Recuerdo a este granuja. Recuerdo lo cínico que fue, lo chulo que se comportó, y luego como se derrumbó llorando. No dejan de ser niños con aspecto adulto.
Lestat de Lioncourt
Han pasado muchos años desde la
primera vez que pasé mi primera noche en este lugar. Muchos han
desaparecido, esfumándose como si fuera el humo de un cigarrillo mal
apagado, otros han llegado para no marcharse y los recuerdos siguen
haciéndome llorar como el primer día. Estas fechas son
especialmente terribles para mí. En mi mente hay recuerdos que no
son míos, sino de mi padre. Por ello puedo ver la nieve acumulándose
en las frías, grises e inhóspitas calles de Nueva York. Es
increíble, pero incluso tengo en mis vagos recuerdos el sonido de la
nieve crujiendo bajo los mocasines. La suave caricia de una bufanda
Burberry en sus mejillas parece que ocurre ahora, sobre las mías, y
eso me atormenta.
Navidad. Tiempo de paz y amor. Tiempo
en el cual los sueños se hacen realidad. O eso se supone. Sin
embargo, sigo buscando los pequeños vestigios de la empresa de mi
padre. He adquirido recientemente en Ebay uno de sus juguetes. Es una
muñeca muy coqueta, con unas mejillas rellenas y unos labios
inocentes. Blue Boy desapareció de la nada. Las fábricas se
vendieron por trozos. Los pocos materiales y objetos que quedaban se
regalaron a los empleados, todos ellos repartidos en nuevos contratos
de trabajo en varias multinacionales. Mi padre no dejó cabo suelto.
Nadie podría hablar mal de él. Si bien, se convirtió en leyenda.
Las niñas seguían pidiendo sus muñecas, los niños sus pequeños
coches y poco a poco la marca resurgió debido a la añoranza de los
padres. Ahora muchos coleccionistas buscan algo similar para sus
hijos. Quieren una infancia como la suya.
Desconocen que aquel empresario de
brillante talento se convirtió en un bloque de hielo, con los ojos
cerrados y los brazos rodeando el tierno cuerpo de una hembra joven.
Un Taltos. Un ser legendario que vivó durante mucho tiempo entre los
hombres, pero que sufrió tanto como cualquier humano. Incomprensión,
soledad, derrotas, mentiras, verdades grotescas, horror, sangre,
lágrimas, hielo y veneno. Eso es todo. Todo lo que queda de mi padre
puedo resumirlo en los recuerdos que rememoro sólo porque no quiero
perderlos. No deseo que el tiempo robe lo poco que él me dejó.
Miravelle lleva despierta algunas
horas. Baila detrás mía una melodía que escuchó en un programa de
televisión. Su camisón de raso rosa parece minúsculo debido a sus
largas piernas. Su cabello dorado y espeso cae sobre sus hombros de
forma sensual. Mueve sus brazos, contonea sus caderas y vive ajena a
algo que me entristeció hace unas noches. Algo que me hizo buscar lo
que queda de papá.
Adquirí un libro. Fue impactante
volver a saber sobre se vampiro rubio y estúpido. Ese que hizo a la
abuelita un vampiro como él. Leí la obra sin mucho esfuerzo. Me
imaginaba todo lo que allí ocurría. Pero cuando llegué a cierta
parte el libro, que se había pegado a mi mano con fuerza, cayó al
suelo. Algo me dijo que los dos jóvenes vampiros que habían muerto
en terribles circunstancias eran la abuelia y Tarquin Blackwood, su
gran amor. Comencé a llorar olvidando mi sonrisa cínica, mis
suposiciones llenas de rabia y mis palabras duras. Me convertí en un
niño, aunque nunca lo fui. Quise que mi padre estuviese conmigo
abrazándome, diciéndome que la familia no permitiría que nuestro
escaso legado se perdiera en el tiempo. Recordé la muerte de mi
madre, mi padre, de varios hermanos y la terrible sensación de saber
que Rowan jamás nos amaría pese a todo. Me siento agotado, pero
sonrío a Miravelle que me mira guiñándome un ojo e intentando que
la acompañe en ese sensual baile.
Soy Oberon Mayfair... Soy Oberon
Templeton. No quiero olvidar el pasado, mi familia, la verdad y el
dolor que siempre me acompaña para no cometer los mismos errores.
Soy el Taltos cínico que sonríe pese a todo.
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