Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

miércoles, 4 de junio de 2014

First Street

First Street, mítica Avenida de New Orleans, donde se sitúa la mansión Mayfair... ahí donde Michael ha regresado y pasa sus días. ¿Quieren saber que hay tras ese nombre? Por favor, sigan leyendo.

Lestat de Lioncourt 


Se encontraba sentado en una de las sillas del jardín, con sus ojos azules clavados en aquel pequeño montículo oculto bajo las raíces del roble, abría una cerveza y la alzaba en señal de brindis. Era la segunda de toda la tarde. Desde hacía varios años había intentado reducir el consumo de cerveza, pero en días tan calurosos no podía soportar la sola idea de no dar un par de tragos.

—Hoy hace quince años, ¿no es así Lasher?—dijo con su voz profunda—. Fue un placer poner fin a todo—murmuró guiñando, se acercó la cerveza a la boca la lata y dio un largo trago.

El sol penetraba entre las enormes ramas y hojas del roble, el viento lo mecía como si fuera un alegre gigante, y las plataneras se agitaban con elegancia. A lo lejos, el dondiego, llenaba de perfume el jardín con el jazmín de algunos árboles de cítricos. Ese hermoso jardín. Ese hermoso cementerio.

La encantadora mesita del jardín se quejó cuando colocó sus dos enormes brazos, se inclinó hacia delante y agachó la cabeza. Intentaba olvidar, pero no podía. Tenía presente siempre ese momento. Su martillo se alzaba en plena oscuridad y se hundía en el cráneo de quien era su hijo, sangre de su sangre, y aunque se sintió aliviado porque acabó todo, como si fuera un Dios poco piadoso con una de sus creaciones, se sentía aún cansado por todo lo vivido. Michael no solía hablar con Rowan del asunto, era cosa desterrada, y recordar sólo le ayudaba a sentirse inquieto. No podía dejar de pensar en el rostro inocente de la joven Emaleth, en sus hermosos cabellos tan similares a su mujer y en su tierna voz. ¿Por qué? ¿Por qué todo? ¿Por qué a ellos? Luego recordaba que era cosa de Lasher, que la historia que le contó era trágica pero había sesgado la vida de muchas persona y hundido la suya, y entonces bebía otro trago.

—Michael—la voz de Beatrice le hizo volver en sí, girar su rostro hacia ella y verla. También hacía quince años de la muerte de Aaron, o mejor dicho de su asesinato, y no había reparado en ella, su viuda, que debía estar pasándolo mal a pesar de lo entera que siempre parecía—. Michael, vine a ver a Rowan.

—Vendrá a la noche—respondió.

—Daré una misa por el alma de Aaron y...

—A la noche, Beatrice. Ella no viene hasta la noche—dijo incorporándose para dejar la lata sobre la mesilla, acercándose a la pobre y anciana Beatrice, para besar su frente y estrecharla contra él—. Lamento lo de Aaron, siempre lo he lamentado, y espero que sea una hermosa ceremonia—murmuró antes de apartarse y mirarla a los ojos—. Pero Rowan no vendrá hasta la noche y entonces podrás hablar con ella.

—Está bien—una sonrisa dulce se dibujó en su rostro, como si fuera el de una niña inocente, y eso le hizo suspirar a Michael.

Giró su rostro hacia el montículo, observó las gruesas raíces y levantó su mirada hacia las copas del árbol. Allí yacía el Impulsor, el Hombre, quien estuvo en aquel jardín durante décadas observándolo y esperando que pasara con su desgraciada madre, la cual hacía como si no lo viera y rogaba que su hijo no se fijara demasiado en él, y por supuesto el Taltos, su hijo, la herencia genética que él aún poseía y que ocultaba haciéndole sentir un monstruo. Los Mayfair no nacen humanos, los Mayfair son algo distinto...

—Vamos dentro, tengo limonada—comentó, tomándola del brazo, para guiarla hasta el interior.

—Sí, un vaso de limonada estaría muy bien Michael—se agarró bien a él, intentando no caerse con aquellos bonitos tacones, mientras sentía la brisa mover su flequillo.

Amaba aún a Rowan, la fuerza invisible que la rodeaba y sus ojos grises, pero el mundo había quedado patas arriba. Otros monstruos nocturnos habían aparecido, la verdad se había revelado en un par de ocasiones y él, Michael Curry, se sentía impotente. Ahora, en esos momentos, sabía que Morrigan jamás volvería, que Rowan ya no era la misma y que existía un vampiro, un ser más o menos inmortal, que había escrito sobre ellos sacando la verdad, como si fuera pura fantasía, ante los ojos de todos y del mismísimo Dios. Todo el mundo sabía ahora que era un Taltos.


Taltos, seres gigantescos de gestos y gustos infantiles, que ya a penas se movían por el mundo. ¿Qué estaría haciendo Oberon y sus hermanas? Seguro que salvando vidas en el Hospital Mayfair, todo un orgullo para Ashlar que, pese a su bondad, también hizo daño a la familia. Taltos, una verdad oculta en la familia.  

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt