Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

miércoles, 20 de agosto de 2014

Sepultar sentimientos

Aquí veo drama. Mucho drama. Heridas abiertas y otros que van a tener abierta la crisma, la biblioteca incendiada y demás cuando cierto vampiro se entere de todo esto. Louis es muy ardiente, David, cuidado.

Lestat de Lioncourt 


Tenía razón. Lestat siempre ha tenido razón con respecto a mis instintos. Soy un hombre que siempre ha mostrado su parte más racional, pero soy un cazador de historias y un espía indiscreto. Me he pasado la vida viajando, conociendo lugares que jamás han estado en el mapa y me he perdido por la jungla buscando entre manglares algo de valor. Y a veces, lo encontraba. No eran diamantes, sino historias. Las historias son mucho más satisfactorias que una cuenta bancaria abultada, y lo sé desde que era un niño. Mi familia era acomodada, tenía un lugar amplio donde jugar y perderme pensando que exploraba nuevas tribus, conocía nuevos mundos que jamás hubiesen sido revelados a otros hombres modernos y hurgaba en las viejas pertenencias de mis familiares fallecidos. La muerte era fascinante, pero poco a poco también lo fue la vida. Quizás se acrecentó ese impulso hacia encontrar el misterio en la vida, y no sólo en hallazgos que pertenecen al pasado, desde que soy lo que soy. Es inevitable. A veces uno cambia, aunque creo que no he cambiado ni un ápice. Puede que en eso también tenga Lestat razón, al igual que otros tantos.

Me he pasado la vida viajando y la otra media apilando la información para otros. Vivir con Louis te ofrece la posibilidad de encontrar un reducto de paz, silencio sano y duradero. Él viene y va, a veces nos chocamos como si fuéramos auténticos desconocidos y encuentro fascinantes esos soberbios ojos de esmeraldas. Me quedo callado, casi pasmado, por su frialdad y después tiene ese brote de pasión. Su acento aún tiene mucho de francés y poco de otros mundos. A penas se ha movido en del mismo sitio, aunque viajó con Armand durante algún tiempo. Es un hombre que ha visto mucho, aunque más bien debería decir que es un vampiro que ha visto lo que todos. Él tiene una impronta especial que me fascina. No obstante, son más las noches que aguardo su regreso, sus amenas conversaciones y sus largos minutos mirando la nada, observando mis documentos con interés para luego desvanecerse. Me fascina. Siempre lo ha hecho. No es nada nuevo.

Pero esta noche me he dado cuenta que hay algo que siempre estará ahí. Soy hombre de amores trágicos. He perdido a varios amantes por enfermedades desconocidas, mortales o simplemente por exponerse a riesgos innecesarios. Y no sólo amantes, también buenos amigos. Dentro de la Orden siempre tuve fama de conquistador, por mi habitación pasaron novicios de todo tipo. Algunas mujeres cayeron rendidas por mi cháchara sobre mis peripecias. El encender una vieja pipa, cosa que dejé de hacer hace mucho, junto a una copa de whisky en la rocas y recostarme en una de las salas a conversar sobre espíritus, apariciones, dioses desconocidos y epopeyas provocaba en los novicios una atracción innata. Así que robé corazones, igual que robé secretos a los viejos dioses de tantas culturas. Sin embargo, mi corazón peligró en muchas ocasiones y una de ellas fue con Merrick. Jamás creí amar a otra mujer. De hecho he amado tan sólo a tres. Una de ellas fue mi madre, aunque por desgracia ese amor no puedo contarlo del mismo modo trágico que Lestat. Es un amor natural que posee todo niño y hombre adulto, todos amamos a nuestras madres. La tercera fue ella. Una pelirroja que te parte el alma cuando te mira. Discípula de Lestat, con su poderosa sangre fluyendo por las venas tan similar a mí, y con los conocimientos propios de un vampiro milenario gracias a Maharet. Fuerte, peligrosa, tenaz y que se fue como si nada. Mis misterios la agobiaron y mis secretos, tan ocultos para no hacer daño, se convirtieron en púas venenosas.

Hace unas horas me encontraba en mi despacho, justo donde me encuentro, frente a un portátil nuevo con mayor capacidad. Organizaba toda la documentación que pude sacar de mis años en Talamasca, añadía nuevos informes y revisaba las conversaciones con amigos que hoy en día son parte de la historia escrita de los vampiros más influyentes. Lestat no ha sido el único en relatar su historia, Louis fue el primero. Después han aparecido diarios de otros inmortales y, no quiero pecar de pretenciosos, todos bajo mi influencia.

Escuché la puerta, el mayordomo pasó frente al despacho y recorrió el estrecho recorrido hacia el hall. Ya había sentido su presencia, pero pensé que pasaría de largo. A veces lo hace. Él es así. No se puede confiar en una visita suya. No es un ser de costumbres, salvo esa. Le gusta observar, esperar su momento y atacar cuando te sientes débil o confundido. Entró en la biblioteca sin decir nada, pasando por alto el ceñido protocolo de mi mayordomo y también del resto del servicio. Al entrar cerró tras de sí y se encaminó a mi mesa con una soltura propia de un muchacho.

Juro que si lo ves no puedes creer que sea perverso, tampoco puedes imaginar el daño que ha sufrido. Tiene un corazón roto que ha cosido mil veces. Puede parecer de piedra, como los ángeles con los que le comparan, pero es de carne y hueso. Sus ojos castaños, con destellos ambarinos, te roban el aliento y sus labios, como bien los definió Marius, parecen pétalos de rosas. La piel lechosa, tersa y apetecible, con ese rubor en sus mejillas, síntoma de buena alimentación, te tienta. Su cabello rojo cae sobre sus hombros, roza su espalda y también su frente. Tiene las cejas perfectas, las pestañas pobladas y una cintura estrecha que deseas tener entre tus manos. Fascina sólo con verlo. Es el pecado mismo. Un ángel hecho a medida para gobernar el infierno. Lestat no tuvo que irse muy lejos para encontrar un monstruo así, pero terminó entre los brazos de otro mucho peor que Armand, Louis o cualquiera de sus amantes. Pero hablar de Memnoch, ahora, es un pecado que no quiero cometer.

Caminó hacia la mesa y se sentó en uno de sus extremos. No dijo nada, tan sólo me miraba. Era como una aparición. Me pregunté si era real, pero al sentir esa energía emanando de él estaba claro que lo era. Cruzó sus piernas con elegancia, colocó sus manos sobre la tela vaquera de sus jeans y me miró resuelto. Llevaba una camisa simple, con botones de nácar, en color celeste. Parecía que aún usaba el color con el cual Marius lo envolvía, como si fuera un mensaje hacia él y hacia todos.

Me incorporé como un autómata, me aproximé a él quedando de pie frente a frente y quise hablar. Pero no lo hice. Sé que moví los labios, pero no emití ruido alguno. Hacía días que Louis no se personaba ante mí, que no sentía sus atenciones ni sus divagaciones. Él estaba allí ofreciéndose como un cordero frente al matadero. ¿Y yo qué hice? Caer como caería cualquiera. Coloqué mis manos en su estrecha cintura y él lo hizo sobre mi camisa de lino blanco. No tardó en pasar sus dedos, como si estuviera jugando y sólo fuera un chiquillo, por mi cuello y torso hasta mi cinturón negro que sujetaban mis pantalones beige. Y dije adiós a mis pantalones beige.

Sus delicadas manos me estimulaban mientras me sometía al poder de sus ojos. Ningún otro ser a tenido ese dominio sobre cualquiera salvo él, lo sabe y siempre se jacta con cierta burla. No sé quien empezó a besar a quien, pero pronto estaba recostado sobre la mesa con él debajo, abriéndome sus piernas mientras me tocaba con esa precisión gloriosa. Sus dedos eran delgados, delicados, muy hermosos y similares al tacto de ella. Sus cabellos pelirrojos eran idénticos. Sentí el impulso de amarlo como la amaba a ella y mi corazón explotó en un caos de sentimientos que me confundió. Dejé de verlo a él para verla a ella. Era Mona. Mona Mayfair.

Me deshice de mi camisa, sus manos arañaron mi torso y él gimió como lo haría una mujer inquieta porque desea ser destrozada en la cama. Bajé sus pantalones, deslicé su ropa interior y vi en su sonrisa la perversión seductora de Mona. Quise sacarla de mi cabeza, concentrarme en él, pero no podía. Era como un maleficio. Hundí mi rostro en su cuello intentando calmarme, pero incluso sus cabellos me recordaban al aroma de los jazmines y dondiegos que ella siempre adoraba y que crecían, por supuesto, en First Street. Las pequeñas manos de Armand me tenían dominado. Mi boca se desplazaba por su torso y comencé a succionar sus pezones igual que solía hacerlo con ella, agradecí que él fuera sensible en esa zona y gimiera de nuevo de ese modo. Era como escuchar a una mujer sin serlo.

Entonces, para desgracia mía, dejé que la realidad se disipara e imaginara por completo que me había perdonado, entrado en el despacho y arrancado mi cordura. Entré en él. Lo hice sin pensarlo demasiado. Sus pantalones habían volado, igual que su ropa interior. Nos unimos de forma íntima. Sus manos se quedaron en mis hombros y clavó sus uñas. Gemí, para colmo de males, el nombre de Mona. Y ahí todo acabó. Armand me apartó de un empujón que me envió a una de las numerosas estanterías. Caía al suelo y cientos de incunables cayeron también.

—¡En qué coño estabas pensando!—gritó furioso— ¿Es eso? Así que es eso. Aceptaste mi juego sólo porque soy pelirrojo y de bajito tamaño—su rostro cambió al del ser sin escrúpulos, cruel y fiero, que ven sus víctimas cuando acaba con ellas. Lo sé porque lo he visto y lo conozco muy bien—. Haré que pagues por esto. Te juro, David Talbot, que vas a caer en picado.

—Armand, te juro que no ha sido mi intención—intenté excusarme intentando concentrarme, pero aún estaba influido por esa extraña sensación.

—No la olvidas, pero estás con Louis y me sigues el juego a mí. ¿En qué demonios piensas?—preguntó arrugando la nariz.

—Tú lo has dicho. Estoy con Louis, ¿qué haces tú aquí pidiéndome explicaciones?—eso hizo que se enfureciera y agarrara mi ordenador para estrellarlo contra el suelo, pero era algo que apreciaba por ser tecnología y a mitad de camino, en su acto desenfrenado de locura y venganza, no lo hizo—. Además, tú no puedes dejar de pensar en ellos. Sí, sé que amas a Daniel aún aunque digas que todo se acabó. ¿Y qué puedo decir de Marius?

—Eso no te incumbe—dijo dejando el ordenador para serenarse hasta tal punto que sus emociones se invirtieron, la furia fue calma y la calma lloros. Se echó a llorar como lo haría un niño.


Allí, con la camisa mal colocada y sin pantalones, parecía perdido. Rápidamente recogió sus cosas y se marchó dando un portazo que provocó que un par de libros más cayeran sobre mi cabeza. Ni me inmuté. Quedé allí mirando la puerta y recordando a Mona. Hacía días que no pensaba en ella. Me había hundido en mis misterios, en mis conversaciones con seres sobre naturales y en el sexo fiero, aunque complaciente, de Louis. Pero ella estaba ahí. Mi amor por ella permanecía. La obsesión prevalecía. Estaba perdido.  

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt