Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

sábado, 1 de noviembre de 2014

Tu encantadora melodía

Armand y Sybelle, Sybelle y Armand... el monstruo con cara de niño del coro y la pianista. Bueno, es una bonita pareja... supongo.

Lestat de Lioncourt 


La melodía del piano me había salvado. Cada tecla pulsada era un latido. Ella rezumaba un éxtasis casi religioso cuando interpretaba con esa vitalidad cada pieza. Si bien, había una concreta que llamaba poderosamente su atención. La pieza que tocaba para sí misma y que logró mantenerme vivo. Quise morir. Me vi en el cielo, o quizás fantaseé con ello. Ascendí hacia la locura y caí con la piel quemada, terriblemente desfigurado, contra un tejado cualquiera.

Me convertí en el ángel que cuidó de una joven. Maté un villano y aún no sé como lo logré. Dejé que su sangre fuese mía. Permití que la maldad de su corazón se mezclara con la oscuridad de mi alma. Engullí su crueldad y la hice desaparecer. Recuerdo las horas siguientes como una auténtica tortura. Me costó volver a ser quien era, aceptar los hechos, encauzar mi vida y regresar junto a ellos. Sybelle y Benjamín. Ellos serían mi gran fortaleza. Pero fue de ella quien tuve la recompensa más preciada. El primer te amo.

Benji progresaba cada noche. Por las mañanas leía con avidez los libros que yo le ofrecía. Después, cuando regresaba al lado de ambos, conversaba conmigo sobre todo lo que había leído. Incentivaba sus sueños de grandeza con una educación esmerada y un amor puro hacia él. El muchacho correspondía mis caprichos con una atención típica de un jovencito. Era dulce, pero su dulzura también tenía inteligencia. Era brillante. Sin duda alguna era un chico muy inteligente.

Esa noche había pedido encarecidamente a Benji que fuese al teatro. Deseaba que aprendiera de la buena vida que podía brindarle. Mi mayor deseo era verlo convertido en un universitario de éxito. Lo imaginaba con unos años más, refinado y sin malos modales. Sabía que la obra le interesaría porque tenía una música soberbia. El muchachito había demostrado buen oído y la ópera era la mejor forma de obsequiarle con algo sumamente interesante. Eran las bodas de Fígaro. Una de las obras cumbres de la ópera.

Sybelle se encontraba en el salón. Sus pies estaban descalzos y su aspecto era algo desaliñado. Había estado tocando durante horas. Descuidaba a ratos su alimentación, pues deseaba que su alma se liberara con cada nota. La terrible historia que ocultaba tras sus dulces labios era difícil de asimilar. Ella sonreía, sobre todo me sonreía, como si la bondad jamás se hubiese marchado de su vida.

El salón se hallaba en penumbra. Tan sólo la liviana luz de algunas lámparas iluminaban ciertos puntos de la sala. Su cabello dorado caía sobre su espalda encorvada, y el brillo de este era más intenso que el de las propias bombillas. Sus dedos hábiles tocaban un piano de cola negro. Había pedido que le llevaran el mejor. No escatimaba en gastos porque quería que ambos fuesen felices a mi lado. El suelo de mármol blanco se extendía en todas las direcciones, pero bajo el piano había una alfombra persa que me había regalado Lestat hacía algún tiempo. Tenía pocos muebles, quizás demasiado pocos, pero ella era un tesoro incalculable y parecía llenar toda la sala con su música.

Me aproximé a ella completamente hechizado. Era un ángel posándose en el mundo. Me ofrecía su bondad y el calor de sus mejillas. Parecía completamente ensimismada, como si ni siquiera supiera que estaba allí. Acabé tomando asiento a su lado, observando sus largos dedos, mientras ella presionaba con fuerza cada tecla. Tenía una energía que provocaba que la amara de forma indecente. Su escaso escote mostraba sus senos que se movían en cada movimiento, la falda de su vestido a penas cubría sus muslos y la delicada cintura parecía clamar por ser rodeada.

Acabé colocando una de mis frías manos sobre su muslo derecho. Su piel cálida, casi ardiente, me provocaba. Mis dedos se movieron rápidos bajo su falda y palpó ligeramente la tela de su ropa interior. Ella no dejaba de tocar. Estaba concentrada en aquella melodía, sin embargo sus mejillas se colorearon. Aquel ligero rubor le daba a su piel de leche un toque encantador. Incliné mi cuerpo hacia ella y besé sus hombros. Mi rostro quedó oculto con su largo cabello rubio.

Podía notar la sangre recorriendo de forma tentadora sus venas. Sus ojos cerrados, como los de un santo rezando ante un altar, poseían unas largas pestañas doradas que me enloquecían. Su boca se abrió sutilmente cuando mis dedos acariciaron el borde de su ropa interior, echándola a un lado, mientras ella seguía movimiento sus manos. La respiración se agitaba, sus dedos temblaban a pesar de la destreza que tenían y finalmente acabó gimiendo mientras cortaba su interpretación.

Abrió los ojos, me tomó del rostro y me miró sofocada. Ardía en deseos de sentirme dentro de ella. Había deseado tanto como yo hacerlo. Sentirnos de forma íntima y reconfortante. Así que de inmediato me tomó de la muñeca y llevó mi derecha a sus labios, saboreando sus propios fluidos. Su lengua húmeda, diestra y rápida acariciaron cada uno de mis dedos, para luego succionarlos con deseo desenfrenado mientras me miraba a los ojos.

—Quiero tenerte, amor—dije en tono quedo.

Ella se incorporó alejándose del piano.

Tenía un aspecto seductor. Jamás me había fijado en lo sugestiva que podía ser su mirada. Sus labios gruesos, tan sensuales, esbozaban una sonrisa pícara y atrevida. Tenía marcado los pezones bajo su vestido, pues no llevaba sujetador, y podía prácticamente pellizcarlos desde mi privilegiada posición al frente del piano. De improvisto se arrancó el vestido tirándolo al suelo. Después, con un par de rápidos movimientos se sacó la ropa interior. Quedó ante mí como una Venus surgiendo de la espuma del mar. Una Venus de pechos voluptuosos, firmes. No tenía vello alguno en su monte de Venus, ni siquiera una pequeña hilera de cabellos rubios cerca de sus labios. A sus espaldas, iluminado por el suave resplandor de una de las lámparas, estaba un pequeño sofá color camel que podríamos usar en nuestro ritual de amantes. No, no podía permanecer allí sentado sin más. Me estaba desquiciando el contemplarla de ese modo.

—Y yo quiero amarte y entregarme a ti—respondió.

Su mirada mostraba cierto candor, pero sobre todo deseo. Ella me deseaba y yo la necesitaba. Me aproximé a ella ansioso por besar sus labios. Al tocarlos con los míos noté que todo mi cuerpo se envenenaba con su aliento. Ella comenzó a desnudarme. Primero me despojó de mi camisa blanca de algodón, y, después hizo lo mismo al bajar mis pantalones del mismo color y tejido. Poco a poco me dejó desnudo. Sus manos me tocaban como si fuera un magnífico piano.

—Tócame el alma, Sybelle—susurré ensimismado por su belleza.

Su mano derecha agarró mi duro miembro y comenzó a masturbarme. De inmediato la abracé jadeando. Creía que me caería y sentirla me daba fuerzas. Sus dedos presionaban con delicadeza mi glande, seduciendo cada milímetro de mi sexo. El escaso vello que coronaba mi sexo era suave, aunque grueso, y ella lo acariciaba sutilmente con la zurda. Ambas manos estaban en aquella zona tan tentadora y delicada. Mis labios se abrieron ligeramente para emitir un pequeño gemido.

Me sentía parte de un mecanismo perfectamente engrasado. Como si ambos fuésemos parte de un reloj. Ella se movía al mismo son que el mío. Parecía que bailábamos. Sin embargo, acabó arrodillándose ante mí como si yo fuese el mismísimo Mesías, pasó su lengua por sus labios humedeciéndolos y decidió abrirlos para darme paso. Hacía mucho tiempo que una mujer no me dedicaba esas caricias.

Su lengua recorría el inicio de mi miembro que apuntaba como una flecha. Pronto sentí la presión de sus labios, la humedad de su boca y el calor que yacía en cada rincón de ésta. Mis manos fueron directamente a sus cabellos, recogiéndolos en una coleta, mientras mis caderas hacían lo posible por llevar un ritmo suave que nos excitara a ambos.

Tenía una mirada suplicante. Rogaba por mis caricias y atenciones. Mis palabras eran murmullos de placer, jadeos poco elocuentes, mientras que sus manos parecían saber tocar cada milímetro de mi piel con una maestría increíble. Achiqué mis ojos echando mi cabeza hacia atrás. Mi frente comenzaba a estar perlada de sudor sanguinolento. Ella acariciaba tentada cada gota de sudor que ya aparecía en algunas zonas de mi figura. En mi imaginación podía oír la Appassionata mezclado con el aroma de su perfume, tan suave como su tacto.

Gemí agarrándome a su nuca, justo antes que ella dejara de lamer y succionar. Sus manos fueron a sus senos juntándolos para dejar mi miembro entre ellos. Y yo, como si un demonio hubiese tomado posesión de mi cuerpo, comencé a mover mi cadera salvajemente.

—¡Sí, sí!—exclamó Sybelle, jadeando de gozo. Pues, ella gozaba al verme tan entregado.

Sin darle tiempo a reaccionar la arrojé contra el suelo, dejándola a escasos centímetros del sofá, para abrir sus muslos y penetrarla. Ella gimió y gritó. El grito fue por la sorpresa y el dolor, pero el gemido fue de satisfacción al sentirse completa. Sus ojos me observaban completamente abiertos, su cabeza se inclinaba hacia atrás y me dejaba al descubierto su cuello. Sudaba. Ambos lo hacíamos. Ella aún era humana. Su calor era delicioso. El aroma de la sangre rezumando en sus venas, colmando su corazón, me enloquecía. Quería beber de ella del mismo modo que sentía la humedad de su vagina. Sus piernas me rodearon y sus manos se colocaron en mis nalgas. Ella intentaba por todos los medios que cada penetración fuese profunda. El sonido de mis testículos contra ella era un murmullo delicioso que quedaba opacado por sus numerosos gemidos.

Alcé mi rostro y bajé este de nuevo sobre sus pezones. Acabé perforando su pezón derecho, tan duro y grande que me enloquecía, para beber de ella como si fuera un niño. Mi cabello pelirrojo cubría mis facciones, las cuales eran de un hombre encendido por el placer. Ella movía de forma contraria sus caderas, sus dedos presionaban con fuerza mis redondeados glúteos y su boca profería salmos de lujuria.


Al fin terminamos. Ella gimió mientras sentía como sus fluidos surgían, manchando mi vello púbico, mientras mi simiente quedaba en su interior bañándola. No salí como ella podía esperar. Me quedé allí dentro declarando mío su interior, su delicioso monte de venus y su alma.  

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Lestat de Lioncourt