Toda su vida buscó la paz, la verdad, la serenidad... Maharet era una gran mujer.
Lestat de Lioncourt
Muchos creen que es fácil olvidar. Sin
embargo, es difícil cuando tu corazón late al otro extremo del
mundo. Nos separaron de la forma más cruel. Podía sentirla, pero
jamás tenerla a mi lado. Aprendí a tejer a oscuras, sin ojos,
mientras acariciaba mis cabellos colocándolos en el telar. Me
convertí en una bruja de cuento de hadas, un monstruo que se aislaba
en los confines más gélidos. Allí conocí a cientos de viajeros
que pronto caerían en mis manos. Sus ojos eran pequeños milagros
que duraban un suspiro, quizás el tiempo justo para mirarme en un
pequeño espejo y contemplar mi rostro.
«¿Dónde estás? ¿Por qué senda
salvaje caminas? ¿Son tus pasos tortuosos? Hermana, ¿dónde estás?
Dime, hermana. Tú que siempre has sido libre, como yo, ahora guardas
silencio y dolor. Somos cajas llenas de frustración y sueños rotos.
¿Madre nos verá desde algún lugar? Los espíritus ya no me hablan.
¿Te hablan a ti? No quiero perder la esperanza. No quiero creer que
todo se pierde.»
Cada hebra se enlazaba con la anterior.
La madeja era eterna, pues eran mis propios cabellos. Arrancaba pelo
a pelo, lo colocaba con cuidado y disfrutaba del silencio porque
imaginaba que ella estaba conmigo. La sentía viva. La comunicación
con ella siempre fue intensa y eso no pudieron evitarlo jamás.
Pensaba en él. En aquel guerrero. Sus ojos oscuros clavados en mí,
su voz tenue y seductora, aquellos brazos que me sujetaban con
fuerza. Nunca volví a ver a un hombre tan entregado a una causa.
Tampoco a un ser tan arrepentido y lleno de dolor. Ni siquiera yo me
sentía tan humillada como él se había llegado a sentir.
El frío poco a poco congeló mi
corazón. Nunca amé a mis otras creaciones, aunque me sentí cuidada
por ellos. Eric y Thorne fueron grandes hombres, pero no era lo que
necesitaba. Ambos lucharon por hacerme sentir viva en medio de la
muerte, colaboraron conmigo y mis estudios sobre el linaje de mi
familia y finalmente me deshice de ellos esperando que lograran un
mejor camino.
Conocí a otros. Gente que fue tachada
de salvaje. Gente que fue señalada como mediocre. Otros como Mael,
un gigantesco celta de ojos azules y cabello de paja. Aquel druida se
convirtió en mi bastón, mis ojos, mis manos y también la compañía
más libre que jamás he tenido. Él aprendió de mí, pero yo
también aprendí de él. Me contó cosas que desconocía de los
rituales que se fueron propagando por todo el mundo. Contó como un
romano cuidaba de Akasha esperando que despertara. Sí, ella, mi
enemiga. Pero poco a poco perdí interés en mi venganza. Lentamente
me sentía perdida sin poder hacer nada. Y entonces, ya sin
esperanzas, ella despertó. Como si fuese un volcán que derramaba su
lava sobre todos nosotros. Muchos murieron, pero yo pude tener la paz
que deseaba.
Volví a verlo, al guerrero que unió
mi linaje con el suyo, y pude abrazarla, a la mujer que era mi
reflejo. Khayman y Mekare volvieron a mí. Ella murió. Triunfó la
maldición que llevábamos. La misma maldición que ahora nos
destroza. Sin embargo, sigo tejiendo intentando encontrar en cada
trozo de tela la solución que libere a todos...
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