Mona es algo más que unos ojos bonitos, un atractivo contoneo y una voz sensual que te propaga verdades hirientes o sensuales. Es algo más. Es una mujer muy inteligente y con un pasado doloroso.
Lestat de Lioncourt
No tuve una infancia feliz llena de
recuerdos encantadores que conservar en una caja de zapatos. No. No
existen las hermosas fotografías familiares en un día soleado, ni
las canciones infantiles que pueden ser rememoradas con facilidad, ni
mucho menos las cartas de cumpleaños o los pequeños cuentos que
podían ser contados mil veces en mitad de la noche. Para mí no hubo
nada de eso. Tan sólo silencio y abandono. Sufrí en las sombras de
mi habitación, crecí con los libros más clásicos y en mí se
engendró un rechazo atroz a la felicidad. Quería ser feliz, pero me
di cuenta que no sabía serlo.
Con trece años ya conocía todos los
misterios de la seducción. Aprendí rápido a ofrecer para tener. No
me importaba regalar miradas, ofrecer mis piernas y dar besos
apasionados en mitad de un encuentro fugaz. No me importaba que me
pasara. Mientras ocurría no me sentía tan hundida, ni perdida. Era
como una liberación. Quizás era mi forma de demostrar que podía
conseguir todo lo que quisiera con algo de astucia. Sin embargo,
pronto me di cuenta que todo lo que tenía era polvo.
Cuando la mayor tragedia de la familia
ocurrió me encontraba sumergida en miles de sensaciones. Al fin
había personas que se preocupaban por mí, pero a la vez había
miles de incógnitas que me parecían más fascinantes que ser la
heredera. Todos apuntaban hacia mí tras la desaparición de Rowan.
Podía ser la chica educada, criada entre algodones y cosmopolita que
siempre quise ser. Tendría la posibilidad de invertir en las
empresas que tanto me interesaba y tener mayor voz ante los más
ancianos. Tenía poder. Sin embargo, ¿tenía felicidad?
Vi a mi madre morir frente a mis ojos,
pero no sentí especial tristeza. Tan sólo cierta punzada de dolor.
Me pregunté durante algún tiempo si ella me amaba. Desconocía si
ella podía amarme. Una mujer que se daba a la bebida de forma fácil,
con un hombre con su mismo problema, y una abuela extraña, la cual
la cuidaba como si fuera una niña descortés, me hacían sentir
confusa. Mi tía había muerto días antes. La habían encontrado en
la playa desangrada y oliendo a salitre. Su hermoso rostro se quedó
cubierto de arena. Pierce lloraba, Ryan se desesperaba hundiéndose
cada vez más, y yo tan sólo miraba todo a mi alrededor. El mundo
que conocía, el que una vez odié y amé a la vez, se derrumbaba
quedando sepultado entre miles de escombros. Escombros que eran
palabras dictadas en mi ordenador. Todo cifrado, por supuesto.
Jamás pensé que tendría que soportar
un pecado tan grande, un secreto tan inmenso, una soledad tan
aplastante y un amor eterno. Las dudas se amontonarían, los latidos
de mi corazón prácticamente se paralizarían y la muerte me
rondarían igual que un Taltos ronda el valle mágico de sus
recuerdos. Me convertí en la flor eterna, con savia de mandrágora,
de la familia.
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