—Jamás creí que me tropezara
contigo ésta noche—dijo con voz áspera, aunque no dejaba de tener
elegancia cada palabra que salía de sus labios. Poseía una chispa
de locura en sus ojos y un aspecto envidiable. Su cabello ondulado y
largo cabello negro caía sobre las solapas de su traje de lino
beige.
—¿Y dónde creías que me ibas a
encontrar?—interrogué alzando mi ceja derecha. Mi expresión era
de total incredulidad. Sabía que definitivamente nos toparíamos de
nuevo, como si todos los caminos condujeran a un reencuentro amargo.
Ya no existía un sólo recuerdo amable que salvar. La distancia era
terrible entre nosotros. Ambos sabíamos que éramos dos seres
totalmente distintos a los viejos compañeros que se desafiaban,
emitían juicios precipitados y en el fondo se querían. Ya no.
—No lo sé—contestó—.
Francamente, te hacía medio muerto sobre alguna lápida.
—¿Por qué pensabas en un destino
tan miserable?—pregunté cruzándome de brazos. Me sentía
incómodo. Mi ropa era radicalmente distinta. Parecía uno de esos
jóvenes de la cultura “gótica” debido a mi camisa de chorreras
con encantadores encajes en los puños, aunque los pantalones de
cuero y las botas me daban un aspecto de estrella del rock.
—Tu bruja—susurró—. Es un
avecilla que ya no está en tu rama. Supuse que te deprimirías tanto
que sólo cometerías estupideces.
—¿Cómo tú cuando comías ratas? ¿O
cómo tú cuando incendiaste medio New Orleans por un ataque de
celos? También puedo recordarte todas las estupideces y actos bajos
que has hecho—sus ojos verdes brillaban coléricos, pero no emitió
palabra alguna durante mi discurso—. La lista es amplia, podemos
estar hablando horas.
—¿Serías tan miserable de
reprocharme todo lo que he hecho?—preguntó frunciendo el ceño.
—No, el miserable eres tú—dije con
una sonrisa eufórica—. Dime, Louis, ¿cuándo vas a perdonar que
te salvara la vida?
—Oh, pero si estoy agradecido.
Muestra de ello es que no te he hecho la vida demasiado imposible—se
acercó unos pasos y acarició con un par de dedos mi mejilla—. Si
me comportara como un miserable, igual que tú harías en mi lugar,
me mofaría de tu amor por esa mujer. Me reiría en tu cara por haber
caído condenado. Has puesto en riesgo esta vez tu corazón, dulce
príncipe, y han decidido tirarlo al suelo.
—¡Aparta!—grité empujándolo—.
¡Cómo te atreves a ser tan odioso!
—¿Odioso por decir la verdad?—dijo
antes de echarse a reír.
—¡Largo de mi vista!—vociferé.
Él sonrió una vez más e hizo una
ligera reverencia, como si aún fuese un caballero de alguna
plantación de algodón y café. Se giró y se marchó. Su caminar
seguía siendo elegante. Desde la lejanía parecía mi Louis, el
Louis que conocí. Pero, cuando lo tuve frente a frente sólo vi a un
monstruo que se regodeaba por mi dolor.
Cuando estuvo lo suficiente lejos, a
varias calles, me senté en el banco de aquel parque. Sentí el
hierro frío del banco, el murmullo del viento revolviendo mi pelo y
el dolor que se atenazaba en mi pecho. Comencé a llorar como hacía
años cuando era más joven. Un llanto amargo. Quería que Rowan
volviese a mi lado. Necesitaba a esa mujer junto a mí. Ella era lo
único puro que había logrado tener, un amor único y perfecto como
un diamante. Sin ella me sentía en la miseria.
Ella estaba en peligro. Yo debí
haberla llevado lejos, pero no quise que Michael o alguien de su
familia sufriese. No me veía con las fuerzas suficientes para
apartarla y luego escuchar sus reproches por ello. No podía. Me
sentí tan coaccionado por un posible futuro oscuro, turbio y
rocambolesco entre ambos, que la aparté. Y ahora, una década
después, cuando todo parecía idóneo, casi idílico, para estar
juntos ocurrió una serie de desgracias que nos impidió estar
juntos. Aún así, mi amor por ella sigue intacto y sé que su amor
por mí también lo está. No importa cuánto se burle ese
desgraciado de mí, ni siquiera importa si en alguna nueva alocada
aventura muero en el intento de salvar el mundo, de ser el héroe de
todos, porque al menos he conocido el verdadero significado de amar
sin importar nada. De amar más allá de la piel y la carne.
Lestat de Lioncourt
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