Memnoch otra vez. Quiere ser un héroe, ¿para qué? Mejor que nos salvemos cada uno. Yo a él no le creo.
Lestat de Lioncourt
Cuando el silencio se convierte en
melodía y acompaña a tus lágrimas, sueños rotos y preguntas sin
resolver es tan doloroso como una espada atravesando tu corazón, el
cual aún late y tiene ciertas esperanzas que sabes que son en vano.
Aprendes a secarte las lágrimas por ti mismo, sacudirte el polvo e
intentar curar esas heridas que parecen infectadas por la amargura.
El dolor sólo te hace más fuerte, pero a veces esa fortaleza se
enquista con el rencor y la venganza.
He visto mis alas cubrirse de luto.
Pluma por pluma se han teñido con el nulo color de la desesperanza.
La oscuridad cubrió mi cuerpo, convirtiéndolo en mármol oscuro,
mientras mis manos se convertían en garras que rasgaban el aire
buscando la mano que ya no me tenderían. Acepté mi destino, el reto
impuesto por Dios, pensando que sería fácil la encomienda. No lo
es.
En el lugar donde me hallo las almas se
lamentan de sus posibles pecados, se alzan como ráfagas de aire
hacia el cielo y bajan como si fueran tormentas huracanadas. Hay
miles tienen forma humana todavía. Los ves caminando decaídos,
fustigándose, lamentándose y clamando al aire porque no comprenden
el motivo por el cual están siguiendo el camino amargo, cruel y
desesperado que llaman infierno.
He visto a niños caer en este lugar.
Pequeños con el rostro cubierto de lágrimas buscando a sus padres
en mitad del horror de una guerra. Soldados abrazados al enemigo
pidiendo perdón. Mujeres arrastrando los pies mientras se abrazan a
sí mismas, posiblemente preguntándose porque están allí y cuál
es su pecado. Muchos no seguían a Dios. Había quienes siquiera
sabían que seguir las órdenes de un alto mando, el cual podía
hundir su vida y la de los suyos, sería su condena. Hay quienes
cometieron un pecado nimio, pero Dios es así de cruel. No escucha,
no atiende razones, simplemente ve almas manchadas y las expulsa de
su territorio. Me las envía a mí, para que las contemple como si
fueran mi derrota. Sin embargo, yo en ellas veo su derrota y ceguera.
Nadie es perfecto, ni siquiera él.
Los ángeles, mis hermanos, cometen
pecados en nombre de Dios. Ellos niegan la ayuda que deben ofrecer,
pues miran hacia otro lado mientras miles de personas claman y rezan.
La vida injusta. Muchos cometen pecados para poder llevarse un
mendrugo de pan a la boca. Dios ha matado a miles porque nos los veía
aceptables para formar parte de su imperfecto plan. Él es el cruel,
no yo.
Sin embargo, yo soy quien cargo la cruz
del miedo, dolor y culpa. Soy el pecador más grande. En mis manos
está salvarlos y aún no sé la clave. No soy bondadoso, pero
tampoco soy el monstruo que dicen que soy. Vivo en la oscuridad como
todos ustedes, aunque aún poseo la luz que contengo con tenacidad.
No permitiré que la esperanza huya y le amputen las alas en un
precario intento de condenarnos nuevamente. Yo seré el héroe. Os lo
demostraré.
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