Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

martes, 30 de diciembre de 2014

Recuerdos del valle

Ashlar... recuerdos del valle. Una lástima que todo eso ya no exista. 

Lestat de Lioncourt



La niebla había avanzado por el valle y cubría una basta extensión. Las copas de los árboles a penas podían distinguirse. El camino, que serpenteaba hasta la aldea, estaba enfangado de las lluvias de noches atrás. La humedad era terrible y el frío calaba los huesos. La fortaleza parecía una montaña, pues sus detalles estaban difuminados, casi perdidos, en medio de aquella neblina. Era un banco de niebla impenetrable que parecía ocultar los escasos tesoros que aún se guardaban entre sus muros.

Donnelaith. El lugar donde sus sueños aún yacían entre las gigantescas piedras. Un lugar santo que le recordaba a la vida, los sueños y la historia más sangrienta que él recordaba. Muchos habían muerto esparcidos en otros lugares de la comarca, pero allí habían revivido hasta alcanzar la paz. El valle de Donnelaith se presentaba misterioso y seductor. Él regresaba a casa tras una expedición de comercio. Al fin el líder, el Rey, descansaría meses junto a los suyos guardando la paz y la gloria entre sus grandes y bondadosos brazos. Su corazón latía y sus ojos se llenaron de lágrimas. Había regresado a casa.

El caballo relinchó inquieto. Quizás había bandidos en el camino, pero no podía negarse a cruzar. Debía regresar al hogar. Allí le esperaba un vaso de leche recién ordeñada, una hogaza de pan y un buen fuego que calentaría sus pies congelados. Sus ojos azules centellearon fieros cuando tocó su espada aún enfundada en el cinto, acarició el mango y apretó los dientes, para después galopar con los dientes apretados y las manos enredadas en las riendas. Los cascos levantaban parte del fango y la hierva que cubría ligeramente el camino. El silencio era espectral, pero él lo rompía como si fuera una espada atravesando el cuerpo de un enemigo.

Llegó a las puertas de la fortaleza. Dos soldados se asomaron entre los muros, observando el caballo y a él con el emblema real en sus ropas. Su rostro, bondadoso, se mostró gentil con una sonrisa llena de felicidad. Rápidamente se abrieron las puertas dejándolo pasar. Dentro, entre los muros de la ciudad, su pueblo ovacionaba al hijo pródigo que regresaba tras semanas de intensas reuniones.


Muchos humanos habían masacrado a su pueblo, pero ahora creían que eran humanos comunes. Podían prosperar. Los negocios se duplicarían. Las ganancias y el trigo rebosarían. Había logrado romper la frontera entre los humanos y los Taltos. De haberlo sabido, que esa apertura sería su fin, se habría echado a llorar en brazos de Jeanette. Sin embargo, tan sólo descabalgó y la besó rogando que la chimenea estuviese encendida.  

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Lestat de Lioncourt