Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

miércoles, 31 de diciembre de 2014

Un milagro... perdido

Corland Mayfair, hijo de Julien Mayfair, se presenta como espectro, lo que es, y cuenta un poco de sus sentimientos. Ya sabemos todos que fue una de las víctimas de Lasher...

Lestat de Lioncourt 


Hay quienes se pierden y no regresan. Son aquellos que desaparecen de tu vida como por arte de magia. Personas cuyos rostros aún recuerdas, pero que ni siquiera sabes como se fueron. La vida es un mundo de encuentros y partidas. Un mundo muy trepidante en el cual se malgasta tiempo en discusiones, proféticas palabras sobre lo que no se debe hacer, injusticias hechas con besos robados y corazones desatados en medio de una vorágine de amores imposibles. Hay tiempo para todo, pero hay que gastarlo aún más en el amor que en la mediocridad del rencor. Aprendí tarde la lección, muy tarde.

El vaso de whisky aún parece reposar sobre la mesa de mi despacho. El humo de mi cigarrillo está pegado a mis dedos. Noto como mis ojos cansados están a punto de romper a llorar, pero es imposible para mí. No quiero llorar. Deseo calmar mis lágrimas con un golpe seco al hígado. Un poco de alcohol. Sí, como todo buen hombre Mayfair haría. Aún recuerdo ese amargo momento.

Deirdre había quedado en cinta. Fruto de uno de mis devaneos continuos y mi estupidez. De estar viva Antha me hubiese abofeteado mil veces, pero no estaba ahí para culparme de todo. Ni siquiera estaba mi viejo padre, con sus ojos azules penetrantes, clavándome las estacas más dolorosas con palabras llenas de parsimonia y elegancia. Bastardos todos. Malditos todos. Culpables de mi cruz como de la suya. El apellido puede ser una bendición o un lastre. Juro que pensaba que para mí era un beneficio cuantioso hasta que sus ojos oscuros hicieron mella en mí. Una mella que aún perdura. Una muesca propia de un disparo profético a mi corazón. Mi mujer jamás me hubiese aceptado semejante adulterio, pero ahí estaba. Perdidamente enamorado de una chiquilla que tomaban por loca. Incluso yo la creí loca de remate cuando me habló de ese hombre, ese que la cortejaba y le prometía el paraíso en vida, pero luego me di cuenta que era cierto. ¡Y en qué mal momento!

Todo estaba medido. La pieza de ajedrez había sido movida. Era uno de los últimos y finales movimientos de un gran ajedrecista. El mayor de los demonios. Un ser terrible. Un elegante caballero para quien lo ve, un amante cruel para quien lo siente y una bestia para quien se interpone en sus planes. Y vaya si me puse en medio. Fui a darme de bruces con él. Me golpeé duro. No pude frenarme y lo vi en medio de la escalera, de donde me tiró y me hirió de muerte. Horas más tarde yacía en la morgue completamente frío, mirándome a mí mismo y maldiciendo no poder darle una última calada a un cigarrillo.

Y aquí estoy. Frente a mi propia tumba. Una tumba cualquiera de un cementerio cualquiera. No soy de los más importantes, pero sin mí ese bastardo no tendría una madre. Pobre de mi Rowan. Mi pequeña hija. Esa que no pude disfrutar y que, por males mayores y beneficios posteriores, no habría sabido que yo era su padre. ¿Cuántos hijos de Julien hay en ésta ciudad bajo el suelo de este cementerio? Miles. Mi padre era una auténtica fábrica. Ese maldito engendro tenía la culpa y yo no lo sabía. Todo lo descubrí una vez muerto... ¡Qué rabia! Es absurdo y delirante, ¿no creen? Quedarme ahí pasmado ante mi tumba rogándole a Dios, el Diablo y a cualquier imbécil que pueda escucharme. ¿Rogando qué? ¿Un poco de atención? Pues sí. Pues creo que lo merezco. Una pizca de compasión, ¿por qué no? No vendría mal.


Soy Cortland Mayfair, hijo de Julien Mayfair... padre y abuelo de Rowan. Un hacha para los negocios y un inútil para salvar muchachas a punto de caer en el calvario más terrible. Si hubiese sido más listo jamás habría quedado adormecida con pastillas. Pero se ve que la inteligencia no tocó a repartir a mi favor...  

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt