Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

viernes, 31 de octubre de 2014

Cuidado con lo que deseas.

Archivo Talamasca, o más bien texto de terror proveniente de David... 

"Disfruten"

Lestat de Lioncourt


La noche había caído como un pesado telón. La oscuridad recorría las calles con el silencio típico de una noche de invierno. El viento mecía las ramas contra la nada. Había algunas luces encendidas en los apartamentos más apartados, las casas parecían vacías, todavía quedaban bares abiertos para noctámbulos y algún lugar, mucho menos decente, para aquellos que querían vender su alma a demonios con poca ropa. La noche de Halloween estaba teniendo su fin. Las fiestas desenfrenadas daban paso a la mañana de pesada resaca.

Un joven caminaba por una de las avenidas más concurridas de día, pero más desérticas de noche. Era un muchacho común. Él no creía en espíritus perversos, pero le encantaba gastar bromas en estas fechas. Disfrutaba como muchos de las películas de terror, los relatos más sangrientos o las brujas más provocativas. Se dejaba seducir por cada minuto de la fiesta. En su mano derecha llevaba una pequeña bolsa. Él era demasiado mayor para pedir caramelos, pero había decidido tocar en varias casas para saciar su apetito. Las chocolatinas esperaban envueltas en sus respectivos envoltorios, del mismo modo que su madre aguardaba que su muchacho llegara sano y salvo a casa. Sus cabellos negros, largos y revueltos caían sobre sus cejas. Tenía un rostro común, aunque muy agradable. Nadie recordaría bien sus facciones, salvo por sus ojos verdes. Poseía ojos de gato.

En al avenida todo parecía calmado. Los locales de ropa, comida rápida o música tenían echado el cierre. Sin embargo, había uno abierto que jamás había visto. Era un local distinto. Parecía una tienda de antigüedades. No solía ver cosas como esa en una ciudad que parecía despreciar su pasado. Decidió entrar, pues le había llamado poderosamente la atención algunos de los artículos que se mostraban.

Al entrar pudo oler el suave incienso expandiéndose por la tienda. Sus ojos no podían dejar de mirar a cualquier lado. Había máscaras de fiesta, extraños frascos que tenían nombres en latín, diversas cajas de elegante orfebrería, joyas que parecían sacadas de un museo, trajes distintos a los acostumbrados, objetos de rituales vudú y muebles tan antiguos como extraños.

El dueño estaba tras el mostrador. Su aspecto era intimidante. Era un muchacho negro, algo delgado, con el rostro pintado como si fuera un esqueleto. Los ojos, de color violeta vulgurante, los tomó por meras lentillas de colores. Sus dientes eran una hilera perfecta de blancas perlas. La chaqueta de época que llevaba era de terciopelo negro. Él se sintió bastante incómodo. No iba disfrazado. Su ropa era vulgar. Se sintió idiota al despreciar llevar un buen disfraz, pues así no se sentiría tan fuera de lugar. Aquel tipo parecía ser un apasionado de la fiesta.

—¿Quieres cambiar tu destino?—preguntó inclinándose hacia él.

—No, sólo pasaba por aquí...

—Ah, pero eso ya es cambiar tu destino—explicó.

—Quizás...—titubeó—. ¿Qué es este lugar?

—Un lugar donde el pasado, el presente y el futuro se dan la mano—dijo.

—¿Lo dice por los objetos?—interrogó.

—¿Quieres algo? Podemos hacer un trato...

—¿Esas joyas son reales? ¿O son pura baratija?—dijo señalándolas e intentando no tocarlas. Se sentía extramente tentado por tocarlas.

—Algunas no son muy buenas, pero sí antiguas. Todas poseen algo que pueden darte... suerte, fortuna, amor...

—Ah, son como los colgantes de esas revistas de moda—contestó encogiéndose de hombros—. Dicen que las piedras atraen ciertas energías, pero son plástico.

—Estas no—dijo con una elegante sonrisa—. ¿Quieres una?

—No tengo dinero—explicó.

—Te lo doy gratis a cambio de un futuro favor—susurró saliendo de detrás del mostrador.

Era mucho más interesante lejos de allí que tras aquel mueble. Sus ropas eran increíbles. Parecía realmente el Barón Samedi.

—¿Cuál favor?—interrogó.

—Un simple.

—¿Cómo limpiar la tienda?—dijo señalando a todo el local con ambas manos.

—Sí, algo así...

—Hecho—estiró su brazo derecho hacia el hombre y este estrechó su mano.

El chico se llevó uno de los colgantes. Era el colgante que supuestamente te daría cierto estatus social que no se posee fácilmente. Si bien, nada más cruzar la puerta escuchó un golpe en seco. Al girarse, la tienda no estaba. No había nada allí. Era un muro corriente y moliente. Sintió pánico, sobre todo cuando escuchó la risa de aquel hombre. Había condenado su alma.

Días más tarde tuvo un golpe de suerte. Ganó cierto dinero, consiguió mejorar sus estudios y pronto se vio prosperando. No obstante tenía miedo. Había hecho un trato con un ser de otro mundo. Al siguiente Halloween caería muerto en mitad de una fiesta. El pequeño favor era estar en la tienda, con él, como uno de los objetos más interesantes... un alma humana encerrada en un frasco para los brujos más terribles.


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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt