Armand pone las cartas sobre la mesa... Si yo fuese Marius y saldría corriendo.
Lestat de Lioncourt
Reconozco el dolor como parte de mí.
Es un dolor agudo que no se marcha. Un dolor que taladra mi corazón
y hace sangrar las viejas heridas de mi cuerpo. Conozco bien el sabor
de los sueños rotos, pues es muy similar al de las lágrimas, y mis
manos, temblorosas aunque fuertes, siguen aferrándose a cada viejo
recuerdo como si pudiese salvarse. Estoy perdido, abandonado,
hundido, humillado y agotado. Muchos se hubiesen dado por vencidos,
pero yo no poseo ese valor. No tengo arrojo suficiente. Me dejo
llevar por la deriva de los años, aceptando el golpeteo de las olas
y el rugido de un mar embravecido. He visto llegar los años, caer
sobre mí como si fuera una tormenta de nieve y sentir su peso.
Acepté mi condena mucho antes de saber cuales serían las
consecuencias. Lo hice. Yo lo hice.
He comprendido tarde que la inocencia
aún pervivía en mí. Era una llama encendida en mi pecho, en un
rincón profundo de mi cuerpo diminuto y esbelto, que sobrevivía a
duras penas. Sin embargo, tantos años de llanto, esperanzas vanas y
suplicio, han acabado sepultándola y convirtiéndola en una leyenda
que no existió. Ni siquiera queda su aroma impregnado en mis manos,
pero aún así hay algo en mí que me motiva a recordarla. ¿Tal vez
quiero encenderla de nuevo? ¿Quizás no se apagó?
Aún creo escuchar tu voz recitándome
palabras tan dulces y embriagadoras como el vino. Sí, tu voz. Una
voz masculina, aunque erótica, que tocaba cada fibra de mi cuerpo.
Hilo a hilo, poco a poco, creando una madeja de emociones que
temblaba como las alas de mil delicadas mariposas. Todavía recuerdo
esos poemas, mitos y canciones. Ansío poder tenerte a mi lado,
seduciendo sutilmente mis labios, mientras me juras amor eterno.
Nosotros somos eternos, maestro, pero
tu amor está desdibujado. ¿Tengo la culpa? ¿Soy algo que no
querías? Un halago, unas caricias, una dependencia terrible y un
monstruo que no tiene escrúpulos. Podría matar a todos los que te
observan y veneran. Yo lo haría. Pero sé que eso no lograría
conmoverte, sino odiarme aún más. Porque sé que en lo más
profundo, en ese nido de mentiras, hay odio hacia mí. Odio por haber
sobrevivido dejando una huella clara de tu torpeza y falsas pasiones.
Sin embargo, como te he dicho, quiero
creer que me amas. Deseo pensar que sigo siendo esa pequeña isla que
tú buscas. Sí, una isla en medio de un océano bravío. Yo soy tu
isla. Una isla desierta llena de frutos eróticos y refrescantes.
Necesito que me aprietes contra tu cuerpo desnudo, apartes mi túnica
y abras mis piernas. Quiero, amor mío, que hoy vengas a mí y me
arrastres a tu alcoba, me hagas tuyo haciéndome delirar y golpees
con furia tu látigo contra mi torso. Castígame, si así lo crees.
Sin embargo, no me dejes a oscuras. Por favor, enciende de nuevo esa
luz en mi pecho.
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