz estaba invertida en honor a San Pedro que fue crucificado de ese modo, y tenía un par de diamantes dispersos entre las cuentas. Los diamantes eran de gran belleza y valor, así como las cuentas que eran de turmalina. La cruz no tenía la figura de Jesús, pero sí su nombre en hebreo.

El inicio de la maldición empezó en Alemania, donde fue elaborado por un prestigioso joyero, que al llevarlo a bendecir le partió un rayo. El sacerdote, amigo suyo, pidió a su familia que bendijeran el objeto; mientras tanto, como era un buen amigo, él lo custodió para realizar aquel acto horas antes del entierro de su amigo. El sacerdote murió, por causas desconocidas, en su cama. Se tachó de muerte natural, pero era un párroco joven y jamás había padecido de enfermedad alguna. A pesar de éste hecho el relicario fue bendito, pero eso no quitó la maldición. La familia vendió el relicario, pues no lo deseaban en sus manos, a un rico comerciante que quedó en la ruina y terminó suicidándose. Tras ello cualquiera que lo tuviese terminaba muerto, arruinado o loco.

Mi pequeño maletín guardaba afanosamente aquellos documentos. En ellos, como en muchos libros sobre la pieza, se detallaba que podía haber sido hecha por el mismísimo demonio y se la hubiese entregado al orfebre. Éste, tras un terrible pacto, se sintió abochornado y con miedo a la ira divina. Así que cuando acudía a su buen amigo terminó muerto. Pero eran supercherías, no se sabía si era cierto no.

Me detuve en un parque para descansar, justo frente a un hermoso café, y mi curiosidad me hizo aproximarme para tomar asiento en una de sus encantadoras mesitas de metal. Junto a mí se sentaron dos personas, de un aspecto ciertamente extraño y cuando caí en quienes eran temblé.

Supe que era ellos por sus extrañas energías y porque nadie más parecía desconcertarse por su tamaño y belleza. Eran más grandes que los seres humanos comunes, desprendían un aura distinto y parecían luminosos. Había leído sobre apariciones cientos de veces, pero nunca había tenido el honor de estar ante una. A pesar de ello, y por mucho que me costara, no creía en el Dios cristiano de la forma que debía hacerse. Aún me sentía reticente, pero en ese momento dudé de mí mismo.

Uno era Jesús, sus hermosos ojos café lo delataron junto a su sonrisa franca. Lucía un cabello castaño oscuro, ondulado y largo, con una camisa blanca y unos pantalones muy simples. En sus pies había sandalias y no mocasines. A su lado, y de espaldas a mí, estaba un joven algo corpulento pero para nada grueso, tenía las manos hermosas y de uñas cuidadas. Su traje era negro, impecable, y de un corte algo sobrio.

—Deberías avergonzarte por lo que estás haciendo—recriminó el diablo.

—¿Por qué? Ya te dije que únicamente salvaré a los que sí creen en mí—respondió con una leve sonrisa—. Aquellos que no tienen la suficiente fortaleza para expiar sus culpas y abrirse a mí, tengan las razones que tengan, no es de mi incumbencia.

—Dios, ¿es qué no ves que sufren?—preguntó negando suavemente—. Y mi territorio sigue llenándose de almas.

—Lo sé, pero no es de mi incumbencia—explicó con un leve ademán—. Por favor, disfruta conmigo de un café y olvídate del trabajo. Hoy no quiero discutir.

—¡Pero es necesario!—exclamó colérico.

—No lo es—dijo levantándose de la mesa para marcharse.

El demonio le siguió y desaparecieron antes que fuesen arrollados por un vehículo. Creo que ni siquiera el conductor pudo comprender dónde se habían metido ambos. Por mi parte me quedé allí, atónito, esperando tranquilizarme para seguir mi investigación.


Días más tarde me encerré en mi despacho en la orden y redacté el informe de la joya, la cual pude ver por mis propios ojos. Después de indagar en la mente de algunos hombres de la familia, los cuales estaban muriendo por una enfermedad desconocida, decidí que la pieza realmente estaba maldita y que debía ser destruida. Sin embargo, la codicia y la ceguera de esos hombres se lo impidieron y acabaron muertos antes que pisara suelo británico. Sobre éste hecho, el de Dios y el Diablo, no hablé con nadie sobre ello hasta que Lestat entró en mi vida.  

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt