Flavius es uno de esos hombres a los cuales les tomas aprecio. No sé. Es un inmortal que siempre me agradará. Y apenas lo conozco, sólo de oídas. Pero, sin duda alguna, es un gran hombre.
Lestat de Lioncourt
Sus pesadillas la anclaban al dolor, le
secuestraban los sentidos y la arrojaban a un mundo que no podía
comprender. Recuerdo como lloraba y se aferraba a mí. La calidez de
su cuerpo era tentadora, pero aún más tentador era el escuchar de
sus labios mi nombre. Me sentía cómplice y totalmente complacido
por su cariño y fe. Ella buscaba mis brazos como quien busca agua en
el desierto. Era útil. Ella me veía como un buen hombre y para mí
ella siempre sería la mujer que me salvó la vida.
Cuando no tienes nada sabes apreciar lo
poco que consigues. Yo conseguí su amistad, complicidad y amor
sincero. Porque amor no es sólo cuando las piernas de una mujer se
abren, sino cuando su pecho tiembla por cada caricia y sus ojos
hablan de mundos distintos. Ella amaba la poesía, lo cual la hacía
la ama perfecta. Era su esclavo, su hombre fiel y sincero, que
caminaba a su lado guardándola de todo mal.
Nos hemos vuelto a ver. Tras tantos
siglos. Ella me echó de su lado temiendo que Marius me destruyera.
Jamás odié a ese hombre, pero sus celos eran terribles. Cuando nos
hemos visto frente a frente, sin cambiar ni un ápice, he sentido
como mi corazón se agitaba bajo mi duro pecho. No dudé en extender
mis brazos, rodear su pequeño cuerpo y besar su frente en reiteradas
ocasiones. Ella, mi señora, la mujer que me compró en aquel
mercado, con la que discutí sobre poesía largas horas, y que me
buscaba en mitad de las pesadillas me había encontrado de nuevo.
No estaba sola, pero la sentí tan
indefensa como siempre. Su fuerza era inmensa, aunque su alma siempre
fue delicada ante el sufrimiento de aquellos que ama. Su alma es como
un arpa que con cualquier caricia suena. Pues el dolor a veces hace
mella en sus cuerdas y provoca que la posea una tristeza insondable,
que se ahogue en sus ojos café y surja con palabras suaves como un
ligero suspiro. Es fuerte, sabe contener el dolor, pero necesito
cuidarla. Y como he dicho: no estaba sola.
Un hindú, de ojos profundos, estaba a
su lado sonriendo ligeramente, sintiendo el amor que ambos nos
profesábamos. Un hombre distinguido, de grandes modales y caminar
elegante. Parecía sacado de un cuento demasiado fantasioso para
tener un ápice de verdad. Él comenzó a dar pequeñas palmadas y me
sentí de nuevo como en casa. Nadie apartaría a Pandora de mis
brazos, del mismo modo que nadie la arrancó de mi corazón. Él lo
sabía y lo comprendía.
Aquel momento parecía una poesía
perfecta.
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