Las calles se llenan de almas
esperanzadas pese a la peliaguda situación en la cual se encuentra
la economía. Se busca el espíritu navideño como si fuera el último
suspiro de esperanza. En las casas se arremolinan alrededor de una
mesa y piden ansiosamente mejorar sus vidas, superar los problemas
más difíciles y aceptar los retos del próximo año que ya ronda en
el calendario. Recuerdo las viejas celebraciones de la villa en estas
fechas. Eran mucho menos suntuosas, los cánticos y alabanzas eran
para la iglesia y las familias se reunían frente a la lumbre de la
chimenea. La nieve cubría los caminos, por lo tanto la comida de
esas fechas era la carne de la matanza de hacía algunos meses, el
pan que lograban adquirir y alguna pieza de fruta sacada del bosque.
No había Navidad.
Han pasado muchos siglos. El mundo ha
cambiado. Las celebraciones han terminado siendo algo muy distinto.
La religión ha pasado a un segundo plano y hay niños que desconocen
que celebran un nacimiento. Muchos bailan al son de una música
estridente. Algunos se olvidan inclusive de la fecha marcada en el
calendario. Sin embargo, la esperanza sigue ahí. Es algo que me
sorprende.
Jamás he dejado de ser alguien con un
espíritu especial. He decidido mantener, pese a todo, cierto
optimismo. Hace unos meses que tuve que enterrar los restos de tres
seres que habían observado el mundo desde su posición privilegiada.
El poder que contenían, la sabiduría que acaparaban, quedó regada
en miles de pedazos entre los humanos. Cientos de personas en todo el
mundo deberían estar de duelo, pues el inicio del germen familiar ha
sido destruido. Si bien, nadie sabe nada. Muchos actúan con toda
normalidad.
Desde que conocí a Maharet me he
preguntado por mi legado. La vida no se detuvo cuando me marché de
Auvernia. Dudo que me echaran de menos durante mucho tiempo. La
muerte de mi padre y hermanos supuso quizás cierto alivio y
regocijo, pero ¿alguien reparó que mi madre no se encontraba entre
los gruesos muros del castillo? ¿Alguien recordó que el hijo menor
se había marchado a París a hurtadillas? Tal vez sólo el padre de
Nicolas. No obstante mi huella, mis genes, quedó en el vientre de
muchas mujeres. Tuve varios hijos. Hay quienes tienen mi legado sin
siquiera saberlo. Gente que creció a espaldas de la verdadera
historia que debió ser narrada. Mi irresponsabilidad. Sin embargo,
no me pesa. No me lastima. No me importa. La única familia que me
duele recordar es aquella que formé en New Orleans.
Louis se encuentra frente a la
chimenea, con un libro abierto y los ojos cargados de una emoción
extraña. Lo conozco bien. Sé que sigue siendo el mismo pese a
ciertos cambios que se han introducido en su forma de desenvolverse
con sus víctimas. Tiene las mejillas sonrosadas por la sangre que ha
logrado conseguir de un borracho hace unas horas. El alcohol no le
afecta como antaño, sólo provoca que sonría maliciosamente ante el
sabor ligeramente distinto y peculiar. Lleva un suéter de cuello de
tortuga color verde cazería, de punto grueso, que parece abrigarlo y
retener el calor de la sangre ingerida. Sus pantalones son unos jeans
comunes. Creo que son míos, aunque no estoy seguro, pues le quedan
algo grandes aunque perfectos con esas botas. Esas se las conseguí
yo poco después de venir a vivir conmigo. Está leyendo “Cuento de
Navidad” de Dickens. Creo que todos lo hemos hecho alguna que otra
Navidad como un ritual extraño. Quizás nos regocijamos de la maldad
intrínseca en la historia, la esperanza y el deseo espiritual de
llevar una vida feliz. Los vampiros no somos completamente felices,
quizás porque hemos visto demasiado.
Claudia no se ha aparecido últimamente.
Me pregunto si sólo eran alucinaciones mías, pero si David pudo
verla significa que no era así. No quiero pensar en ella. Me duele
hacerlo. Cuando veo a las niñas de su aspecto noto sentimientos
encontrados que me dividen. Jamás debí crearla, pero algo en mí me
dice que hubiese cometido ese pecado mil veces. La felicidad que
aportó a mi vida, la experiencia que viví, era necesaria.
Mi madre no ha regresado al castillo.
Dudo que lo haga. Detesta este lugar y opina que ha sido una
estupidez malgastar así mi dinero. Cree que no debí mover siquiera
una piedra. Claro, para ella esto es una cárcel y un monumento al
dolor. No la juzgo. Sé bien que el dolor que ella carga es mucho,
pero que aún así es capaz de ser libre.
El resto de amigos, incluyendo a
Armand, parecen disfrutar de estas fechas con diversa pasión. Sé
que él cree aún en Dios y celebra el advenimiento de su Salvador.
Desconozco si Marius se prestará a darle cobijo a su lado, junto a
Daniel, porque la última vez que lo vi contemplé a un hombre casi
derrumbado y a un inmortal, sabio y poderoso, sin saber como darle
explicación a todo el sufrimiento que habíamos vivido.
El crepitar de la lumbre me llama. Es
como un canto de sirena. Es especial.
Lestat de Lioncourt
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