Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

lunes, 8 de diciembre de 2014

Amistad

Estaba allí impulsándose sobre el piano. Sus largos cabellos negros caían en cascada sobre su rostro, rozaban sus hombros y la pequeña medalla que colgaba de su cuello. Había sido exiliado, al igual que el resto de su familia, y su fortuna estaba dilapidándose poco a poco. La botella de vino que estaba sobre el instrumento estaba a punto de quedar vacía. Tenía sed. Una sed inconcebible para un hombre tan joven, pero sus penas eran muchas y quería ahogarlas todas. Antoine intentaba olvidar.

Había algo en él que me recordaba a Nicolas. Quizás era su extraña melancolía o el hecho que parecía estar rodeado de demonios invisibles. Pedía cada noche que tocara para mí. Necesitaba que la música lo inundara todo. Sus manos eran hábiles, suaves y delicadas. Parecía un ángel con aquella camisa de chorreras blanca, con los puños de encajes tan hermosos como las flores del jardín cercano, y su chaleco ajustado, pegado bien a su pecho, mostraba su delgado cuerpo como algo apetecible. Era joven, muy joven, y aún no había desarrollado toda su belleza. A penas tenía aún barba, sus ojos contenían cierto dolor inconcebible en un muchacho y sus labios carnosos, tan amables, pronunciaban frases terribles. No estaba enamorado de él, pero sí del conjunto de su cuerpo moviéndose con cada pieza. Era un ángel en un infierno paradisíaco como era New Orleans.

—Me visitas cada noche como si fueras un fantasma—pronunció riendo bajo. Sus dedos estaban aún sobre el instrumento.

—Pero sólo soy un vampiro—respondí apoyándome en el marco de la puerta.

—¿Me darás la vida eterna? Es una propuesta tentadora, pero no sabía si podría soportarlo—dijo encogiéndose de hombros.

Tenía diecinueve años. La vida la estaba tirando a la basura. Sus enormes ojos azules poseían unas pestañas pobladas y unas cejas perfectas. Su rostro era anguloso, pero delicado. Quería decirle que si no lo hacía la belleza que tenía se perdería. Si no lo convertía su música se olvidaría. Deseaba convencerlo. Necesitaba hacer un buen trato con él. Sin embargo, esa noche sólo me dediqué a contemplarlo y escucharlo.

No sabía como Louis se tomaría aquello. Sabía que Claudia me odiaría, si no lo hacía ya. Algo en ella estaba cambiando. No la culpaba. Nunca culpaba el dolor que pudiese tener. Louis tenía el suyo, ella tenía sus demonios y yo mis terribles secretos. Antoine poseía pureza y belleza cargada de música.

Ahora vuelvo a contemplarlo. Allí arrojado sobre el piano como si fuera una lápida que tuviese su nombre. Sus dedos recorren su hermosa figura y sus pequeñas teclas blancas. Las rosas del jarrón se marchitaban lentamente, como si fuese imperceptible, dejando caer un pétalo cerca de su rostro. Quisiera hablarle, pedirle disculpas por haberlo abandonado y aún así me encuentro frente a él con las manos en los bolsillos. Fue un buen amigo, un gran amigo. Él alejaba mi dolor, lo hacía suyo y terminaba embriagándose con la música. Sybelle no se encuentra lejos. Ambos son unos empedernidos del piano, unos fabulosos vampiros por siempre encadenados a un arte para nada efímero. Eternos.

«Si te dijera que algo en mí, algo diminuto, se siente culpable... Aunque por otro lado veo lo bien que te fue sin mí, sin el tormento de mis palabras y mis mentiras poco prácticas. Lo siento, amigo mío.»



Lestat de Lioncourt

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Lestat de Lioncourt