Nos hemos desafiado tantas veces que ni
siquiera recuerdo bien si alguna vez nos hemos sentado frente a
frente, escuchado todo lo que teníamos que decir y aclarado las
disputas. Creo que nunca hemos hecho tal cosa. Si la hubiésemos
hecho no habríamos llegado hasta este punto. No creo que me odies.
Sé que me amas. Puedo notar tu preocupación, y prácticamente tu
histeria, cuando termino envuelto en algún problema. Tus ojos cafés
de destellos dorados se vuelven opacos, tus manos tiemblan
ligeramente y frunces más el ceño. En tu rostro, casi infantil,
puedo ver a un ángel esperando ser amado. Si bien, todos sabemos que
eres más bien un demonio torturado por un pasado terrible. Cada paso
que has dado en éste mundo ha fallado, y es lógico que me odies.
Tengo suerte y tú careces de ella.
Desearía estrecharte entre mis brazos,
besar tu frente y hablarte como un hermano. No quiero ofenderte más,
ni pretendo hacerlo. Sin embargo, sé que es imposible. Somos polos
opuestos de una misma moneda. Ambos hemos sufrido a nuestro modo. Y
cada vez que maduro, caminando entre las diversas sendas de éste
prolifero y salvaje jardín, veo tus huellas con mayor detenimiento.
Ojalá hubiese comprendido antes tu dolor, pues nos habríamos
ahorrado disputas y lágrimas.
Te aseguro que te amo. A mi modo te
amo. No es un modo común. Sabes que no soy de esos seres que
demuestran directamente sus sentimientos. Lamento ser tan retorcido,
o quizás tan estúpido, por comportarme como lo hago. Te juro que
simplemente soy sincero, expreso mis emociones con facilidad y me
involucro contigo sintiendo lo que tú sientes. Esa rabia que drena
tu tranquilidad, ese deseo de ser amado y no conseguirlo del todo,
tus manos golpeando la nada mientras lloras porque tienes miedo y esa
necesidad extraordinaria de ser abrazado.
Si te encuentro de nuevo besaré tus
mejillas, hundiré mis manos en tus rojizos cabellos y acabaré
abrazándote como tanto deseas. Te prometo, maldito bastardo con
rostro de niño del coro, que te hablaré con cariño e intentaré
discutir contigo. Por una vez, en nuestras eternas vidas, podremos
mirarnos sin rencores por unos segundos y ver el amor que nos
profesamos con nuestras turbias almas.
Lestat de Lioncourt
No hay comentarios:
Publicar un comentario