¿Qué hago? ¿Voy a por él o espero a que corra hacia mí? Siempre soy yo quien cede.
Lestat de Lioncourt
He recorrido tantas calles que no
debería recordar ya los detalles más extraños de cada una de
ellas. Los rostros con los cuales me cruzo sólo son máscaras.
Ellos, los humanos, son recipientes de una vida que se limita a
convencionalismos, perjuicios, cadenas, pensamientos poco prácticos
y una necesidad insaciable de sentirse amados aunque sólo sea
momentáneamente. Son pura cáscara. La sangre que late en sus venas,
recorriendo cada trozo de ellos, alimenta mis noches más frías y
son delirio en las solitarias.
Tengo las puntas de los dedos helados,
prácticamente como mi corazón. Mis ojos recorren cada tozo de
acera. Hay miles de tiendas abiertas aún a estas horas. Los letreros
luminosos anuncian ofertas salvajes, el sonido de los jingles
navideños se propaga como la pólvora tras un disparo y en los
negocios la caja registradora no para de ser abierta. Mi piel no es
tan sobrenatural desde hace algunos años. Aún poseo ciertas
cicatrices, por llamarlas de alguna forma, tras mi deseo de abandonar
este mundo. Sin embargo, sigo siendo un monstruo disfrazado con un
buen traje y cabello cepillado hacia atrás. Tengo los zapatos
sucios. He caminado mucho. Soy como una bestia que persigue a su
presa, un cazador que desea cazar a otro.
Nada me calma. Nada lo ha hecho en
estos años. Nueva York ha sido una tumba para mí como lo es el
invierno para las luciérnagas. Tomé distancia para imponer cordura.
Quise olvidarme de sus brazos rodeándome, sus estúpidos besos
juzgándome como si fuera un imperioso amante y sus mentiras
susurradas con elegancia. Huí de él. Me refugié junto a alguien
que una vez ya me abrió sus brazos. Ocupé el lugar que no me
correspondía. Olvidé Nueva Orleans del mismo modo que quería
olvidar a mi pequeña dama, mi hija.
En este frío día en medio de las
compras de Navidad, cerca del gran árbol, contemplo la nieve que cae
lentamente, como si fueran pequeños puntos de esperanza, con
lágrimas que no logro derramar. Quiero volver con él. Necesito
volver junto a él. Si bien, ¿no debería ser él quien me busque?
No quiero verlo tan sólo unas horas. Deseo permanecer a su lado como
hacía tiempo atrás, pero sin tantas quejas y quebrantos. Él es el
único que aceptaría al monstruo en el que me estoy convirtiendo.
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