Marius nos desvela sus sentimientos ante un reencuentro esperado con Avicus.
Lestat de Lioncourt
Jamás pensé volverlo a ver en tan
penosas circunstancias. Muchos éramos atacados por una voz que nos
atormentaba. Los más antiguos teníamos un compañero, un amigo, un
aliado terrible que nos susurraba perversas frases que nos confundían
y alentaban a llevar la tragedia allá donde ni siquiera podíamos
imaginar. Cientos de jóvenes morían en todo el mundo y él, igual
que otros tantos, fueron llamados para comprender lo que ocurría.
Por fin, tras cientos de años, lo volví a ver.
Aquel rostro amable, con sonrisa breve
perpetua, tenía los ojos llenos de incomprensión y dolor. Me negaba
a creer que era tan estúpido como para no saber lo que ocurría.
Pero no podía negar que Avicus seguía siendo hermoso. Tenía el
cabello ondulado, tan negro como siempre, y esa expresión bondadosa
a pesar de ser un gigantesco guerrero. Sus manos parecían limpias,
aunque todos las teníamos manchadas de sangre.
La última vez que lo vi fue en
Constantinopla. Lo dejé atrás, igual que a Mael y Zenobia. Siempre
lo tuve presente, aunque reconozco que no creí que podríamos volver
a vernos. Pinté algunas obras dedicadas a nuestras aventuras,
conflictos, adversidades y pensamientos. Cuando tomaba un libro me
preguntaba si él lo había conocido primero. Se convirtió en un
ávido lector. Un hombre paciente que buscaba la verdad y estar en
sintonía con el mundo. Y, sin embargo, nos encontramos en mitad de
la tragedia. Fue terrible.
Me convertí de nuevo en un vampiro
joven en mis recuerdos. Aquellos labios amables susurraban historias
incomprensibles de guerra, dioses y milagros. Volví la vista atrás
y vi a Mael con su túnica en mitad del bosque alzando sus brazos.
Pude encontrarme con el hombre fui y que jamás volví a poder ser
siquiera en mis sueños. Lloré. Lloré por mí, por ellos y por
todo. Mil lágrimas desfilaron por mis ojos y me abracé a la fe
innata de la verdad. La verdad prevalecería.
Avicus siempre sería para mí un
gigante bondadoso... no un asesino de jóvenes vampiros. Ninguno de
nosotros éramos conscientes. No fue premeditado. El dolor llegó a
todos los corazones. El Dios del Árbol volvió a encontrarme.
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