Breves memorias que recuerdan ciertos momentos y el dolor que aún permanece atenazando dos corazones.
Lestat de Lioncourt
Estaba de pie frente a ambos. La
discusión se había iniciado de nuevo. Louis estaba herido
nuevamente, sentía su furia contagiarse por las llamas que se
precipitaban sobre los muebles y el papel pintado de la vivienda.
Lestat lo observaba jadeante con los puños apretados. El humo se
condensaba y a lo lejos se escuchaba las sirenas de los bomberos. La
vivienda se consumía, la misma que habían tenido para su pequeña
familia, mientras los tres estábamos allí como si nada sucediese.
Louis parecía un ángel recién caído
a los infiernos. Su cabello negro, perfectamente peinado, y ondulado
caía sobre mi camisa blanca y chaleco verde prado. En ésta ocasión
tenía un aspecto mucho más cuidado que otras veces, pues yo lo
cuidaba del modo que Lestat me había pedido. Los pantalones eran de
su talla y sus zapatos estaban lustrosos.
Lestat tenía una figura genuina,
atractiva, pero llena de emociones que le hacía temblar de ira,
rabia y dolor. Había caído de nuevo sobre él una venganza absurda
por rencores de tiempos pasados, los cuales estaban enterrados para
el Príncipe Malcriado pero no para Louis, pues los sentía como un
lastre.
—¡Te detesto!—gritó agitando sus
brazos— ¡Quemas los escasos recuerdos agradables que tenía de ti!
¡Felicidades! ¡Eres un maldito idiota! ¡Un imbécil que debí
matar y echar su cuerpo al pantano!
—¡Igual que yo hice contigo!—dijo
con una sonrisa macabra mientras tomaba una pose ligeramente
decidida.
Rodeaba a Louis con cuidado, lo
mantenía alejado de los golpes que podía propinarle Lestat. Ambos
se detestaban profundamente, pero dentro de ese pozo aciago, de
desesperanza y crueldad, había algo de amor que estaba intentando no
quemarse junto a los hermosos, y valiosos, cuadros de la pared.
—¡Cállate maldito!
¡Cállate!—increpó levantando el brazo derecho para señalarlo—¡Te
odio!
—¡Deberías consumirte con tus
propiedades!—dijo furioso mientras yo lo sostenía, aunque su
fuerza ahora era superior a la mía— ¡Sí!
—¡David, llévatelo de mi vista!—se
apartó de nosotros para intentar salvar algún libro, varios cuadros
y por supuesto varios recuerdos que le hacían sentirse protegido,
unido de algún modo a todos quienes le amábamos.
—¡Ni me toques!—se apartó de mí
girándose hacia mí para explicarme sobre sus tormentos, esos que no
comprendía en absoluto— ¡He venido a pagar el daño que él me ha
hecho!
—¡Daño!—exclamó Lestat tras una
honda carcajada—¡Ahora vuelvo a ser yo el malvado!—dijo girando
su rostro hacia nosotros. Tenía un hermoso traje blanco que estaba
quedando cubierto de hollín, el pelo encrespado y revuelto, los ojos
llenos de ira y una sonrisa que posiblemente era la de un demonio;
creo que esa sonrisa, la que nos regalaba, estaba llena de rabia y
odio— ¡Bien! ¡Me encanta ser el maldito desgraciado de ésta
historia que no tiene principio ni final!
Entonces el camión de bomberos aparcó
cerca de la boca de riego, pues querían salvar tan preciado
inmueble, y nosotros decidimos marcharnos. Louis a penas quería
moverse, deseaba ver la casa consumida en llamas y a la vez, o eso
quiero pensar, rogaba por verla como en otros tiempos. El dolor que
cargaba en su alma le había hecho ser descreído de su vieja fe
católica, del perdón y la humanidad. Louis se había transformado
en un ser distinto, como si fuera una metamorfosis digna de Kafka,
frente a todos y evolucionado hacia un lado más salvaje y
destructivo.
En un callejón cercano siguió la
discusión. Lestat golpeó a Louis y éste decidió vengarse arañando
su rostro con sus propias uñas. Los dos discutían acaloradamente y
yo me sentía un testigo mudo, sordo e inútil. No podía hacer nada.
Me sentía maniatado. Estaba viendo a dos seres que amaba destruirse
por viejos odios que no comprendían.
—¡En vez de cuidarme dejaste todo en
manos de David!—explotó en lágrimas y cayó de rodillas en el
suelo de aquel hediondo callejón que olía a excrementos de animal,
orina y basura de un restaurante cercano.
—¡Ya no somos los mismos! ¡Todo lo
de Merrick nos cambió y dividió!—dijo Lestat esgrimiendo sus
puños al aire.
Merrick había causado grandes estragos
con su presencia y las visiones que ofreció a Louis sobre Claudia.
La verdad que le había torturado, que incluso sospechaba, le había
abofeteado duramente. Louis no pudo soportar la idea de ser maldecido
por ella. No, no podía. El tierno corazón que él poseía, tan
lacónico y filosófico, se rompió en mil pedazos y cuando se unió
de nuevo fue gracias a la oscuridad y la rabia.
Lestat amaba la fragilidad que poseía
Louis, pues lo veía como un pequeño muñeco de procelana y a la vez
como un amor que no podía ser. Conservaba cada recuerdo con cuidado
y con una necesidad impropia de seres como nosotros, pues somos
acusados de fríos y frívolos. Pero el Louis que tenía frente a él,
ese cargado de odio y con el aspecto de un ángel enfervorecido por
la maldad, no era el ser que amaba.
Yo amaba a ambos. Siempre he amado a
Lestat y a Louis. He arriesgado mi vida, mis propiedades, mi verdad,
mi honor y también mi tiempo en comprenderlos y tenerlos cerca mío.
Ellos son importantes para mí, por eso la discusión me consumía.
—¡Te fuiste con las brujas! ¡Un
vampiro enamorado de una bruja! ¡Maldito imbécil!—finalmente otra
vez, esa vieja discusión que venía dándose desde hacía más de
diez años.
—¡Y tienes el descaro de decirlo tú!
¡Tú te fuiste con Merrick!—explotó nuevamente y ambos se miraron
en silencio.
Louis se incorporó con el rostro lleno
de lágrimas, tomó el de Lestat entre sus manos y lo besó antes de
agarrarme del brazo derecho y tirar de mí hacia la salida. Nuestro
amigo, amante y creador, quedó atrás con las manos metidas en los
bolsillos y el rostro girado hacia el gran incendio de su vivienda.
Posiblemente la reconstruiría y la haría de nuevo su hogar muy
pronto, sin importarle que Louis volviese a incendiarla debido a
todos los demonios que lo instaban a ello.
El amor puro que sintió Louis por
Claudia, ese amor por encima de todo, era el mismo amor que sentía
Lestat por Rowan añadiéndole tintes sexuales y prácticamente
enloquecedores. Él la amó durante tantos años y ahora no podía
estar a su lado, pues sería prácticamente destruida y consumida
como si fuera una de esas velas que tanto fascinan a Louis, y por
otro lado comprendía a mi viejo amigo de ojos esmeraldas. Comprendía
a Louis porque él quería recuperar parte del protagonismo en la
vida de Lestat, aunque ya no pudiesen soportarse más. Era una
necesidad mútua, debían apoyarse, pero sólo discutían. Lestat no
podía olvidar los recuerdo que allí se consumían, como no podía
olvidar a Rowan y al mundo que había conocido.
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