Una noche de sed junto a Louis, eso es Bautiful monster...
Lestat de Lioncourt
La noche había caído con toda su
intensidad y las diversas luces, las cuales salpicaban el perfil de
la ciudad, ya brillaban con mayor fuerza que las propias estrellas.
Sus ojos recorrían con cautela la silueta de cada mueble, posándose
por unos instantes en la lámpara de queroseno que se encontraba
encendida. El suelo estaba descuidado, las cortinas algo raídas y
las paredes negras. El fuego había consumido parcialmente aquel
hogar. Era una de las pequeñas viviendas que Lestat había adquirido
y abandonado, pues él la había destrozado. Louis se había hecho
con ella, para guardar sus numerosos libros y olvidarse allí, como
si pudiera hacerlo, de todos los recuerdos que le perseguían como si
fueran terribles fantasmas.
Se incorporó del sillón dejando el
libro, que sostenía desde hacía rato entre sus manos, en una mesa
pequeña y retorcida. Sus mocasines hicieron crujir las tablas de
madera del suelo, como si fuera un viejo ataúd, y entonces decidió
salir. Caminó hacia la puerta, giró el pomo y salió a la noche. El
aroma del pantano cercano le provocó cierta nostalgia, pero sobre
todo el dondiego que crecía a un costado de la propiedad.
Salió al jardín, acarició con la
punta de sus dedos las hojas de las rosas, observó el camino
empedrado de losas heterogéneas y se acercó a la valla. El hierro
chirrió, igual que un trueno, provocando que sonriera. Sabía que
buscaría una nueva víctima, la sed provocaba cierto ardor en su
garganta y sus ojos verdes brillaban como los de un animal salvaje.
Louis ya no era el mismo. No era el
filósofo y mártir. Hacía más de una década que no lloraba, no se
lamentaba, no era nada más que colmillos y rabia. Se abrazó a sí
mismo, sintiendo la fina tela de su camisa blanca, y echó a caminar
por las calles aledañas a la propiedad. Los vehículos pasaban a su
lado, los jóvenes se tropezaban con él sin siquiera prestarle
atención, las farolas iluminaban levemente su piel algo tostada y su
mirada se volvía más terrible. Finalmente, halló lo que buscaba.
Era una mujer delgada, de aspecto algo
enfermizo, con el cabello rubio encrespado y los labios pintados con
un tono rojo muy llamativo. Vestía con una falda corta, de tela
jean, y una blusa anudada en sus pechos, que era del mismo tono que
sus labios. Una puta cualquiera. De esas fulanas que te venden
incluso su alma por una dosis de droga. Él sonrió, como cualquier
pervertido sin escrúpulos, y la tomó del brazo llevándola a un
callejón cercano.
Ella lo miró, como quien mira a un
demonio, e intentó hacer su trabajo. Sin embargo, no era placer
sexual lo que buscaba Louis. Él clavó sin piedad sus colmillos,
traspasó la piel y la carne, para beber sin escrúpulos de ella.
Lentamente dejó de tener fuerzas, cayó a sus pies como el
envoltorio de un chicle y salió fuera. Con cuidado acomodó sus
largos cabellos ondulados, sonrió y se lamió los labios pues aún
sentía el calor delicioso de la sangre brotando entre sus dientes.
—Oh nuit, oh laisses encore à la
terre. Le calme enchantement de ton mystère. L’ombre qui t’escorte
est si douce—tarareó metiendo las manos en los bolsillos de sus
pantalones—. Estúpida...—murmuró con una sonrisa cruel.
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