Armand se vuelve quejar. Maldita sea... esto ya es costumbre.
Lestat de Lioncourt
El mundo quizás no es como lo podía
recordar en los viejos tiempos. Todo cambia. El paso del tiempo hace
mella en todos y cada uno de nosotros. Mutila recuerdos, entierra
verdades, sepulta risas y anida en las lágrimas más amargas. El
camino que una vez trazamos con firmeza se vuelve angosto, desgarbado
y extraño. La nieve puede llegar a cubrirlo varios centímetros y
cuando llegas a una gran cuesta sientes que el aliento te falta. Eso
es lo que sucede a muchos inmortales. Vivir para siempre puede ser el
mayor pecado de bohemios varios. Muchos son los que han deseado esta
condena saboreándola como si fuera un regalo, pero no es un don del
cual sentirse orgulloso. Carga de una pesada responsabilidad a quien
la lleva y aterra a todo aquel que te ama.
Cuando tu corazón pertenece a un
tiempo que no vivirás, una época que ya pasó, sientes que el
invierno es más duro y cruel. Te conviertes en una estatua de mármol
y contemplas como otros te admiran sin comprender hasta que punto
puedes perder el juicio. La sangre puede ofrecerte cálidos recuerdos
que tú no has vivido, el calor de un cuerpo que no te pertenece y el
último adiós de un alma que se desvanece para que tú vivas. Suena
crudo, pero es la verdad. Sin embargo, no cambiaría al monstruo que
soy hoy en día. No podría. Estoy acostumbrado.
La multitud se arremolina a mi
alrededor en las grandes ciudades, los villancicos suenan una y otra
vez con multitud de voces y acentos, las compras se amontonan en los
maleteros de coches de diversa gama y puedes ver la ilusión
únicamente en los ojos los niños. Aún así, la chispa se pierde y
queda la oscuridad.
Hubiese deseado que él estuviera
conmigo. Sé que tengo a mi alrededor compañeros que me aman, que
apoyan mis pasos y me dan todo su apoyo. Sin embargo, falta él. Al
faltar me convierto en un alma errante. Soy lo que jamás creí que
sería. Mendigo sus brazos fuertes, los cuales me daban vida sin
necesidad de recurrir a la muerte, y extraño sus besos apasionados
mientras me ruega que lo ame como él decía hacerlo.
No lo culpo. No soy lo que él
esperaba. Sólo aparento ser un joven perdido, convertido quizás en
la imagen de un ángel inocente, que acude a las iglesias para
escuchar las misas navideñas y rezar por su alma, aunque ya está
condenada. ¿No es así? Quizás es lo único que puedo hacer. Han
muerto muchos que conocía, pero no es una pérdida importante para
mí. El dolor que nace en mi pecho, floreciendo con fuerza, es el
saber que él está ahí fuera y no es capaz de abrazarme una vez
más.
«Maestro... ¿por qué me has
abandonado?»
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