Nada, otra vendetta más. Otro que se apunta. Aunque supongo que ya estaba más que apuntado.
Lestat de Lioncourt
Aún la noche envolvía todo con su
misterio, y sus encantadoras estrellas brillando a miles de
kilómetros, mientras el mundo se rendía por completo a los sueños.
Los sueños son para muchos algo de qué hablar cuando despiertan,
una sonrisa tímida al tomar un café cargado y la fuerza necesaria
para soportar su vida de esclavo del trabajo, las reuniones sociales
y la vida misma. Para otros, los que viven dentro de estos, en sin
duda lo único que poseen. Plasmar sueños en pinturas, escritos y
partituras es la vida del artista. Genera un poder hipnótico que
doblega el alma.
Se encontraba sentado en uno de los
tejados, con el violín entre sus brazos y el cabello hondeando
debido a la ligera brisa. Aún el verano parecía no querer
retirarse. El calor era algo insoportable, pero merecía la pena por
el aroma de los jazmines y el murmullo de los insectos. El asfalto
parecía una lengua negra y los vehículos pequeñas maquetas. El
edificio era alto, aunque no tan alto como los que él había
conocido en otras ciudades. Tres gloriosas plantas visibles, un
sótano que quedaba en las entrañas de la tierra y un jardín lleno
de plantas de las que desconocía algunos nombres. Había regresado a
la vida y aún se preguntaba qué hacer con esa oportunidad.
El odio le había llevado a la
venganza, el rencor le guió sus pasos, el demonio susurró en su
oído y él tocó para asesinar los sueños de un ser que aún amaba.
Su sonrisa cínica, sus hermosos cabellos dorados y el recuerdo de
las noches parisinas le agobiaban demasiado. Se sentía confuso,
dolido, abochornado y a la vez triste. El lamento de su violín cada
vez era más frenético. Él construía sueños, tocaba por pasión,
pero en esos momentos era títere con hilos que iban hacia el
infierno.
Imaginó un mundo distinto. Cerró los
ojos y aspiró el aroma de las flores. Con cariño abrazó el violín
y se puso en pie encima de aquel tejado. Con elegancia comenzó a
tocar mientras sus sueños buscaban liberarse. Pensó en un París
distinto, una noche más en el teatro, el regreso de Lestat como si
fuera el príncipe de un cuento de hadas y él el monstruo que
aguarda ser liberado. Igual que si fuera un Minotauro y conociera a
Ícaro con unas poderosas alas que pudiesen arrancarlo del tormento,
de aquella jaula inhumana, y le devolviera el aliento, sus manos y la
esperanza. Tenía cerrado sus ojos, pero de inmediato los abrió y se
echó a reír. Sabía que tenía que hacer. La venganza era cruel,
dolorosa incluso para él, pero el único camino. El camino hacia la
libertad.
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