Yo le amo. Reconozco que después de tantos años he aprendido a amarlo. Sin embargo, jamás he aprendido a amar de esa forma que él necesita. Porque él a quien necesita es a Marius.
Lestat de Lioncourt
Puedes ver en mí la crueldad del mundo
convertida en una piel de porcelana. Observa mis ojos castaños, con
tupidas pestañas y cejas delicadas, donde yace mi alma torturándose
con los viejos recuerdos, los cuales parecen raíces enredando mi
corazón. Un corazón de mármol, que aún late a duras penas,
bombeando la sangre que acabo de arrebatar a un pobre incauto. Mi
aspecto es el de un chiquillo, pues mi tamaño y edad pueden
confundir a cualquier mortal.
Estoy bajando por Nueva York. Llevo
aquí varios años instalado. Todos los vampiros más jóvenes me
temen, salvo aquellos que me acompañan. Mi historia es larga y
dolorosa, pero he logrado resumirla brevemente en un libro que aún
puede adquirirse en las librerías de todo el mundo. Muchos me han
tomado como un simple personaje de ficción. No les culpo.
He visto los cambios en el arte,
algunos con diminutas pinceladas y otras con catástrofes terribles.
Las iglesias se han alzado del mismo modo que se han derruido. He
contemplado el mundo tras las ascuas del infierno, con las velas
danzando frente a mi rostro, en recuerdo por todas las almas que he
arrojado al fuego purificador. Recuerdo los lamentos y gritos de
aquellos que jamás me amaron, pero me siguieron como si fuera un
líder fuerte y no un chiquillo eterno.
Tengo una belleza hipnótica de la cual
soy consciente, pues muchos me han codiciado aunque no me han amado.
El amor es algo demasiado puro, y en ocasiones ruin, para mí. Sé
que es amar, sintiendo una desesperación absoluta ante la belleza de
un amor terrible, pero jamás he sentido esa misma pasión de otros
hacia mí. En estos momentos, tan duros para todos, me he aferrado a
los sentimientos de aquellos que ahora me rodean. Me aman, pero no
con la fuerza que yo he amado. Es un amor similar al fervor religioso
que una vez sentí. El mismo amor que aún me condena llenándome de
esperanzas.
Recuerdo el hedor de los canales, pese
a su belleza, el aroma intenso del óleo y el vino. También, por
supuesto, la cegadora magia de los lienzos y frescos del palazzo
veneciano donde estuve cautivo entre sus brazos. No puedo olvidar mis
pasos acelerados hacia su habitación, mi corazón impulsándose por
sueños y pasiones tan bajas como intensas, y mis manos acariciando
sus cabellos, los cuales parecían rayos de sol en plena oscuridad.
Le amaba a pesar de ser un monstruo. Sabía que era un ser condenado
y no podía dejar de buscar sus labios, enredando mis piernas en sus
caderas y buscando que me tocara hasta que me hiciese clamar a las
puertas del paraíso.
Estoy en un mundo muy distinto. El
asfalto lo cubre todo, el sonido de los automóviles es intenso,
puedo escuchar a lo lejos las discusiones más estúpidas y observar
las luces más cegadoras. Hoy llueve en este lugar, en Nueva York,
tan lejos de donde se encuentra aún hoy mi corazón. Pues mi
corazón, lo que fui, está en Venecia esperándome con fervor,
deseando unir sus recuerdos con los míos, mientras camino entre sus
plazas y observo el arte que aún perdura en cada muro.
Vivir para siempre es una carga, pero
lo es más cuando amas de esta forma.
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