Memnoch ni descansa ni quiere descansar en estas fechas...
Lestat de Lioncourt
Mi nombre fue sinónimo de luz, pero en
estos momentos son la oscuridad que ronda las almas. Mis alas oscuras
son tupidas, elegantes como las de un cuervo, y se alzan hacia los
cielos nocturnos. Tengo una mira profunda, torva quizás, que se
desliza por la silueta frágil de cada uno de ustedes. Mis cabellos
dorados resplandecen con la luz de antaño, el cielo de mis ojos
parecen romper en una violenta tormenta marina y mis manos, delicadas
y brutales, se estiran en un ruego perenne. No obstante frente a
otros puedo parecer tan sólo un niño, un hombre, un anciano, una
mujer que a duras penas puede caminar, un desamparado mendigo, un
fraile, un iluso artista que cree en los versos más bohemios, un
muchacho que no aprenderá jamás la palabra prohibido o simplemente
la silueta del fondo del vagón de metro con los auriculares puestos
y el rostro girado hacia el exterior. Mi nombre es Lucifer, pero me
agrada llevar el nombre de Memnoch. Aún sufro por todos ustedes. Aún
me compadezco. En Navidad desciendo, como en cualquier otra época
del año, esperando encontrar una brizna de esperanza y complicidad.
Soy el muchacho que te has topado esta
mañana. Quizás soy el mendigo que se sentó en el autobús aterido
de frío. La mujer que sonreía coqueta en el supermercado, ¿tal vez
podría ser yo? No conoces mi verdadera forma. Puedo cambiar y ser
distinto para el ojo de quien me mire. Puedo parecer una tentación o
un despreciable adorno en mitad de un paisaje urbano. Si bien, la
importante no es mi silueta vagando por las calles, sino el trato que
tú ofreces a otros. Hay quienes no pueden ponerse los zapatos
ajenos, los mismos que no serán válidos para mí cuando decida
elegir que almas me acompañan al cielo.
Muchos escuchan canciones navideñas en
los grandes almacenes y recuerdan con nostalgia a todos aquellos que
amaron en el pasado. Sin embargo, no nos engañemos. Las dulces y
melancólicas fechas se convierten en consumismo barato, desapego de
tradiciones y valores. Hay quienes sólo son capaces de verse a sí
mismos sin ofrecer un reflejo completo de todo lo que ocurre a su
alrededor. Personas que creen tener la verdad encerrada en su puño,
pero que en realidad sólo tienen aire. La nula capacidad para
percibir el dolor ajeno es una plaga. Millones se dejan guiar por las
luces, adornos de diversas formas y colores, aromas a mazapán y
brindis desenfrenados sin recapacitar que hay quienes no son capaces
siquiera de sonreír porque carecen de esperanzas, sueños o dinero
para adquirir un pequeño obsequio que reemplace la soledad que
sienten.
En estas fechas me dejo guiar entre la
muchedumbre de los negocios cercanos al corazón de las grandes,
controvertidas y carismáticas urbes. He estado en New York, Madrid o
Roma. Me he deslizado por las calles de París o Mónaco. Sin
embargo, allá donde vaya veo esas pretenciosas sonrisas, esos
mensajes vacíos de amor y paz, corazones que son incapaces de pensar
en el dolor ajeno y que acompañan sus latidos con el tintineo de un
buen puñado de monedas.
Dios me advirtió que las almas están
corruptas y no se puede ser pescador en un mar pantanoso. Sin
embargo, sigo creyendo que bajo el fango puedo encontrar la solución.
La llave al enigma debe estar en uno de esos corazones bondadosos.
Personas que aún hoy respiran un poco de optimismo e intentan que
otros sientan sus abrazos en los días más fríos. La Navidad puede
ser sinónimo de capitalismo, frialdad, codicia, desprecio, ruindad,
oscuridad, soledad y dolor. Sin embargo, hay quienes iluminan con un
trozo de esperanza, sin necesidad de regalos caros y suculentas
cenas, el rostro de alguien que ya perdió prácticamente la fe en la
humanidad.
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