Stella es especial. Ya lo he dicho mil veces. Ella es única.
Lestat de Lioncourt
Si tuviera que elegir un momento de mi
vida sería posiblemente en mitad de una fiesta, un lugar donde
correría champán y la música llenaría cada rincón de la mansión.
El jardín se encontraría repletos de rostros conocidos. Los más
jóvenes bailarían desenfrenados por todo el salón. En la
biblioteca habría algunos besos indecentes, caricias y miradas
impropias de nuestra posición. Sabría como embaucar a los agentes
de la ley y el orden para que no hiciesen caso al ruido. Los vecinos
serían invitados para que no clamara al cielo. El chocolate se
repartiría del mismo modo que los canapés más serios. Sin duda,
sería una gran fiesta.
Ser madre no me cambió. Nunca fui
demasiada apegada a ese sentimiento, aunque quería a mi hija. Ella
me recordaba un poco a mí. Antha era adorable. Su padre estaba tan
ocupado con los asuntos de la familia y su mujer que era imposible
tenerlo presente. Y no me importaba. A quien más amaba era a mi
adorable Evelyn. Ella había sido madre, tenía los mismos problemas
por los que yo pasaba, y odiaba tanto a mi hermana como yo. Recuerdo
que una vez nos escapamos a Europa con mi hermano Lionel y las niñas.
Fue algo fabuloso.
Creo que jamás me sentí tan
desdichada como el día que murió mi tío. Julien estaba recostado
sobre el marco de la ventana, con su pijama de franela y sus brazos
colgando hacia el jardín. Su funeral fue multitudinario. Sin
embargo, siempre pensé que no cruzó del todo la línea. Cuando yo
terminé contra el suelo, con ese agujero de bala en mi cráneo, supe
que era cierto. Nos encontramos como se reencuentran las familias el
día de Navidad.
¡Lloré! Sabía que estaba muerta,
pero lloré de felicidad. La única preocupación era la educación
de Antha en manos de mi hermana. Pronto se reuniría conmigo. Tan
joven, tan hermosa, y muerta por culpa de esa vieja bruja. Deirdre
estaba en la cuna cuando a la alargada sombra de Lasher sonreía.
Tanto Julien como yo pudimos verlo. Jamás nos fuimos de la casa.
Comprendíamos que era nuestro lugar. Siempre alerta, siempre
intentando proteger sin remedio.
Acepto que me gusta aparecer con la
imagen de una niña. Quizás porque mi niñez fue el único momento
feliz. Un tiempo especial donde la inocencia se mezclaba con la
picaresca. Días de pasteles, paseos por la ciudad y bonitos
vestidos. Horas a su lado, tomando su mano, y mirándolo a esos
enormes ojos azules. ¿Quién no ama a Julien? Todos amamos a Julien.
Siempre amaré a mi padre, mi abuelo y mi tío. Él era el verdadero
patriarca. Él ha sido el único. Creo que es por eso. Quiero seguir
siendo la niñita de Julien.
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