First Street, mítica Avenida de New Orleans, donde se sitúa la mansión Mayfair... ahí donde Michael ha regresado y pasa sus días. ¿Quieren saber que hay tras ese nombre? Por favor, sigan leyendo.
Lestat de Lioncourt
Se encontraba sentado en una de las
sillas del jardín, con sus ojos azules clavados en aquel pequeño
montículo oculto bajo las raíces del roble, abría una cerveza y la
alzaba en señal de brindis. Era la segunda de toda la tarde. Desde
hacía varios años había intentado reducir el consumo de cerveza,
pero en días tan calurosos no podía soportar la sola idea de no dar
un par de tragos.
—Hoy hace quince años, ¿no es así
Lasher?—dijo con su voz profunda—. Fue un placer poner fin a
todo—murmuró guiñando, se acercó la cerveza a la boca la lata y
dio un largo trago.
El sol penetraba entre las enormes
ramas y hojas del roble, el viento lo mecía como si fuera un alegre
gigante, y las plataneras se agitaban con elegancia. A lo lejos, el
dondiego, llenaba de perfume el jardín con el jazmín de algunos
árboles de cítricos. Ese hermoso jardín. Ese hermoso cementerio.
La encantadora mesita del jardín se
quejó cuando colocó sus dos enormes brazos, se inclinó hacia
delante y agachó la cabeza. Intentaba olvidar, pero no podía. Tenía
presente siempre ese momento. Su martillo se alzaba en plena
oscuridad y se hundía en el cráneo de quien era su hijo, sangre de
su sangre, y aunque se sintió aliviado porque acabó todo, como si
fuera un Dios poco piadoso con una de sus creaciones, se sentía aún
cansado por todo lo vivido. Michael no solía hablar con Rowan del
asunto, era cosa desterrada, y recordar sólo le ayudaba a sentirse
inquieto. No podía dejar de pensar en el rostro inocente de la joven
Emaleth, en sus hermosos cabellos tan similares a su mujer y en su
tierna voz. ¿Por qué? ¿Por qué todo? ¿Por qué a ellos? Luego
recordaba que era cosa de Lasher, que la historia que le contó era
trágica pero había sesgado la vida de muchas persona y hundido la
suya, y entonces bebía otro trago.
—Michael—la voz de Beatrice le hizo
volver en sí, girar su rostro hacia ella y verla. También hacía
quince años de la muerte de Aaron, o mejor dicho de su asesinato, y
no había reparado en ella, su viuda, que debía estar pasándolo mal
a pesar de lo entera que siempre parecía—. Michael, vine a ver a
Rowan.
—Vendrá a la noche—respondió.
—Daré una misa por el alma de Aaron
y...
—A la noche, Beatrice. Ella no viene
hasta la noche—dijo incorporándose para dejar la lata sobre la
mesilla, acercándose a la pobre y anciana Beatrice, para besar su
frente y estrecharla contra él—. Lamento lo de Aaron, siempre lo
he lamentado, y espero que sea una hermosa ceremonia—murmuró antes
de apartarse y mirarla a los ojos—. Pero Rowan no vendrá hasta la
noche y entonces podrás hablar con ella.
—Está bien—una sonrisa dulce se
dibujó en su rostro, como si fuera el de una niña inocente, y eso
le hizo suspirar a Michael.
Giró su rostro hacia el montículo,
observó las gruesas raíces y levantó su mirada hacia las copas del
árbol. Allí yacía el Impulsor, el Hombre, quien estuvo en aquel
jardín durante décadas observándolo y esperando que pasara con su
desgraciada madre, la cual hacía como si no lo viera y rogaba que su
hijo no se fijara demasiado en él, y por supuesto el Taltos, su
hijo, la herencia genética que él aún poseía y que ocultaba
haciéndole sentir un monstruo. Los Mayfair no nacen humanos, los
Mayfair son algo distinto...
—Vamos dentro, tengo
limonada—comentó, tomándola del brazo, para guiarla hasta el
interior.
—Sí, un vaso de limonada estaría
muy bien Michael—se agarró bien a él, intentando no caerse con
aquellos bonitos tacones, mientras sentía la brisa mover su
flequillo.
Amaba aún a Rowan, la fuerza invisible
que la rodeaba y sus ojos grises, pero el mundo había quedado patas
arriba. Otros monstruos nocturnos habían aparecido, la verdad se
había revelado en un par de ocasiones y él, Michael Curry, se
sentía impotente. Ahora, en esos momentos, sabía que Morrigan jamás
volvería, que Rowan ya no era la misma y que existía un vampiro, un
ser más o menos inmortal, que había escrito sobre ellos sacando la
verdad, como si fuera pura fantasía, ante los ojos de todos y del
mismísimo Dios. Todo el mundo sabía ahora que era un Taltos.
Taltos, seres gigantescos de gestos y
gustos infantiles, que ya a penas se movían por el mundo. ¿Qué
estaría haciendo Oberon y sus hermanas? Seguro que salvando vidas en
el Hospital Mayfair, todo un orgullo para Ashlar que, pese a su
bondad, también hizo daño a la familia. Taltos, una verdad oculta
en la familia.
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