Bonjour
¿Recuerdan como se encerraban a los dioses en los árboles? Pues Avicus quiere contarnos sus impresiones, su dolor.
Lestat de Lioncourt
ATRAPADO
Podía palpar cada trozo de madera como
si fuera mío, mi piel, mis extremidades o mi alma. Encerrado en
aquella oscuridad, como si fuera el líquido amniótico de mi madre,
sentía hambre. Notaba el aroma de la lluvia, escuchaba el viento
silbar, contándole a las ramas mi pecado, y podía enterrar los
dedos en la tierra. Los insectos, y otros animales, eran para mí
parte del murmullo natural del bosque, de su alma y su verdad. Los
druidas caminaban entorno a mí, me dedicaban alabanzas y me llevaban
víctimas para saciar mi sed.
Cuando sentí y vi el sol, como si
pudiera hacerlo en plena noche, creí estar volviéndome loco. Los vi
a ambos sentados en sus tronos, las arenas doradas del desierto bajo
sus pies desnudos, el lino de sus ropajes y el oro centelleando en
sus brazaletes y collares. Contemplé horrorizado la salida del sol,
como éste tostaba su piel mientras inmóviles parecían luchar
contra el destino. Alguien los había expuesto para condenarnos a
todos. Sin embargo, ¿no estaba yo lo suficientemente condenado como
para sentir dolor? Mi carne se quemaba, la piel se caía a trozos a
mis pies y mi pelo parecía arder como si fuera una antorcha. Me tiré
rápidamente al suelo y grité, girándome de un lado a otro. Perdí
el conocimiento tras más de media hora gritando. El tormento duró
un día completo.
A la noche siguiente, cuando todo había
pasado, me descubrí vivo. No recordaba demasiado. Sólo sabía que
habían expuesto a Padre y Madre. Miré mi piel quemada y quise
chillar, pero incluso mi lengua se sentía abrasada. Los sacerdotes
que enviaron a la joven, una de tantas víctimas, al ver mi aspecto
se horrorizaron. Corrió la voz de alarma, revisaron a los demás y
muchos habían muerto. Si ya me sentía solo, en ese momento me
invadió el dolor, la pena y la angustia de una soledad aún más
marcada.
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