Bueno ya tenemos a Armand haciendo lo que mejor sabe hacer: rogar por amor.
Lestat de Lioncourt
“He aprendido que el mundo no es
necesariamente nieve, pinturas y gloria divina. El olor a cera
derretida y óleo aún se impregna en mis recuerdos. Puedo ver los
iconos sagrados dando luz a un mundo de tinieblas. El murmullo de los
salmos perdura en mis oídos. Quiero inclinarme y rezar el padre
nuestro en un idioma que ya no recuerdo. Todo viene a mí una vez
más. Siento unos deseos inmensos de desnudar mi alma y permitir que
mis gloriosas alas, aún doradas y primitivas en mi imaginación,
aparezcan para llevarme lejos de las ruinas. Necesito gritar.”
Camino por un palazzo de oro y mármol.
Las cortinas borgoña parecen llorar al canal el pecado que deseo
cometer. Mis manos tiemblan nerviosas. Mi cuerpo delgado a penas
proyecta sobra contra los formidables muros cargados de frescos, pan
de oro y hermosos vestigios de una vida gozosa. Las fiestas han hecho
estragos en mi pureza, convirtiéndome en un demonio sediento. Mis
ojos buscan los suyos, pero mi cuerpo necesita algo más que las
sinuosas caricias de un pintor.
Voy en su búsqueda porque no hay otro
remedio al dolor. Él es la poción perversa, mágica y misteriosa
que contiene mi aliento y oprime los malos recuerdos durante unas
horas. Cuando abro mis piernas y él entra desafiante, rompiéndome
en dos, olvido mi verdadero nombre, los campos nevados, los cascos
golpeando fieros contra la tierra húmeda, la voz de mi padre a lo
lejos reclamándome y los sollozos austeros de mi madre. Todo se
queda atrás. Incluso la castidad y obediencia de los misericordiosos
monjes de aquel lugar perdido en mitad del frío, la humedad y la
pureza de un dogma.
Necesito que sus labios recorran mi
vientre, como si fueran las plumas eróticas de un ave, provocando
que gima de placer a sabiendas que no será delicado. Quiero la
tortura de sus dedos ensanchando mis entrañas, necesito sus dedos
aplastando mis caderas y sus fuertes golpes mientras me besa. He
aprendido a llevar marcas en mi níveo cuerpo como si fueran
meritorias medallas. Ningún otro es capaz de llevarlas como yo.
Deseo ser el único. Necesito destacar por encima de todos ellos. Soy
su ángel de cabellos de fuego y ojos castaños. Quiero que me ame,
tan sólo eso, y me trate como la puta que recogió en
Constantinopla. Soy suyo para siempre. Cada día de mi vida será
tomado como una muestra de obediencia, necesidad y placeres
prohibidos.
El olor de la cera recorriendo mis
rosados pezones provocan que cante hermosas canciones a Dios. Él es
mi Dios. Dios en el cuerpo de mármol de un demonio que pinta ángeles
y seduce a jóvenes talentos. ¿Y yo tengo un talento más allá de
ofrecerme como una cualquiera? Quizás sí. Estoy seguro que así es.
Tengo el talento de amarlo a pesar de haber visto la maldad que
oculta en sus hermosos ojos, de saborear mi propia sangre de su boca
y sentir al demonio impulsándose en cada estocada.
Hoy gemiré su nombre retozando en su
cama. Le llamaré Dios, Mesías, Maestro... mientras que sé que él
es un demonio pagano que sonríe hechizado por el libertinaje que
contienen mis caderas. Seré suyo una vez más. Abriré la puerta y
me arrodillaré frente a él para sentir su simiente bañanado mi
cara.
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