Santino nos habla de su vida como monje. Era una vida dura. ¿Tal vez por eso ayudó a Armand? ¿Tal vez porque el pelirrojo estaba en un primer momento a vivir como él?
Lestat de Lioncourt
En aquella celda recé durante noches.
Creí que perdería rápidamente la cabeza, pero mantuve mi fe en
Dios. Las rata recorrían las calles con sus patas frías y su cuerpo
peludo. Podía escuchar el fino sonido de la lluvia golpeando la
piedra porosa. La cama era simple, dura e incómoda. El colchón de
paja estaba aplastado y mal ventilado. La almohada era un trapo
doblado. No había mantas. El crucifijo parecía hinchado por la
humedad. El suelo estaba áspero y estaba salpicado por mi propia
sangre. Me había golpeado la espalda durante horas. El látigo
silbaba rompiendo el aire, impactaba contra mi espalda y mis huesos
crujían mientras mi piel se abría. Era un ritual habitual. Después
venían los rezos, salves y súplicas. El mundo estaba lleno de
tinieblas. Toda Italia estaba invadida por la muerte, su luto y
hedor. Muchos de mis compañeros habían muerto y habían tenido que
ser incinerados para evitar la propagación de la enfermedad.
Lloraba cada noche. Me dormía llorando
y me despertaba en el mismo estado. Aún era joven. No quería morir
porque no deseaba encontrarme con Dios todavía. Pensaba que tenía
una vida larga para hacer buenas obras. Sí, tenía un sendero que
recorrer. Quería cuidar a otros. Mi misión era salvar, curar las
almas, y no morir abandonado por la suerte y mi Dios. Rezaba por
todos, por la salvación del mundo y por la vida. Honraba a mi fe con
orgullo y devoción, pero fue un vampiro quien me dio su bendición.
No recuerdo su nombre. Casi no recuerdo
nada de él. Sólo recuerdo el vacío y la pena. Me había convertido
en muerte en un mar de desolación. La sangre era mi tesoro, las
almas habían quedado atrás y estaba condenado. Por mucho que rezara
Dios ya no me escucharía. Era su enemigo. No moriría, no viviría.
Me había convertido en un demonio. Y como demonio viví.
El fuego se convirtió en mi aliado. El
dolor era mi estandarte. No había lugar en el mundo donde otro
pudiese ocultarse. Las almas eran reclutadas para el juicio de Dios y
el Diablo. Yo era la mano derecha de Satanás y él era la mano
izquierda de Dios.
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