Me encantan estos dos. Son increíbles cuando quieren. Extraño pelearme con ella y que él me detenga.
Lestat de Lioncourt
Su jóvenes y eternas manos acariciaban
con cuidado aquel papel en blanco. Acostumbrada a diario a teclear en
su ordenador le parecía casi imposible, incluso algo mágico e
íntimo, hacerlo en un papel rasgándolo con el bolígrafo y, como
no, ensuciándolo sin remedio. Temía que sus pensamientos fuesen a
convertirse en diente de león, pues sólo quería arrancar un par de
plumas de sus alas y atarlas por siempre a un momento.
Mordió un segundo su labio inferior,
se tocó el pelo y luego rió. Era tan estúpido tener nervios por
escribir algo tan sencillo. Algo que debía llevar su nombre aunque
no lo firmara. Algo que dijera que era ella.
Finalmente tomó el bolígrafo, como si
un demonio se apoderase de ella, y comenzó a escribir todos
sentimientos abriendo su corazón y derramando cada uno, con una
fuerza indecible, sobre el papel. Sus ojos verdes no miraban a los
atentos ojos azules de Quinn. Él sólo se mantenía a cierta
distancia. En sus elegantes y caballerosas manos yacía su papel, un
papel que ya había rellenado. Como juego se lo entregaría a ella.
Era sólo un juego.
«Yo tengo el corazón ciudadano de un
sólo país, pero mi deseo anda errante por cualquier lado. Puta, me
llaman. Anda errante con ganas de un abrazo, de esos que se dan de
espaldas. Esos en los que se sienten los latidos y las ganas retumbar
entre los pulmones y las caderas.
El amor no anda naciendo como las
flores, el deseo crece como la hiedra, basta una pared húmeda para
que se expanda y se apodere de todo. El deseo no tiene gobernantes;
el amor vive bajo la dictadura del ser amado. El turismo emocional
no lo conozco, yo no amo a cualquiera. Sin embargo, basta una sola
orilla para que mis olas se revuelvan.»
Se incorporó y le tendió la hoja a su
amante. Él hizo lo mismo con su pequeño folio. Cuando sus ojos
verdes chocaron con cada línea se sintió confusa, avergonzada y a
la vez conmovida. Quinn era sensible, se mostraba en cada línea,
pero también podía llegar a ser terrible.
«Soy el monstruo que no quisieron
amamantar. Me dio la espalda el mundo, del mismo modo que los
fantasmas abrieron sus brazos y me retuvieron en su tenebroso reino.
Crecí buscando mariposas para poder contener algo de color en un
mundo gris, tan simple como el perfume de una margarita y tan
complejo como el caparazón de un caracol. Niño rico, me llaman.
Mi sensibilidad me ha llevado por
sombríos lugares. La crueldad que llevo en mis manos, manchadas de
la sangre de mi madre, las lavé en las orillas infectadas de
caimanes. Disfruté del festín que ofrecí a los insaciables pupilos
del pantano. Mis lágrimas mancharon el radiante vestido de una
novia, convirtiendo en flores carmesí su sangre y en espigas mis
colmillos.
Soy el monstruo que desea amar y ser
amado. Tan sólo el guardián de sus caprichos, sean cuales sean, que
abre sus brazos, tal como le enseñaron, para que ella tome posesión
de su corazón y necesidades.»
Él la abrazó y besó. Eso es lo que
ella necesitaba. Era su deseo en la carta. Por su lado, Mona,
simplemente lo rodeó del cuello y permitió que todo ocurriera.
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